Por lo menos 500 emigraron. La mayoría, los que siguen brindando atención, resienten ese déficit, en un sistema público recargado de pacientes cuyas pólizas de salud alcanzan para muy poco. Ejercen, desde viendo placas en el celular hasta cubriendo labores de enfermería
Daniel Pabón
5.500
médicos, aproximadamente, se han inscrito en la historia del Colegio del Táchira, el primero que en 1941 se constituyó en el país y que fue clave en la creación de la FMV.
22.000
médicos de todo el país, aproximadamente, se han marchado, según la Federación Médica Venezolana. Como destinos, puntean Chile, España y Argentina.
Muchos miran el reloj en el piso 6 del Hospital Central de San Cristóbal. A las afueras del área quirúrgica, el tiempo se vuelve más lento. Adentro, en el estar de médicos -una sala rectangular de cerámica gris- Denis Santos tiene un chance para sentarse, aunque en esta guardia la especialista en cirugía general tiene 12 pacientes en cola para operar.
Por sentarse un momento no está demorando la intervención de nadie. Espera. En Venezuela, el número de pacientes que opera cualquier hospital público es directamente proporcional al número de familiares que completan el material quirúrgico requerido. Son las 4:00 de la tarde y, hasta ahora, han sido cuatro los que han llevado todo. El insumo que más piden: suturas.
-¿Cómo, si la gente ha visto y leído en los medios que cada tanto despachan materiales? Sí llegan cosas, pero como llegan se gastan -responde un enfermero, y confirma Santos-, porque se trata de un centro asistencial de alta envergadura que en sus 10 pisos brinda salud a usuarios de varios estados del país y hasta del Norte de Santander.
Ayer se conmemoró el Día del Médico en Venezuela, en memoria del natalicio de José María Vargas, y en el Táchira se vivió impregnado del recuerdo de quienes se fueron: aproximadamente 500 en el último año, sin contar el subregistro de los que no notificaron ni solicitaron documentos, según datos del colegio profesional que los agremia.
La emigración de otros sobrecarga las guardias de los que se quedan. Si antes poblaban el área quirúrgica del Central 18 cirujanos, ahora pueden ser 14. Aquí, los otros cuatro no únicamente se fueron del país, sino que encontraron mejores oportunidades de ingresos.
En todo caso quedan menos, para servir a más gente: como ya la mayoría de pólizas de seguros no alcanzan para cubrir ni una emergencia en una clínica privada, al único hospital tipo IV del Táchira -el último eslabón del sistema sanitario a donde deberían ser referidos solo los pacientes más complicados- llegan casi todos para todo tipo de cirugías.
Así, se ejerce entre adelantos y retrocesos: “A pesar de que tenemos innovaciones para estudios diagnósticos y terapéuticos, ahora se tiene que ser más guerrero en la medicina porque uno se enfrenta con deficiencias en muchos aspectos”, dice Santos, la única médico de su familia, con una década de experiencia en el sector público.
La falta de acetatos, por ejemplo, obliga desde hace tiempo a los doctores a acercarse al servicio de radiología a tomarle fotos con sus celulares a la pantalla de la computadora para hacerles zoom y detallar las placas. Ella lo hace, en promedio, dos o tres veces por semana.
Los que hacen falta
Es miércoles por la mañana y en la emergencia de adultos del Hospital del Seguro Social los dos especialistas de cardiología, dos de medicina interna y el único interno de guardia están igual de ocupados llenando historias, resolviendo dudas de familiares y observando pacientes en las 26 camas y 10 sillas del servicio. Hacen falta, sobre todo, médicos internos; los que son el primer “filtro” -así les dicen- que recibe al paciente. Tanto, que algún día de la semana no hay.
En la emergencia pediátrica, un par de pacientes junto a sus madres dialogan con una enfermera que, aclara, está adscrita a otra área del centro asistencial. Si a esa hora no está el pediatra, es porque la única de guardia subió a piso a pasar revista y cumplir otras tareas.
En el hospital del Seguro, a los médicos les ha afectado el déficit de enfermeros en servicios clave como pabellón, donde las cirugías electivas están “estancadas”, indican residentes. En la consulta, a los de bata blanca les toca en ocasiones asumir el trabajo propio de enfermería, como recibir al paciente, pedirle los datos y solicitar la historia.
En posgrados como el de traumatología existen seis cupos por cada uno de los cuatro años; a la fecha, se forman nueve residentes y quedan 15 plazas vacantes. La especialización que menos cirujanos mantiene, sin embargo, es la de Medicina interna.
36 horas de vocación
En la sala de shock de la emergencia de adultos del Hospital Central de San Cristóbal, un rock suave desestresa el puesto de médicos. Emily Montilla está encargada de los ingresos, y hasta de minimizar el volumen cuando la situación lo amerita. Entre las 12 camas y las 6 sillas que tiene enfrente, la residente del primer año de Medicina interna evalúa quién cumple criterios de hospitalización y está pendiente de cuál debe subir a piso o recibir el alta.
Lo hace, aclara, “siempre en equipo”. Un equipo que, a sus espaldas, no se detiene. Un equipo reducido a fuerza de algunas renuncias, por los bajos salarios. En esta guardia la acompañan dos internos, seis pasantes y un solo enfermero que, cuando no se da abasto, es apoyado por los médicos con la administración de tratamientos o la toma de muestras. Eso sí: reactivos para hematología no hay, se escucha decir entre ellos.
“No solo estamos recibiendo más pacientes, sino que llegan en peores condiciones porque no hay medicamentos. Y, como no hay medicamentos, se descompensan y eso incide en mayores infartos, mayores eventos cerebrovasculares y afectaciones renales”, describe Montilla, quien cumple hasta 36 horas continuas de trabajo.
Cuando tiene guardia, la joven médico ingresa el día uno entre 5 y 6 de la mañana y egresa el día dos hasta las 5 de la tarde. Luego cuatro horas de sueño le son suficientes, porque también debe estudiar para las evaluaciones del posgrado; y, por si fuera poco, regresar al día siguiente otra vez entre 5 y 6 de la mañana. La beca-trabajo de los únicos 10 residentes de medicina interna –narra- es de alrededor de 300 mil bolívares la quincena.
Con fe en Dios, la residente Emily Montilla celebró por segunda vez el Día del Médico: “Ha sido difícil, todo es sacrificio, pero no me imagino haciendo más nada en la vida. No tengo en mi mente irme del país”. La cirujano Denis Santos, la misma que afirma que cada día se tiene que ser más guerrero en la medicina, también se autodiagnostica firme: “Quiero seguir ejerciéndola, no quiero irme. Tengo confianza todavía en mi país”.