Regional

Se multiplican los emprendimientos y la informalidad en comunidades

27 de julio de 2020

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Tan virulentos como el covid-19, los emprendimientos y ventas informales instalados en zonas eminentemente residenciales han crecido exponencialmente desde el mes de junio, especialmente cuando la cuarentena ha abierto pequeños resquicios por donde entra algo de oxígeno a muchas economías familiares asfixiadas.

Desde una mesa en la calle, con algunas mercancías, o un vendedor ambulante con su atronador pregón, y su carretilla a motor o empujada por la energía corporal, pasando por las grandes cartulinas pegadas en la entrada de los hogares, ofreciendo productos y servicios, hasta negocios de apuestas más grandes y locales más adaptados a su función comercial: a todo esto le cabe el título de emprendimiento.

A Mayra, la cuarentena la puso en la incertidumbre de retomar un ramo que ya conocía y que incluye la oferta de pollitos recién nacidos.

En cada barriada del Táchira se pueden ubicar muchos de estos, que surgieron como respuesta a un periodo especial que ha cercenado puestos de trabajo y cerrado indefinidamente las puertas de muchos establecimientos.

Ejemplo de ello se puede ver a lo largo de la vía principal de Zorca Providencia, donde casa por medio, a alguien se le ocurre ofrecer algo. Por lo general, la idea ha sido cobrar en pesos; no obstante, la venta por punto electrónico ha cobrado relevancia, en tanto los compradores no sueltan con tanta facilidad la divisa extranjera.

Ya este fenómeno venía de unos cuantos años atrás, en la búsqueda de un ingreso casero adicional en efectivo; pero hoy en día representa para muchos la única alternativa, mientras gran parte del aparato productivo del país siga paralizado ante el avance del covid-19.

Con el favor de Dios…

Con un trabajo estable en la banca y la gobernación del Táchira, los esposos Dora López y Ramón Medina, apenas se inició la cuarentena, se miraron las caras y se dijeron: ¿y ahora qué? Animados por su hija, se empeñaron en un negocio propio en casa de la abuela; pero que ofreciese algo distinto a la ya recurrida venta de víveres.

— Una prima –relata Medina-, aquí al lado, estaba buscando alimentos para animales y, al no conseguirlos, tuvo que ir hasta Capacho, y ahí fue que se nos prendió el bombillo. Y gracias a Dios, hasta el momento, nos ha ido bien. Pedimos un préstamo a un familiar y con eso arrancamos. Ofrecemos concentrado para animales de corral y domésticos. Es mercancía nacional casi toda, a excepción del alimento para perros y gatos, que en nuestro país el bulto es muy costoso.

De esta manera aprovechan un filón de mercado que precisamente la misma crisis económica ha reforzado: la de aquellos decididos a criar animales para su consumo, y sembrar sus propios alimentos; o iniciar sus propios emprendimientos en la rama del agro.

Algo muy habitual últimamente es compartir el local con otros, en igual carrera por la supervivencia: Así lo hicieron con una familiar docente proveniente de Caracas, quien ha acomodado en un rincón una pequeña confitería, con cotillones hechos a partir de material desechable.

Por ahora negocian con efectivo, en pesos y bolívares, y ve muy difícil conseguir un punto electrónico, por su costo, que puede llegar a los 700 dólares en la actualidad.

De regreso al ramo

Con apenas días de diferencia, Mayra Sánchez abrió un negocio similar, de pollos recién nacidos.

Ya ella tenía experiencia en un ramo que había abandonado hace cuatro años y no fue acuciada por la cuarentena, pues, al contrario, esta estuvo a punto de frustrar sus planes. Además no se quedó en una sola cosa, y no pudo evitar agregar a sus vitrinas otras “cositas”, en esa tendencia a la quincalla, de la cual muy pocos comercios se han salvado en esta crisis.

—La cuarentena –comentó Sánchez- me sembró cierta incertidumbre, de hacerlo o no, hasta que al fin me decidí. Lo que quiero es expandirme; pero para nadie es un secreto que la situación está un poco ruda. Y yo creo que, confiando en Dios primeramente, hay que dar la lucha.

Todo en familia

Un poco más allá, Alberto Pérez, cuando vio que no podía obtener más gasolina para trabajar con su motocicleta, sencillamente adaptó como pudo un puesto de verduras y una jaula para encerrar a gallinas de engorde en todo el frente de su casa. Por la misma semana arrancó una charcutería y la panadería Villapanandino, que si bien nació hace 3 años en el hogar de los Villanueva, se trasladó a Táriba,  trayéndola la cuarentena de regreso a unos cuantos metros de su cuna.

Sin gasolina para seguir con su trabajo de transporte de mercancías en su moto, Alfonso se decidió por las verduras y pollos de engorde.

—Hay días buenos, hay días malos, hay días regulares -afirma Joan Villanueva mientras atiende la clientela-. Esta es una panadería pequeña, pero competimos con el buen sabor de nuestro producto, y la gente puede pagar con punto. Aquí vamos, aguantando la pela…

Freddy Omar Durán

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