Regional

Serenidad y paz en el padre Luis Ortega

20 de marzo de 2021

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A mediados de diciembre de 2020, la prueba PCR dio positiva en un laboratorio privado. Ya su cuerpo manifestaba síntomas del coronavirus. Aislamiento, reposo, medicinas y mucha oración cambiaron la rutina de sus días.


José Luis Guerrero S.

El sacerdote Luis Alberto Ortega Villota o el padre Luis, como le conocen en la iglesia San Juan Bosco, en Táriba, no pensó en la muerte, pero vivió momentos de mucho cansancio y soledad. Se refugió en la oración y el Espíritu Santo le llenaba de mucha fuerza.

Se sabe de memoria los nombres de muchos de los medicamentos que tomó para superar el covid-19, así como todas las recomendaciones básicas. Además, ha visto de cerca el llanto de los fieles ante la muerte de un ser querido, de muchos laicos de la parroquia que el covid secuestró para siempre.

Pastillas, jarabes, inyecciones, cremas, vitaminas, en tres tratamientos prescritos por los médicos, quienes vigilaron de cerca la evolución del virus en su cuerpo. Fueron severos con el religioso, desde el 21 de diciembre de 2020. El cansancio físico y la fiebre le obligan al reposo absoluto en cama y a olvidarse de los compromisos de la parroquia, en plena temporada de Navidad y Año Nuevo.

Para todos los sacerdotes, el mes de diciembre, en condiciones normales, no en tiempos de pandemia, es una temporada de mucha actividad en sus parroquias. Las misas de aguinaldos, las parrandas navideñas, las romerías de cada comunidad, multiplican las horas de trabajo.

En el caso del padre Luis, a finales de la primera quincena de diciembre, justo cuando se acercaba el día 15 de diciembre, inicio de las vísperas de las misas decembrinas, su cuerpo le indicaba que algo estaba mal. Empezó a perder el apetito, el gusto y el olfato.  Tenía muy clara la sintomatología del nuevo coronavirus. Se hizo la prueba rápida del covid-19 en varios laboratorios y siempre el resultado fue negativo. Insistió con la PCR y esta sí dio positiva. La tos apareció.

La casa parroquial está al frente del Hospital General de Táriba, que ahora se llamará Dr. Marino Rivera Daza (conocido por muchos con su nombre de fundación, Fundahosta), desde donde se acercaron varios médicos a verificar su estado de salud. Otros galenos amigos hicieron lo mismo. Se inicia de inmediato el aislamiento general en su habitación, y la aplicación del tratamiento básico.

“Fueron días de diciembre de ofrecimiento por todos los enfermos de la humanidad. Momentos de cansancio y de incertidumbre, porque los valores de los exámenes en las cuentas blancas no bajaban al valor normal; sin embargo, todo lo ofrecía a Cristo y por todos los enfermos en los hospitales”, declara.

Luis Ortega tiene 40 años. Es tachirense, del barrio Libertador-Pirineos 1. Se formó en el seminario Santo Tomás de Aquino, en Palmira, de donde egresó  el 8 de agosto de 2008, hace 13 años; han transcurrido 7 años  de  llevar la responsabilidad de la iglesia San Juan Bosco, la segunda más importante del municipio Cárdenas.

Asume la enfermedad confiando en la formación de los médicos y la voluntad de Dios.  “Me vaya bien o me vaya mal, igual te creo Señor”, frase de los Macabeos que fue para él clave en su recuperación en todo momento.

Cada uno de los tratamientos médicos, con  procesos lentos de evolución, se administraron al pie de la letra. La respiración falló y fue obligatorio el uso de la mascarilla Cpap, muchas nebulizaciones, vigilancia sobre la saturación de oxígeno en su cuerpo. Al final, la medicina, la ciencia y la fe permitieron su recuperación. Siempre permaneció en la casa parroquial, de donde salió solamente para las respectivas placas de tórax y así poder visualizar el avance de las medicinas contra el mal.   

El padre Luis fue consciente de todo el proceso médico. Cada vez que le cambiaban el tratamiento, sabía de los altos costos de las medicinas e insumos, pero gracias a la mano amiga del sacerdote Gonzalo Ontiveros, vicario de la parroquia; de la comunidad eclesial, de los laicos y muchos fieles, vecinos o no, todo se conseguía con la urgencia del caso.

Por redes sociales se solicitó ayuda económica para la compra de medicamentos. Los aportes siempre llegaron de  muchas personas, familias, hermanos de la iglesia e instituciones que apoyaron con el dinero necesario para los gastos.

Una familia samaritana

Los integrantes de una familia samaritana de la parroquia se convirtieron en sus asistentes directos, atentos a los requerimientos médicos y a sus necesidades prioritarias. “Aplausos y agradecimientos para Sanguino Miguel, quien está culminando sus pasantías de Medicina, y para mamá, Milanyi, quienes estuvieron día y noche acompañándome; a Sandra Karina, su esposo Johan; mi comadre Yoly…todos los laicos comprometidos por su ayuda”, expresa.

Se suma “el padre Gonzalo Ontiveros, que estuvo pendiente, y mi familia de sangre, mi hermano Miguel, Mónica, mi madre Gloria. Los miembros de las fundaciones, amigos… a todos, muchas gracias”. Todos ellos y los doctores lo monitoreaban constantemente.

Los mensajes de aprecio, cariño y admiración, por su pronta recuperación, activaban el teléfono celular todo el día.

Su familia, en el barrio Libertador, estaba angustiada. Todos muy nerviosos, pero  apoyados en la fe. Sus familiares directos están sanos, gracias a Dios, pero ha tenido que acompañar, en triste despedida, a  muchos amigos, vecinos y feligreses, a quienes ha apoyado en todo lo que pudiera.

Monseñor Mario del Valle Moronta y los demás sacerdotes  estuvieron  al tanto  en todo momento de su evolución.

Cuenta que por varios momentos pasó por su mente que todo ocurría y saldría bien, como en efecto pasó. “Mi mente estaba fuerte. La fe nos da fortaleza”, dice. “Mi día a día era un encuentro con el Señor y orar para salir sano, por mi pueblo, de lo contrario sería estéril todo el malestar”, agrega.

Ofrecimientos a Dios

En su lecho de enfermo, en medio de sus oraciones, ofrenda su enfermedad por todos los jóvenes del mundo, especialmente por los de nuestro estado Táchira, “para que no sigan los malos ejemplos, para que no repitan lo malo”.

Encomienda su salud a las siervas de Dios, dos tachirenses, Medarda Piñero y la niña Amandita Ruiz, de esta última es vicepostulador de su causa ante la Iglesia. Como él, son muchos los vecinos que por la gracia de Dios han salido de esta enfermedad.

“Le pedí a Dios la oportunidad de seguir acompañándome en el trabajo pastoral, por los enfermos, por los más débiles de la comunidad, los amados por Cristo en sus bienaventuranzas por los pobres, porque heredarán el Reino de los Cielos. Promesa ante Dios de estar más cerca de quienes pueden estar pasándola peor”, relata.

El sacerdote permanece convaleciente y de reposo absoluto en la casa parroquial, hasta el 20 de enero de 2021, día de San Sebastián, cuando los médicos le dicen que ha sanado.

Ya él  asumió todas las actividades de la parroquia. Ha vuelto a la cotidianidad, con la serenidad y alegría que le caracterizan, orientando a los fieles sobre la necesidad de cumplir los protocolos sanitarios, porque el covid-19 sigue entre nosotros. Celebrando con la comunidad eclesial, dándoles ánimo “y ellos cuidándome y dando gracias por la recuperación. Las comunidades eclesiales piden por sus sacerdotes, nos quieren sanos para seguir viviendo”.

— ¿Cuál es su mensaje para quienes leen este trabajo?

— El virus estará por mucho tiempo entre nosotros, pero lo importante es que esta pandemia no nos robe la atención y nos distraiga para alejarnos de Dios…que no nos roben la fe.

— ¿Cómo el covid-19 cambió su vida?

— Al final, todo esto cambió mi vida, para ser cada día más agradecido y velar por aquellos que pueden estar pasándola peor…y le digo, creyendo a Dios por todos los enfermos y familia que reciban la Palabra de Dios y tengamos una sanación perfecta, cumpliendo la voluntad de Él, siendo santos.

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