“Soy inmensamente pequeño, pero lo que he hecho a través del arte es un mundo particular donde hay cosas que aprender y ver”
Norma Pérez
A sus setenta y cinco años de edad, José Aquilino Sánchez Pérez siente que su existencia es extraordinaria desde que le dio cabida al trazo, a la línea, al color. Un universo particular.
“La pintura para mí es un texto de vida, porque aparte de las enseñanzas que nos brinda la naturaleza, he asimilado esto como un libro, una historia, una magia. Es un nivel que se consigue a través de experimentar, de combinar lo externo con lo interno. Algo extraordinario”.
Aun cuando nació en San Antonio del Táchira, desde muy pequeño se radicó con su familia en Rubio, donde permanece. La casa, que habita desde hace medio siglo, la compartió con su esposa Gloría, quien ya trascendió a otro plano. En una columna de la vivienda, cuelga el retrato que tiempo atrás pintó de su amada compañera.
Allí, también se encuentra la sala de exhibición de sus obras, en diferentes formatos y técnicas. Todas atraen la mirada del espectador. El ordeño de Cuquí, Panorámica de Rubio, El Campanario, La Catedral, Bucares, El Apamate. Esos son algunos de los nombres con que bautizó aquellos lienzos, que denotan la mirada singular con la que observa la cotidianidad, más allá de la simple contemplación.
“Me gusta el paisaje, el árbol, el camino, el personaje. El surrealismo me encanta; así como los trabajos místicos. Un tiempo pinté con chimó, después óleo sobre lienzo y madera; más reciente, la tiza pastel”. Siempre en constante búsqueda.
La vocación
De su papá, quien era militar, dice que adquirió el gusto por pintar: “Él tenía destreza con el dibujo y me incentivó a hacerlo”.
Estas primeras enseñanzas junto a su progenitor, le hicieron descubrir una vocación que le señaló cuál sería su destino y que lo condujo hacia la escuela de artes plásticas “Valentín Hernández” en San Cristóbal, donde se graduó en 1974.
Se dedicó de lleno a la pintura, y comenzó a realizar exposiciones tanto en el estado Táchira como en otras entidades del país. Tuvo la oportunidad de enviar sus cuadros para participar en una muestra que se realizó en Estados Unidos.
De sus manos han salido más de dos mil obras. Su espíritu inquieto lo llevó a incursionar en la escultura. Durante tres décadas se dedicó a la música folklórica y de parranda. Toca el cuatro y la guitarra. Ahora, se adentra en las letras y la poesía.
“Por treinta años me vinculé al mundo de la música. Es una grata experiencia, que ha enriquecido mi vida junto a otras manifestaciones artísticas, en las que también quise experimentar”.
En su memoria surge el recuerdo cuando estudiaba la primaria y hacía los dibujos para las carteleras de su escuela: “A mis maestros les gustaba como quedaban y siempre me pedían que los hiciera. Era algo espontáneo en mí. Me sentía atraído por lo que surgía de combinar colores sobre una hoja o cartulina”.
Siente que en la Escuela de Artes Plásticas tuvo un gran aprendizaje, bases e impulso para mantenerse en continua actividad. Algo que nunca acaba.
“La inspiración son los principios superiores, donde se abren la imaginación y las ideas. Así estamos más cerca de lograr cosas en el mundo de las formas, con otra visión. Soy inmensamente pequeño, pero lo que he hecho a través del arte es un mundo particular donde hay cosas que aprender y ver”.
Su obra
El paisaje típico, las montañas andinas, una calle, las casas del pueblo o una panorámica, se representan en la muestra pictórica de este artista tachirense. “Hay mucho para inspirarse”.
Generalmente, es complicado adquirir los materiales de trabajo. Los esmaltes, los pinceles, los marcos, la madera, los lienzos, tienen un costo muy elevado. Aun así, dedica varias horas a colmar el blanco de luz y tonalidades con los mejores resultados.
“Puedo decir que es incalculable lo que la pintura me aporta, pero en cuanto a apoyo a los proyectos, éste es inexistente y actualmente con la situación de Venezuela, es muy difícil poder seguir adelante. A pesar de los obstáculos, no desisto”.
En ocasiones expone en el Salón de Lectura de Rubio y en otros espacios cuando se realiza algún evento. Piensa que hubo tiempos mejores en años lejanos, que no olvida.
“Aquí entra una persona al mes, a buscar una pintura. Hace más de veinte años mis obras eran muy cotizadas. Pero en un país donde a la mayoría de la gente los recursos económicos solo le alcanzan para cubrir lo básico, es muy difícil”.
Hacer una pintura puede ocuparle cuatro días, pero si es un formato grande, le dedica hasta dos semanas. Las horas libres, las usa para trabajar en una pequeña parcela donde cultiva algunos productos. Estar al aire libre en contacto con el verdor del campo, le da vitalidad e incrementa su creatividad.
“Me gusta estar cerca de las plantas, de los insectos, las aves, el sol, la luz y la lluvia. De las cosas que me brinda la naturaleza”.
Cuenta su historia con la voz apaciguada que lo caracteriza y una sonrisa discreta pero perenne. Se percibe feliz en ese espacio sagrado para él, donde queda enarbolando paleta y pinceles. Agradecido por tener tan valioso don.
“Cada día es para un nuevo proyecto, pero hay muchos caminos por indagar, mucho por delante. Lo importante es comenzar y seguir la trayectoria que corresponde”. José Aquilino Sánchez .Un texto de vida con mucho color.