Reportajes y Especiales

“Toma mi voz cuando me haya ido”…

14 de junio de 2025

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Jesús Leonardo Pérez Martí siguió muy de cerca las enseñanzas de su padre, el maestro Rufo Pérez Salomón

Norma Pérez

“Toma mi voz cuando me haya ido, tómala y que germine. Que sea tallo y que sea flor”, dice la canción que en algún momento de su vida escribió el maestro Rufo Pérez Salomón.
Letra premonitoria. Su hijo, Jesús Leonardo Pérez Martí, hizo de este ejemplo parte integral de su existencia. De su voz, tomó las enseñanzas y los consejos. Los hizo germinar y florecer.
“Hace poco grabé esa canción que escribió mi papá. La cantábamos en la iglesia de Rubio todos los domingos en la misa de once de la mañana, con Óscar Carpio, Carlos Zambrano Altuve, los hermanos Pedro y Elio Romero, todos ya fallecieron. También, con Douglas Maldonado.
La familia, llegó a la Ciudad Pontálida en 1962, procedente de Valle de La Pascua, su tierra natal. “Mi padre era un gran maestro reconocido del estado Guárico. Dirigía la orquesta Monumental de Rufo Pérez, la más famosa d Guárico, del centro y oriente del país”.

En el Táchira
En la década de los sesenta, el Ministerio de Educación buscaba músicos de trayectoria para dictarles cursos de preparación con el fin que trabajaran en las escuelas primarias del país. Rufo Pérez fue seleccionado y lo enviaron a la capital del municipio Junín, pues allí se encontraba el Centro Interamericano de Educación Rural “Gervasio Rubio”, prestigiosa institución de renombre internacional, ya que también era sede de cursos auspiciados por la Organización de Estados Americanos.
“Rubio era un centro de educación nacional, convergían docentes de diferentes estados venezolanos. A unos meses de haber llegado, fue designado director de la Banda Francisco J. Marciales. El contrató músicos de alto nivel. Tocaban obras académicas, no solo populares”.
Su espíritu inquieto y una voluntad férrea, lo hicieron promotor de la creación de la Escuela de Música para el municipio Junín, de la cual es director fundador. En esta institución, formó excelentes talentos y dejó una valiosa huella que aún perdura. Permaneció durante diez años en Rubio. Posteriormente ocupó un cargo de supervisor en la Zona Educativa Táchira.
“Durante esa gestión en la pedagogía musical, logró incorporar especialistas en todas las escuelas primarias. Se dictaba esta asignatura de primer a sexto grado. Fue fundador de la especialidad de música en la Escuela Normal J.A. Román Valecillos.
Ocupó el cargo de director de la Escuela de Música Miguel Ángel Espinel. Allí creó y dirigió la Orquesta Sinfónica de Los Andes. Invitó a un grupo de maestros rumanos, que contribuyeron a la formación de muchos jóvenes tachirenses. Dictaba cursos de mejoramiento profesional en todo el país. Impulsó el movimiento coral en el estado Táchira. Fue director de Coros, compositor, músico, cantante y docente. Un visionario que dejó un valioso legado.
“Mi papá tuvo un gran valor en el aspecto educativo. La música fue fundamental en su vida, y combinó ambas cosas pues fue un gran docente en esta área. Siempre le gustó enseñar, transmitir sus conocimientos, formar a las nuevas generaciones, sembrar la música en cada lugar que llegaba”.
Herencia innegable
En una fotografía antigua del álbum familiar, se observa a la Banda “Francisco J. Marciales”, desfilando por las calles de Rubio. El maestro Pérez Salomón iba entre los músicos, como ejecutante de bombardino. A su lado, un niño alzaba las partituras para que pudiera leerlas. Ese pequeño, era su hijo Jesús Leonardo, que ya se adentraba en el mundo de la música.
Al igual que algunos de sus hermanos, de su padre heredó el gusto por este arte y también por enseñar. Dice que una de las cosas más importantes que les inculcó, fue el estudio. “Eso era lo que hacían nuestros padres, estudiar, prepararse. Ellos nos daban ese ejemplo, con su bondad y aprendizaje”.
Considera que uno de sus errores es no haber estudiado piano desde niño, lo domina pero no como quisiera. Es ejecutante y profesor de oboe, fundador de la Orquesta Simón Bolívar del Táchira. Fue supervisor de música en la Zona Educativa, donde fundó la Coral. También, docente de la Normal J.A. Román Valecillos y director de la Coral de esta institución, jefe de la oficina de Programas de Difusión Cultural y docente en la Universidad Nacional Experimental del Táchira.
“Tuve la fortuna de recibir formación en pedagogía musical; obtuve una beca y me fui a Buenos Aires a estudiar. Conocí los adelantos en dirección coral, flauta dulce, técnicas de pedagogía musical en todos los aspectos. Fui director de la Coral y profesor de teoría y solfeo”.
Su progenitor fue el héroe de su niñez y el ser que más admira en su edad adulta: “en muchos sentidos mi papá fue autodidacta, tenía una genialidad innata. Hacía unos arreglos increíbles para música gregoriana, para el contrapunto, la fuga. Podía hacer todo. Aprendió de memoria todas las formas de la música, que es muy compleja. Poseía un gran intelecto y mucha disciplina”.
Se sienta frente al piano y comienza a interpretar aquella canción que le trae inconmensurables remembranzas de su infancia. Del ser que le dio la vida, que le permitió conocer y le enseñó a querer el universo de los sonidos. Mientras canta, siente a su lado al padre querido, al ejemplo, al maestro, que partió de ese mundo el tres de noviembre de 2010. Tenía 86 años de edad.
“Toma mi voz, dilúyela en el viento, que se haga brisa leve, que acaricie la tierra…y cuando tú te vayas, déjala en otras manos, hecha canción”.