“Es muy bonito ver como alguien que llega sin saber nada, aprende y después es capaz de realizar hermosos trabajos”
Norma Pérez
María Marlene Meza Vidal suma más de la mitad de su vida como docente de la Escuela de Labores de Rubio, donde ha sido maestra de pintura, gastronomía, manualidades, bordado, tejido y directora encargada.
Llegó a este mundo con una habilidad innata para realizar trabajos manuales, y son innumerables las personas que junto a ella, desarrollan sus aptitudes, pues a sus 72 años de edad permanece activa en las aulas, compartiendo sus conocimientos.
“Me fascina enseñar, Dios me dio la paciencia necesaria para hacerlo, he trabajado con niños y adultos. Es muy bonito ver como alguien que llega sin saber nada, aprende y después es capaz de realizar hermosos trabajos. Eso me produce alegría y una gran satisfacción”.
Aun cuando nació en Tovar, estado Mérida, desde su infancia, se radicó en la capital del municipio Junín con su familia. Es la mayor de diez hermanos; estudió comercio y después se graduó de bachiller. En 1988 se incorporó a la Escuela de Labores, donde permanece desde hace 35 años.
Durante algún tiempo, también dio clases de formación para el trabajo en el liceo Carlos Rangel Lamus y dictaba cursos a los docentes en las escuelas.
“Mi padre fue un artesano de la madera, todavía conservamos en la casa portales y ventanas decorativas que él elaboró. Pienso que tengo esa herencia, siempre me gustaron los trabajos artísticos y me dediqué a aprender a pintar, bordar y tejer”.
De cualquier objeto listo para desechar hace un adorno, un retazo de tela se convierte en caballito, gallina, elefante, ratón o muñeca, Aprovecha, botellas, cartones, envases. Todo, en sus manos, se transforma.
Se siente orgullosa de no haber faltado ni un solo día a su trabajo en la Escuela de Labores: “nunca he faltado ni por enfermedad, ni por la muerte de mis padres. Responsabilidad ante todo. Para qué me quedo en mi casa si todavía puedo enseñar”.
Misión de vida
Como lo ha hecho desde hace más de tres décadas, esta docente de espíritu y vocación acude por las tardes a la sede de la Escuela de Labores, la que considera su casa grande.
Esta institución está próxima a a cumplir 77 años de su creación. Nunca ha tenido una sede propia y donde se encuentra actualmente, presenta signos visibles de deterioro, que acusan la falta de mantenimiento.
“Cuando comencé a trabajar, los grupos eran de unas cuarenta estudiantes; pero con el transcurrir del tiempo disminuyeron considerablemente. Ahora tenemos máximo quince alumnos por curso”.
Allí se realizan tres lapsos; en diciembre hay una exposición con todo lo relacionado a la época navideña y en julio, se hace otra de fin de curso. Funciona con la modalidad de año escolar.
“Anteriormente, no había límite de edad para ingresar, ahora deben tener quince años cumplidos. Muchas jóvenes y adultas formadas aquí, después ponían su pequeño negocio y les proporcionaba ingresos. Eso es muy satisfactorio, al igual que saber que mis discípulas ahora son profesoras en otras Escuelas de Labores”.
Recuerda que atendió niñas de condición especial, acompañadas por una trabajadora social. “Son muy curiosas e inteligentes. Tienen grandes habilidades para aprender. Poseen otros dones”.
“Las alumnas encuentran aquí un lugar para salir de la rutina, se distraen con las clases, les sirve para relajarse. Es importante entenderlas y escucharlas. A veces llegan deprimidas, por la situación económica tan difícil; aprender a pintar, tejer o a bordar las ayuda a concentrarse y a dejar de pensar en sus problemas”.
Durante nueve años ocupó el cargo de directora encargada, donde tuvo la oportunidad de impulsar a la institución; pero nunca abandonó las aulas. Menciona que contó con un personal muy unido y eficiente.
“Cuando fui directora encargada, a fin de año hacia un acto especial para la entrega de certificados, eran cientos de mujeres que se preparaban y salían con conocimientos que les servían para emprender o para aplicarlos en sus hogares. Fueron momentos que guardo en mi corazón; visitaba centros educativos en los diferentes municipios del Táchira. Ahora, todo se acabó”.
Con sus años de servicio, María Marlene percibe un sueldo quincenal de 220 bolívares. Aun cuando esta precariedad no hace mella en su interés por enseñar, considera que son tiempos complejos y se deben hacer esfuerzos para subsistir.
Amar lo que se hace
“Durante la pandemia, inicialmente se suspendieron las clases. Después, atendía a las alumnas en mi casa, de manera individual; les daba las instrucciones correspondientes para que practicaran. Fue una etapa muy difícil, lamentablemente fallecieron muchas estudiantes, pero ya la superamos”.
Son incontables los reconocimientos que ha recibido durante su actividad profesional. Fue jurado en numerosos concursos, de los que recuerda como anécdota que en una ocasión, alguien mostró unas manualidades que le mandó a hacer como si fueran propias, y le iban a dar el primer lugar.
“Toda la vida me ha gustado enseñar. Porque los conocimientos se transmiten a las demás personas para que los aprovechen, pero de manera correcta, con honestidad”.
Aun cuando no sonríe con facilidad, se define como una persona alegre, que siente que cumple con la misión que Dios le encomendó para su existencia.
“Lo que hago, para mí no es un trabajo. En periodo de vacaciones también enseño. Es parte fundamental de mi vida. Mi entusiasmo no decae a pesar de las circunstancias. Agradezco a Dios por la fortaleza que me da. La escuela es mi segunda casa, allí paso mi tarde feliz”.
Recientemente María Marlene Meza apagó las velas de su cumpleaños número 72, rodeada de sus familiares, compañeras de trabajo, adornos y muñecos. Con una enorme gratitud en su corazón por hacer lo que más le gusta y por las manos que Dios le dio.