Reportajes y Especiales
La tragedia no detuvo a Ana Teresa Castillo: una colombiana ejemplo de resiliencia en la construcción de paz
25 de febrero de 2023
Detrás de las migraciones, de los desplazamientos y los retornos, se esconden historias que más allá de mostrar lo difícil, sacrificados y traumáticos que pueden resultar estos procesos, también enseñan lecciones de vida a través de mujeres resilientes que sobrepasan los obstáculos para cumplir una misión: brindar ayuda, amor y consuelo a los semejantes
Por Rosalinda Hernández
Diseño Paloma Lacruz
Ana Teresa Castillo, es una mujer que se define como “colombo-venezolana”, su corazón parece estar fragmentado, no por el dolor que ha tenido que sobrellevar desde niña; está dividido porque una mitad es de Colombia y la otra parte le pertenece a Venezuela.
“He sido una mujer que ha sufrido la violencia desde niña. Mis padres fueron perseguidos por los grupos al margen de la ley, también mi hermano que se unió a la guerrilla y después a los paramilitares, por eso nos perseguían para matarnos”, recordó Ana Teresa, quién ahora se dedica a la defensa de los derechos humanos en la frontera entre Táchira y Norte de Santander.
Contrajo matrimonio a los 15 años con un hombre que le doblaba su edad y estuvo durante tres décadas soportando las vejaciones de una mala relación, comentó.
“Fueron los peores años de mi vida. Soporté maltratos, golpes y abuso sexual. Le comentaba a mi mamá y a la suegra la situación y sus respuestas eran que yo debía cargar esa cruz porque ese era el hombre que había escogido como esposo”. Hasta que un día tomó la decisión de separarse y empezar una nueva etapa lejos de tanta desdicha.
Entre penas y desplazamientos
Ana Teresa, siempre está sonriente, aunque de sus ojos se desprende una profunda tristeza. Cuenta con orgullo que ha sido luchadora y ha encontrado la manera de salir adelante en medio de las dificultades a través del trabajo honesto.
Sufrió cinco desplazamientos internos tratando de salvaguardar su vida y la de sus hijos. Recordó que, en uno de esos movimientos obligados, derribaron con “cilindros bombas” la casa donde se encontraba con su familia. Ellos quedaron escondidos debajo de una cama de metal que los protegió.
“Mi segundo esposo era un hombre trabajador, un campesino honrado. Fue el amor de mi vida. Me trataba como una niña, todo era amor”, aseguró con nostalgia.
Tratando de huir de los subversivos, su historia terminó trastocada. Se esfumaron las ganas de vivir, relató.
“Un día mi esposo me dijo: `mañana nos toca irnos de aquí, prepare todo que hablaré con el transporte que nos va a sacar´. Pero no hubo tiempo, esa misma noche un grupo de siete hombres armados asaltó nuestra vivienda, la rodearon y no hubo manera de escapar”.
Meses atrás, grupos armados en la vereda Las Cruces, del corregimiento de Anorí, en el departamento colombiano de Antioquia, amenazaban a los campesinos para que abandonaran las tierras. Debían marcharse, pero el esposo de Ana Teresa se negó hasta el último momento, pues las tierras era lo único que tenían para el sostén familiar.
La noche del fallecimiento de su marido la describe como “una noche espantosa”, de esas que dejan cicatrices en la piel y en el alma que nunca desaparecen. Los irregulares entraron a la casa, preguntaron dónde estaba Jhon, el hijo de la pareja, amarraron al esposo de Ana y a ella la sometieron y la ultrajaron, relató, mientras mostraba las marcas en la piel.
“A mi esposo le dio un infarto, se murió amarrado de la impotencia por no poder protegerme. Él trató de soltarse, pero fue inútil. Hicimos escándalo, gritamos, pero todo el mundo estaba encerrado, nadie salió a defendernos, tenían miedo”.
A Jhon, entonces de 16 años, los padres lo habían sacado días antes de la vivienda advirtiendo lo que iba a suceder. “Se escuchaba que iban a venir por el niño, entonces lo enviamos a otra localidad. Ellos (los guerrilleros) preguntaban ‘¿Dónde está John?’ lo vamos a llevar para la guerra”, contó Ana Teresa.
Luego de percatarse que el esposo de Ana había fallecido, los criminales fueron abandonando la vivienda, no sin antes decirle que debía desaparecer. Con mucho miedo y tristeza, solo pensaba que el amor de su vida ya no estaría más a su lado.
“Lo llevé a San Luis, Antioquia, allí quedó sepultado en la tumba número 1380. Ese número jamás lo olvidaré porque ahí está lo más lindo que hubo en mi vida”.
En Venezuela se renace
Escapando de la violencia y tratando de olvidar, la mujer huyó a Venezuela, allí encontró un refugio en donde logró disipar el miedo y la depresión que sufría.
“Me vine a Venezuela con una depresión muy grande, no quería comer, me quería morir. Mis hijos me daban la comida y me decían que tenía que luchar por ellos que aún estaban con vida, eso me hizo recapacitar y reponerme de nuevo”.
El trabajo social en comunidades caraqueñas fue el impulso para que Ana Teresa saliera del estado depresivo en el que se encontraba. Empezó a visitar comunidades y compartir su experiencia con otras personas, en poco tiempo fue electa representante de sus connacionales en la mesa de víctimas de la violencia que organizaba el consulado de Colombia. Trabajó con alcaldías y gobernaciones y el Alto Comisionado de los Derechos Humanos para los Refugiados (ACNUR), haciendo tejido social en zonas vulnerables de la capital venezolana.
Recuperada y con la fuerza suficiente, decidió regresar a la frontera con Colombia, se radicó en la población venezolana de San Antonio del Táchira, específicamente en el barrio “Hugo Chávez Frías” y desde allí emprendió un nuevo proyecto económico que la llevó a consolidar un almacén de ropa y calzado, que generó empleos y le producía lo suficiente como para construir una vivienda propia para ella y sus hijos.
Sin embargo, el destino jugó en su contra una vez más. En agosto de 2015, la sorprendió la Operación de Liberación del Pueblo, también conocida como Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), que llegó a la zona, y sin explicación, fue obligada a desalojar su vivienda y sin documentos que avalaran su legalidad en Venezuela, fue deportada junto a más de 2 mil ciudadanos colombianos residentes en esa localidad.
“Como era colombiana tenía que dejar que se llevaran todo. Con el miedo que infundían los policías y militares, uno les decía ‘llévense todo, pero no me hagan nada’. Me robaron, casi desocupan todo mi negocio, perdí una casa. Me deportaron a Colombia”, recordó la líder social.
Empezar desde cero
De nuevo Ana Teresa tenía que reconstruir su vida, esta vez desde el otro lado de la frontera: el corregimiento colombiano de La Parada, lugar a donde llegó a empezar desde cero.
“Después de tenerlo todo me tocó empezar de cero, renació el dolor y la tristeza, luego del desalojo hecho por las OLP, nos amenazaron de muerte, no solo a mí, fue a miles”.
Tras las deportaciones, la mujer colombiana, casi habituada a resurgir de sus propias cenizas, con la resiliencia como sello personal y la experiencia del trabajo social que traía de Venezuela, palpando el dolor de las personas que quedaron en la calle, empezó ofreciendo apoyo y asesoría a quienes lo necesitaban en la comunidad de La Parada,
“Ayudé a las personas que deportaron, víctimas de conflicto armado, mujeres, madres cabeza de hogar y adultos mayores”.
A partir de su trabajo y atendiendo a las necesidades generadas por la masiva migración de venezolanos que inició en el 2016, Ana fundó la organización Deredez, una ONG de apoyo, asesoría y capacitación a los más vulnerables, específicamente mujeres y niñas migrantes, además de colombianas retornadas.
Ana Teresa, está convencida que la mujer migrante “es muy emprendedora, pero le faltan oportunidades”. Supone que, si las organizaciones internacionales capacitaran a las migrantes sobre cómo administrar los aportes que reciben, mejorarían considerablemente su economía.
Desde Deredez y con el apoyo de donantes, logró reunir a 150 mujeres migrantes venezolanas y colombianas retornadas en el proyecto “Chasitas de Amor”, el cual consiste en cajitas que se adecuan para la venta de dulces y golosinas de manera fija o ambulante. La intención del proyecto es crear pequeños emprendimientos que aporten una solvencia diaria que permita a estas mujeres producir lo que requieren para vivir.
“Tenemos mujeres con 3 y hasta 4 millones de pesos (entre 600 y 800 dólares) en mercancía, les dimos las charlas para emprender y así iniciaron el negocio. Hicimos esto con las mujeres porque eran madres cabezas de hogar con 4 a 5 niños que mantener. De ahí deberían sacar el dinero para su comida y arriendo. Decían que la única organización que les ha ofrecido emprendimientos ha sido Deredez”, explicó Ana Teresa.
Trabajo para sanar
Con el transcurrir del tiempo la directora de Deredez confiesa que los problemas que traen las mujeres a las que orienta y ayuda, le han servido para sanar y superar los conflictos de su historia personal.
“Esto ha sido una enseñanza muy grande. Los problemas de las mujeres me han ayudado a sanar y con mi experiencia también las he ayudado a sanar. Les he contado mi historia, de dónde vengo, quien soy”.
Ana Teresa se ha convertido en un ángel para las mujeres y niñas que a cualquier hora del día o de la noche corren a refugiarse en su casa ante el peligro que las acecha. Es reconocida por su labor en defensa de los derechos humanos de los más desvalidos en la zona de La Parada, corregimiento del municipio Villa del Rosario, Norte de Santander, Colombia.
“Ellas vienen tarde en la noche, tocan la puerta o la ventana, me piden apoyo, veo a través de las cámaras para asegurarme que vengan solas, les abro y cuando entran a mí casa trato de calmarlas; les brindó consuelo, las abrazo, les digo que lloren todo lo que quieran para que se desahoguen”, comentó la activista social.
De acuerdo al problema que este enfrentando la víctima, Ana Teresa se comunica con un organismo de ayuda para canalizar la situación, puede ser la Defensoría del Pueblo o Fiscalía. Mayormente son mujeres venezolanas las que pasan por esta situación y nosotros las reubicamos en casas de paso donde tiene psicólogos que las tratan”.
La activista organiza capacitaciones y talleres para que las mujeres aprendan un oficio que les permita incursionar en el campo laboral. Así mismo imparte charlas sobre la violencia de género, explotación sexual y esclavitud laboral, flagelos que azotan la zona de frontera.
“Aquí hay mucha prostitución infantil. Hemos encontrado niñas de 6 y 10 años pidiéndole dinero a los borrachos o tomando cerveza con ellos. Cuando le preguntamos a la niña ‘¿Dónde están sus padres?’, hemos advertido que estos están en casa y si uno les reclama por dejar solas a sus hijas, responden: ‘ellas saben cómo defenderse y nos ayudan con los gastos de la casa’”.
A pesar de recibir apoyo de algunos organismos internacionales, Ana Teresa confiesa no tener el suficiente respaldo para poner en marcha los proyectos que beneficiarían a un mayor número de mujeres y niñas en la zona fronteriza entre Táchira y Norte de Santander. La colombo venezolana ha recibido incontables galardones y reconocimientos por el trabajo social y comunitario que cumple con los migrantes y retornados.
***Está crónica de Diario La Nación forma parte del programa Red de Mujeres Constructoras de Paz***