Tachirenses en el mundo

La extraordinaria experiencia de vivir para aprender #Tachirenses en el mundo

23 de julio de 2021

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Con una trayectoria consolidada que lo respalda, el ingeniero en computación Tiberio Martínez Ardila, creó su compañía MTZ Group, en Australia, por medio de la cual trabaja con las empresas más grandes de ese país

Norma Pérez M.


Junto a su esposa e hijas.

 

De pequeño a Tiberio Augusto Martínez Ardila le apasionaba desarmar objetos para conocer cómo funcionaban. Una vez satisfecha su curiosidad, muchos se quedaban sin volver a su estado original. Aptitud que de adulto relaciona con su inclinación por la ingeniería.

Esa inquietud por indagar lo condujo hacia otro mundo de conocimientos, incipiente en los inicios de los años 80: la computación.

“Cuando tenía diez años de edad, en esa época no había computadores, vivía en Valle de la Pascua. Un vecino era ingeniero en computación y trabajaba para una empresa petrolera.  Él era una de las pocas personas que tenía un computador en su casa. Aunque nunca lo vi en uso, porque estaba dañado, este hecho fue sorprendente, y quedé absolutamente enganchado”.

Actualmente, este tachirense, ingeniero en computación con una trayectoria consolidada que lo respalda, vive en Australia, donde fundó su compañía MTZ Group, a través de la cual trabaja con las empresas más grandes de ese país.

Su convicción es firme cuando manifiesta que no importa en qué lugar del mundo se encuentren para surgir y avanzar:

“Es la primera vez en la historia de la humanidad que toda la información está disponible y es gratis. Es algo que nunca había pasado y que mucha gente todavía no ha aprendido a aprovechar. Siempre se puede aprender algo útil. La habilidad más importante que un ser humano puede tener en este momento es aprender sin que nadie lo esté enseñando”.

Un tema del que puede hablar con propiedad, pues posee un espíritu acucioso por descubrir y adquirir nuevos conocimientos. En su devenir lo acompaña la extraordinaria experiencia de vivir para aprender.

Camino a seguir

El 23 de septiembre de 1970 marca el nacimiento de Tiberio Martínez Ardila en San Cristóbal, donde pasó sus primeros años de vida para después radicarse por un tiempo en Valle de la Pascua.

Recuerda que en 1981, su tío compró un computador básico, que se conectaba al televisor. Para el jovencito intentar usarlo por unos diez minutos fue una experiencia impresionante. Ahí decidió que quería aprender a utilizarlos.

“Mi papá y mi tío tenían una oficina de cálculo y sintieron la necesidad de incorporar un computador, viajaron a Caracas y compraron muchos libros sobre programación, que nunca usaron. En unas vacaciones empecé a leerlos. Al concluir cada capítulo había ejercicios, que hice en papel y lápiz. Hubo un momento en que mi cabeza hizo click y entendí el funcionamiento de estos equipos”.

Con los ahorros que tenía de los obsequios que recibía por sus cumpleaños y navidad, le pidió a su papá que le comprara un computador muy elemental, tenía 16 colores; empezó a programar y a ver por primera vez, que lo que hacía en papel funcionaba en el mundo real. Para él fue lo más maravilloso que había visto.

Regresa con su familia a San Cristóbal, donde finaliza su bachillerato. Después ingresa a la Universidad del Zulia en Maracaibo a estudiar ingeniería civil: “A pesar que estaba claro con lo que quería, la informática era tan nueva que no se entendía que podía ser una especialidad o tener algún futuro”.

Cursó el primer semestre en ingeniería civil, pero hubo una huelga de profesores muy prolongada y surgió una solución para esta circunstancia: “a los pocos meses, unos familiares se ofrecieron junto con mi papá, para pagarme la carrera de ingeniería en computación, en la Universidad Rafael Urdaneta. Una de las mejores oportunidades que se ha presentado en mi vida”.

En la universidad le fue muy bien, pues traía la experiencia de haber programado desde seis años atrás. “Tenía un computador obsoleto, chiquito, pero la lógica de programación es la misma. Esa fue una ventaja tremenda para mis estudios”.

Durante toda la carrera se mantuvo como uno de los mejores estudiantes; en los periodos de vacaciones realizaba trabajos de programación que le permitieron comenzar a aplicar los conocimientos adquiridos y fueron el soporte para su tesis de grado. Al graduarse en 1993, se ubicó entre los primeros lugares de su promoción.

Mientras trabajaba en esos contratos, que hacía desde San Cristóbal, empezó a buscar otros proyectos y funda una compañía, por medio de la cual prestaba sus servicios a diferentes empresas.

“Todo era rudimentario, pero tuve un gran aprendizaje al brindar servicio de desarrollo de software, que se hacía a la medida. Realmente era un trabajo muy laborioso”.

Una de sus grandes satisfacciones fue cuando pudo comprar un computador de la más reciente tecnología para ese momento. “Fue algo maravilloso, no podía creer que había tanto espacio en el equipo; ahora esa misma capacidad, 40 megas, no la tiene ni un reloj”.

Avanzar y diversificar

Con una empresa que lo contrató y manejaba tecnología de punta, incursionó en el área de redes, lo que le permitió profundizar en este campo. “Comencé a prestar mis servicios en este ámbito porque no había muchas personas especializadas en software y configuración. Aprendí sobre la marcha, esto cambió la orientación que traía, que era sobre desarrollo de software, y después me incliné hacia el mantenimiento del sistema”.

Tiempo después, por sugerencia de su padre, formó parte del personal docente de la Universidad Nacional Experimental del Táchira: “Cuando comencé a dar clases a los alumnos de ingeniería electrónica, que tenían el gusto por aprender, sentí gran afinidad por enseñar”.

Al iniciar la carrera de ingeniería informática, se incorporó a dictar la asignatura de programación, que conocía a fondo, porque llevaba casi veinte años programando.

“A esos muchachos de la primera promoción de ingeniería informática, terminé dándole prácticamente la mitad de la carrera, porque en la medida que se abrían materias en los semestres más avanzados, yo subía con ellos. Hubo algunos que me vieron hasta casi cuatro años. Y cuando iban a terminar los asesoraba con la tesis de grado”.

De esa experiencia trae a su memoria, las palabras del profesor Miguel García, actual Decano de Postgrado de la institución “Aquí en la Unet les puede exigir a los alumnos todo lo que quiera, pero en igual medida tiene que darles las herramientas; así puede exigirles lo que desee. Esa era la apreciación que había en la universidad en el año 1997”.

Debido a esto, cuando comenzó a dar clases en ingeniería informática, iba mucho más allá del requerimiento de la asignatura; para él lo más importante era que aprendieran por ellos mismos el valor de lo que eran capaces de hacer.

“En esa época internet era novedosa, había grandes limitaciones, fuimos parte de ese proceso. Estos muchachos de las primeras promociones que como estudiantes me odiaban con pasión, una vez graduados terminaron como mis amigos, porque comprendieron la importancia de lo aprendido”.

Nuevos rumbos

Una vez concluido su ciclo en la Unet, donde permaneció doce años, empezó a considerar otros escenarios.

“En una ocasión, mi mamá compró el libro “El hombre más rico de Babilonia”, y lo leí. Es una lectura obligada para quien desea mejorar sus finanzas personales, aprender a manejar su dinero; me impresionó algo que tomé como aprendizaje: hay que estar preparado para cuando la oportunidad se presenta. Me quedó grabado y lo he tratado de transmitir a todo quien lo ha querido oír. La suerte es estar preparado para cuando la oportunidad se presenta”.

Con la visión de ampliar sus horizontes, dio inicio a la búsqueda de alternativas para emigrar del país. Su orientación laboral había cambiado de infraestructura, redes y administración hacia la seguridad de sistemas.

“En esa búsqueda había tomado exámenes de certificación en una tecnología específica, como parte del proceso de prepararme, era algo que muy pocas personas realizaban. Había una de las certificaciones, en seguridad de sistemas, que fue muy difícil, pero también muy apreciada.

Encontró un artículo que hablaba de Australia. Había una empresa que tramitaba las visas de residente permanente; el proceso demoró dos años, pero la obtuvo. Viajó hasta allá y conoció algunas ciudades.

Un tachirense que destaca en el mundo.

“Nos mudamos a Bogotá, una ciudad espectacular, y estuvimos allá tres años. Una vivencia interesante, me desempeñé como profesor en la Universidad de La Sabana y trabajaba por internet desde la casa en el mercado financiero”.

En el año 2008 ocurre la crisis financiera mundial y aunque no sufrió grandes pérdidas, toma la decisión junto con su esposa de viajar a Australia. Ya tenían dos hijas y venía otra en camino.

“Llegamos a Perth; una ciudad muy bonita, ubicada en el estado más grande de Australia, su actividad principal es la minería. Después de cuatro meses conseguí mi primer trabajo en un departamento del gobierno, donde me encargué de la administración de servidores”.

Considera que llegar a un país nuevo es algo único; “es terrible cuando nos dicen cosas que sabemos y no las podemos demostrar porque falta el idioma o no somos capaces de expresarlo; esto es frustrante”.

Después de dos años, se incorporó a un consorcio petrolero; ahí permaneció hasta que creó su empresa, actualmente en franca expansión.

“Una de los aspectos más difíciles para las personas que emigran es el primer trabajo. Fue extremadamente duro, porque no es igual manejarse en inglés, que salir a vivir en inglés”.

Adaptarse y continuar

Después de diez años en Perth, Tiberio Martínez está familiarizado con la ciudad, el país y su cultura; esto le permite desenvolverse con mayor comodidad en el campo laboral.

Lo acompañan su esposa Siana, quien es abogado y sus tres hijas: María José que va a comenzar la carrera de Ciencias de Datos en la universidad, Daniela, estudiante de bachillerato y Valeria, que es alumna de primaria. Todos tienen la nacionalidad australiana.

“Algo único de esta nación es que todos somos inmigrantes y todos somos australianos, sin clases sociales; todo el mundo vale. Es algo que los países latinoamericanos deberían aprender”.

Además de vender servicios de consultoría, su empresa se encarga de desarrollar aspectos puntuales, para los que en ocasiones requiere contratar personal que se encargue de ciertas áreas.

“Actualmente trabajo con automatización, que siempre me ha gustado y sobre todo vi una oportunidad en la parte de computación de nube. Uno de los aspectos más interesantes es que al australiano le gusta la tecnología y la abordan sin temor de cometer errores; buscan la razón de ese error, así como las alternativas de resolverlo y qué deben hacer para evitar que vuelva a pasar. Así también se maneja el país”.

Como un profesional cuyo aprendizaje y formación ha ido a la par de los avances tecnológicos, afirma que ésta una época donde las cosas cambian cada dos semanas y por lo tanto, hay que prepararse para seguir este ritmo sin quedarse rezagado.

“Antes los ciclos eran cada tres o cinco años; con la era de internet hay acceso instantáneo a todo. En este momento, es importante más que nunca estar preparado. Anteriormente aquí, un profesional para ejercer debía tener unas calificaciones mínimas, pero ahora para realizar un trabajo solo se necesita que sepa hacerlo. La información está en internet y es gratis. Solo espera que alguien que tenga interés y disciplina, en lugar de perder el tiempo en banalidades que no enseñan nada, utilice internet como una herramienta y no espere a que lo usen como un producto”.

Su consejo, estudiar, conocer y prepararse para responder a las oportunidades que se presentan:

“Es muy importante prepararse; aquí la gente no necesita tener grandes conocimientos para ganarse la vida. En el caso de Venezuela, todas esas personas que fueron a la universidad y se graduaron están por el mundo utilizando esos conocimientos que tienen. Para quienes aún no ha llegado esa etapa de la vida, tienen que prepararse lo más que se pueda”.

En esta era de la información, Tiberio Martínez Ardila es el más claro ejemplo a seguir.

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