Regional

Semana de más aglomeraciones en San Cristóbal

17 de julio de 2020

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Freddy Omar Durán


Cuando parecería que los índices de alta incidencia de covid-19 en el estado obligarían a tomar dentro de la población mayores previsiones en lo que respecta al distanciamiento social, las aglomeraciones han sido la nota característica de una semana más de “flexible” cuarentena para la capital tachirense.

Esta semana de una intensa vida comercial que refleja la necesidad de un resurgir económico de la ciudad, donde muchas puertas cerradas de establecimientos comerciales se “abrieron” plenamente, mientras el informalismo se multiplica.

Apertura relativa pues el covid-19 ha obligado a muchos a atender desde las rejas exteriores, mientras afuera –a veces pequeños, a veces más grandes- esperan a ser despachados.

Pero lo que apenas se insinuaba desde el mes de mayo, cuando muchos establecimientos decidieron reactivarse con nuevas modalidades de atención, ya para julio se ha convertido en toda una tendencia, que a muchos preocupa, al no respetarse el distanciamiento exigido por las autoridades sanitarias internacionales y nacionales para frenar el avance del covid-19.

Si bien las aglomeraciones de personas ya tienen su historia en el Táchira, cuando hace aproximadamente una década la gente se calaba horas para hacerse de productos regulados, primero en los ya extintos mercales, y luego en los supermercados;  en ese entonces eso no representaba ningún riesgo para la salud más allá de los agotamientos por exponerse por mucho tiempo a la lluvia o al sol por largo tiempo.

Así se vive el distanciamiento social en el centro de San Cristóbal. (Foto/Tulia Buriticá)

No eran pocos los que las criticaban en tanto representaba un abuso al uso de los espacios públicos, y no pocas veces se prestaron para trifulcas, e incluso muchos murieron en esas inmensas colas en distintas circunstancias o fueron allí víctimas de la delincuencia. Luego vendrían las colas tras el escaso efectivo, en un largo etcétera que forjaría nuestra costumbre, aunque tal asimilación no nos enseñó cómo hacer una cola realmente.

Sea como sea ordenar las colas, cuanto esto sucedía era un asunto de seguridad pública; pero desde que se decretó la cuarentena pasó a ser de salud pública. Ya desde el primer día del confinamiento se formaban en las afueras de los supermercados, y de acuerdo con  lo que estaba sucediendo en otras partes del mundo, con el propósito precisamente de no crear congestionamientos al interior del local.

Desde ese momento, obligados o por prevención propia, se impuso el uso del tapaboca, mientras que el temor generalizado de ese entonces casi que instintivamente marcaba el distanciamiento.

Semanas después cuando el transporte público, especialmente el suburbano, empezó a trabajar con cierta regularidad, sus paradas se vieron asistidas por muchedumbres

Pero las aglomeraciones de esta semana más que por productos de la canasta básica, se enfocó en talabarterías, ventas de plásticos, mercerías, ferreterías, mantenimiento de equipos electrónicos, artículos de belleza y otro tipo de locales, donde se va en búsqueda de la materia prima necesarias para dar empuje a muchos emprendimientos en comidas rápidas, reparaciones de vestidos y zapatos, electrónica, peluquería y maquillaje etc

Gente consciente pero…

Distanciamiento en las colas: ¿cultura ciudadana o obligación de las autoridades? (Foto/Tulia Buriticá)

Encuestadas desde esas aglomeraciones, las personas dicen estar conscientes de la falta de distanciamiento; pero inmediatamente salen a relucir las justificaciones.

Para María González quien aprovechó para sacar a su hija en su coche, la situación se debe a la falta de cultura

No absolutamente nada se respeta; no hay conciencia –afirma González- Ya por inercia la gente se pone uno detrás de otro y sin preocuparse por nada más.  Eso es algo de cultura, y ya no somos niños, para que venga una autoridad a decirnos lo que debemos hacer, a regañarnos. Hay que cuidarnos para la salud de uno y de los familiares. Yo obligado tengo que venir pues estoy  averiguando precios, pues trabajo de manicurista.

La necesidad de efectivo obliga las colas; pero de alguna manera la gente se agarra de la misma para justificar los “apiñamientos”. En uno de los pocos bancos que esa semana decidió dar efectivos Eduardo Contreras da su versión de lo que está aconteciendo

–En la casa no vas a obtener el efectivo –señala Contreras– lógicamente hay que acatar las medidas de cuarentena, a menos que inventen otra manera de hacer llegar el efectivo. Este es uno de los pocos que lo están haciendo porque otros no lo hacen. Adentro del banco los empleados, el gerente y la seguridad están muy pendientes de que se respete el distanciamiento. Amigo el riesgo lo tiene usted en cualquier lado, así usted esté en una burbujea en su casa en cualquier momento estalla. A la gente solo le queda resguardarse por su propia cuenta: no conversar con nadie, mantener en lo posible la distancia.

Luz Negrete, quien vende ropa en el centro de la ciudad, muchas veces durante las semanas rígidas de la cuarentena, ha sido obligada a cerrar, y la última ni siquiera lo hizo. Entendiendo las causas de tal exigencia de las autoridades, a ella de igual forma le gustaría fueran así de estrictas con el tema de las colas.

–Supuestamente que hay muchos casos aquí e imagínese –agrega Negrete-. Yo creo que deben estar pendientes las autoridades de eso más bien, en vez de estar tan encima de los comercios. Yo uso aquí alcohol, para echarlo en las manos de los clientes, y les pido apartarse. Tienes que estar muy alerta en ese sentido, porque de un momento a otro ya ves el gentío sobre ti, preguntándote por todo.

Rosalba Machado, cliente consuetudinaria de una de las mercerías del centro es testigo de cómo el dueño de ese local, les repite hasta el cansancio a sus clientes que guarden la distancia.

Yo le digo una cosa –sostiene Machado- el dueño se ha cansado de salir a decirles que mantengan el metro y medio. De otra parte, acuérdate que tenemos el siete por siete y hay gente que viene de Colón, de La Fría y están inquietos, e inquietos porque pueden perder su transporte no les alcanza la mañana o piensan que les van a cerrar el local, se desespera.

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