Han sido siete meses de cuarentena con momentos más estrictos y momentos más flexibles, en los cuales un sector de la población se ha entregado al rebusque
Por Freddy Omar Durán
Si ya los hogares tachirenses estaban sometidos a la dura prueba de fuego de una crisis económica, aún así no se pensó que las cosas se pondrían peores, originadas desde una circunstancia exógena, al punto que incluso, bajo ciertas prohibiciones autoimpuestas y oficiales, el laborar mismo se coarta por duras restricciones.
La historia comenzó el 16 de marzo cuando se dio estricto cumplimiento al mandato emanado desde el Ejecutivo Nacional de cuarentena en el territorio tachirense, pues ya el covid-19 había tocado suelo patrio, y comenzaron a surgir voces demasiados optimistas que hablaban de una medida transitoria de un mes; pero también voces lúgubres, que referían a encierros eternos de un año por lo menos, especialmente entre la población más vulnerable a la enfermedad.
Pero tanto una como otra visión futurista fue refutada por un instinto de adaptación, en la búsqueda de una manera para sobrevivir en medio de la pandemia, maneras ajustadas a factores como la fuente de ingreso, la condición física del ciudadano productivo, sus capacidades para la movilización, capital para la inversión, entre otros.
Desde el punto de vista laboral, se puede considerar una categorización entre los trabajadores según pertenezcan a los sectores autorizados a estar activos dentro de horarios especiales, entre los que los que han podido hacer a distancia sus labores, siempre y cuando un deficiente servicio de luz e internet lo facilite.
Los funcionarios públicos, con sueldos integrales de 5 dólares en su gran mayoría, y aquellos que sencillamente quedaron en la calle, muchos de los cuales en una medida desesperada han recurrido a la informalidad, tras unos cuantos pesos, o tras unos bolívares si pueden obtenerlos por transferencia o puntos bancarios prestados.
De otro lado mientras otros negocios se reinventaban en el acto, otros aplicaban un stand by, algunos de unos meses conformándose con las ocasionales semanas flexibles; otros bajo cierre indefinido con alarmas de quiebra y despidos masivos. Los que no han claudicado sortean gastos operativos, reposición de existencia, de alquiler y de nómina, misma reducida al mínimo, etcétera.
Hasta principios de mayo, el Táchira vivió el periodo de receso productivo más largo de su historia y aunque para muchos pareciera que fue el momento más crítico de la cuarentena, no obstante para José Cárdenas, vendedor de pasteles en la vía pública, ha sido en agosto y en lo que va de septiembre cuando se ha hecho sentir con mayor intensidad.
–Al menos al comienzo la gente pasaba –afirma Cárdenas- y se daba el gusto de comerse unos pasteles. Estos últimos días han sido los más duros, la falta de real y combustible como que les ha pegado a los clientes más que la pandemia. Y aunque la inflación se disparó iniciándose todo esto, por momentos se mantenía al cambio en pesos, hasta que de nuevo ha ido para arriba y ahora y ya no solo en bolívares sino en moneda extranjera.
7 si, 7 o más no…
Desde mayo, alrededor de la temporada del Día de la Madre el atrevimiento de algunos vendedores y bajo la anuencia del Gobierno nacional, se dio un tímido despertar, que adquirió en junio un prometedor repunte, bajo el esquema denominado 7+7, pues venía acompañado con una reactivación en el suministro de combustible.
Posterior al Día del Niño, tres semanas de cuarentena rígidas apagaron las alentadoras señales de una nueva normalidad, en cuanto el covid-19 estaba cobrando angustiantes índices, así como sus primeras víctimas fatales. Si bien, sin garantía de continuidad, el 7+7, intenta prolongarse, ya no resulta para muchos comerciantes tan halagüeño.
Así lo testimonia José Chacón, trabajador del paseo artesanal San Cristóbal, en el centro de la capital tachirense, y de quién depende su esposa, que ayuda a atender el negocio y su hijo de 8 años. Es un docente que prefirió la bisutería, “porque en este país no vale la pena ser profesor por tan poco sueldo”.
— En mi caso el 7+7 –afirma Chacón- no me sirve porque pago alquiler; que ya me lo subieron, tengo una familia a mi cargo. Uno de negociante depende del diario, y con esta situación que siete días se trabaja y siete días no, el dinero no alcanza para nada. Lo que uno hace es trabajar y comerse lo poco que se ha ahorrado. Deberían hacer como están haciendo en otros países y confiar un poco más en la conciencia de cada cual.
Con dos meses inactivo, tomó cierto alivio económico hasta julio, pero desde ese mes las ventas han decaído mucho. De otra parte, cuando se abrió entre la cuarentena para a mercados más allá de lo prioritario, pensó que esa permisividad seguiría así, aún en momentos más rígidos.
–Hasta julio tuvimos la mejor época, y de ahí para adelante ha mermado mucho la cosa. Los policías en la semana radical molestan mucho, se pusieron más recios los controles y además tampoco el transporte ayudaba. Trataba de venir todos los días pero al final me resigné por la insistencia de la policía de que no podíamos hacerlo durante los periodos de cuarentena rígida, y hemos venido trabajando intermitentemente, a medias.
Al cambiar la naturaleza de su negocio, que inicialmente se enfocaba en elementos de cocina, y en particular, repostería Doris Mora junto a su hermano han podido trabajar de lunes a sábado; pero eso para nada ha significado que la ha tenido fácil.
No han faltado los choque con la autoridad para que no exhiba su oferta a la calle en cuarentena rígida, y también ha sufrido la invasión del espacio público de carretilleros de verduras que fueron corridos de los alrededores del Terminal de Pasajeros y Los Pequeños Comerciantes.
Sabe que su salud está en riesgo pero sus cuatro hijos le dan aliento a seguir, así como su esposo dedicado a la reparación de embobinados de motores en La Concordia.
–Lo más difícil -asegura Mora- ha sido la misma amenaza del virus, uno se expone por tantas personas que vienen a preguntar, y que pueden ocultar la enfermedad. Aunque uno toma todas las medidas de seguridad a uno le da miedo. Hay que tomar en cuenta que la situación del país no se presta para enfermarse, y quien se enferma no tiene como sostenerse, con altos costos en los servicios privados y el público colapsado.
Ni con las remesas se cuenta
A los que piensan que los que recibían remesas podían ponerse a salvo de la debacle económica Yelitza Uzcategui, les refuta que están equivocadas. La pandemia al ser un fenómeno global, puso en condición de igual a venezolanos de afuera y de adentro, tanto como potenciales víctimas de la enfermedad, como víctimas de la misma situación económica que ha golpeado al país de su residencia. No obstante quienes siguen contribuyendo con sus familiares se enfrentan con el dilema de perder hasta un 20% de lo que se transfiere a las cuentas venezolanas.
–Hay otra modalidad –afirma Uzcategui- que es transferirle a alguien con cuenta de Bancolombia y cobra el 10 por ciento; pero usted coge con el riesgo de que se haga un auto robo. Y eso lo tiene que volver a convertir en pesos, porque uno necesita el efectivo para muchas cosas, entre ellas movilizarse, y el depósito en bolívares hay que gastarlo casi inmediato porque si no se lo come la inflación. Y por lo general esa plata te llega cada mes y tiene que durarte todo ese tiempo. Por todos lados pierde uno. Por eso lo mejor sería volver a retirar las remesas en Cúcuta. Se supone que los precios en pesos no deben subir pero en estas semanas pregunte por unos zapatos y me pidieron 30 mil pesos y los volví a preguntar y ahora me piden 39 mil pesos.