Nos ufanamos muchos de tener nuestros buenos modales. De ser cautelosos, precavidos y hasta muy parcos al hablar. Pero lamentablemente descuidamos las conversaciones habituales, dichos, palabras y modismos en la charla cotidiana. Algunos siguen diciendo suidad por ciudad para identificarnos, suidadanos en lugar de ciudadanos, como acentuaba cierto gobernante hasta en sus alocuciones oficiales desde el “Palacio de los leones” de San Cristóbal. Por más que nos corrijan, reprueben o critiquen, estamos empecinados en llamar yerna a la nuera. Y así, el caraqueño nos atosiga con el chico, el vale y el guá al igual que el marabino abusa del vos, el mirá y la molleja; en el Táchira porfiamos con el ala, la vaina y el toche. También con una guará y ¡Ah mundo, Barquisimeto! entre los larenses. Como tantos modismos en Oriente, Bolívar, los llanos de Barinas, Guárico y diversas regiones más en el resto del país. Los auténticos venezolanismos, algunos de los cuales han sido aceptados por la Real Academia de la Lengua y se clasifican en el DRAE. Incluso en las ambiguas parrafadas parlamentarias nacional o en las rigidez protocolaria académica. Aunque el mal habla no solo irrumpe en el parloteo familiar o callejero a nivel mundial y en todos los idiomas. También surgen en algunas insulsas reseñas periodísticas. Pero la distorsión filológica del léxico audio televisivo nacional, rompe todos los esquemas cuando oímos anunciar a determinados locutores con indocta voz engolada: “ingresó sin signos vitales al Hospital el cadáver del ciudadano que en vida se llamó…” Genuina antología en la abulia del sofisticado lapsus linguae radiofónico.