Cultura

“En el momento en que me acepté, agarré el éxito entre mis manos”

13 de diciembre de 2021

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La música y el amor a sus pupilos, especialmente los que con ella comparten una similar circunstancia física, son las luces que iluminan el camino de Melba. (Foto/Tulia Buriticá)

Freddy Omar Durán

Melba Yaneth Osorio de Bohórquez, desde una silla de ruedas y con su visión apagada, se levantó y gestó una carrera, más que para destacar como artista, para hacer de la música un instrumento magnífico, para que otros en igual condición de discapacidad visual se superen y sean útiles a la sociedad

Ni lástima, ni admiración vana, las personas con discapacidad, de cualquier tipo, lo que piden es el reconocimiento de ser ciudadanos, ante una sociedad que debe aprender a ajustarse a su condición y no en sentido contrario, como normalmente se piensa, y debe aprender de su voluntad de superación, mientras muchos con más optimas facultades físicas se resignan al enfrentarse al más mínimo obstáculo.

Melba Yaneth Osorio de Bohórquez ejerce la docencia musical a niños y niñas de cualquier condición, ya sea desde su propia academia, que maneja junto a su esposo Wilmer Bohórquez, desde el Sistema de Coros y Orquestas Juveniles del Táchira, como desde la Unidad Educativa Torbes, donde sus estudiantes adquieren las herramientas básicas para defenderse en la vida, y a quienes conoce en profundidad al compartir una circunstancia similar: la discapacidad visual.

Después de una doble intervención quirúrgica de un peligroso tumor, 11 horas en la columna y 4 horas en la cabeza, de eso ya casi un cuarto de siglo, con su vida en vilo, vino un proceso de formación personal, artística y académica, que pasó de aprender a recuperar la movilidad, hasta asumir la ceguera como daño colateral, y convertir a la música en el centro de su vida y su carrera profesional, habiendo alcanzado las licenciaturas de Música en la Unet, Educación Especial y Orientación de la Conducta.

Lo que para muchos pudiera haber sido el fin, para ella fue el comienzo, pero, por supuesto, no sobre una ruta idílica, sino abundante en dudas.

—Un tumor en la cabeza me generó hidrocefalia y las convulsiones atrofiaron mis nervios ópticos, cuando yo tenía 30 años. Fue bastante difícil arropar todo el entorno con la vista y estar en la total oscuridad; pero eso que me sucedió a mí me permitió desarrollar el oído, el tacto, y el resto de los sentidos, para poder más o menos defenderme en el espacio. Ahora lo puedo decir con calma, pero realmente fue traumático. El doctor Ramos, quien fue el que me extrajo el tumor, me indicó que había un 95 por ciento de quedar vegetal, porque se me iba a extraer mucho líquido de la médula ósea. Yo me aferré a eso, que no sabemos que es; pero es una fuerza grandísima del universo que es la fe, y me dije: yo voy a estar en ese 5 por ciento en que las cosas saldrán bien, comenzó su relato Melba Osorio.

En su trance de volver a redescubrir el mundo a través de su cuerpo, en una rehabilitación penosa, la falta de visión casi por dos meses fue un inconveniente secundario

—Me quedé en silla de ruedas un tiempo, porque las piernas se me secaron todas, y bueno con el poder de Dios, la terapia, la constancia, tuvieron que pasar 6 meses para poder caminar. En ese afán de superar el dolor y mi invalidez, lo que menos me causaba malestar era la vista. Era algo que aprendí a aceptar desde un principio, porque tenía muchas otras condiciones a nivel físico y mental que tenía que superar. Después de eso, tuve que arrancar y ajustarme a la nueva realidad que me tocaba vivir— confesó sin un ápice de amargura.

En medio de la oscuridad, una luz surgió, otra de las tantas sorpresas de su destino por esos años, y que al principio le trajo angustias.

—Yo tenía dos meses sin periodo, y los médicos adjudicaban eso a la misma hidrocefalia, al mismo descontrol de mi sistema nervioso. Yo sí me veía como muy hinchada y como estaba orinando por una sonda, lo relacioné con eso. Cuando me revisó el obstetra, se dio cuenta. Y ahí sí me dio una crisis, pues encima de todo, el médico me dice, muy campante, que la niña podría nacer con una discapacidad o malformación física por mucha descarga de radiación y medicamentos, y la anestesia. Cuando me dio la noticia era enero y me programaron la cesárea para marzo. Yo estaba pesando casi 40 kilos, nada. Me quedaba apenas un mes y pico para digerir esto, y me encerré, no quería saber de nadie. Y, gracias a Dios, Manuela nació sana, fuerte, grande, y hoy es una mujer inteligente y excelente músico: estudia octavo semestre de Pedagogía Musical, toca corno francés, cuatro, piano, y canta.

Antes de la pérdida de su visión ya tenía a Manuel, radicado actualmente en Argentina. El no estar ante sus hijos como madre derrotada, fue uno de los incentivos que tuvo para superar su condición.

—Dios quita, pero le da a uno grandes fortalezas, y mi periodo de maternidad fue increíble, y solo con los otros sentidos aprendía a entender el llanto, a medir las onzas en el biberón, a ponerle la mamila en la boca, a poner pañales –al principio dañó muchos-, a bañarla, vestirla. En eso se me pasó la etapa más difícil de aceptación de ceguera. Me preocupaba que los muchachos se fueran a sentir mal por mi condición:  todo está hecho y preparado para el que ve, para el que oye, para el que camina, para el que goza del habla, mientras que la sociedad no está dispuesta a aceptar en su entorno a una persona con discapacidad, considerada muchas veces como enferma y estorbo — narró.

Esas ganas de no resignarse, de no ser una carga, la llevaron a una serie de radicales decisiones: la primera, aceptar el consejo del profesor Douglas Cacique, uno de los músicos invidentes más destacados en el Táchira, de iniciarse en el lenguaje Braille y otras habilidades, a partir del despertar de los sentidos operativos; y la segunda, encontrar la independencia de la casa materna, y perfeccionar sus técnicas y ejecuciones instrumentales. En sus años de aprendizaje en la Escuela Torbes, descubrió a los infantes con ceguera irreversible de nacimiento y a ellos les prometió algún día ayudar.

—Fue un proceso bastante lento. Yo estaba viviendo en esos primeros años de ceguera con mi mamá y me di cuenta de que la sobreprotección no me estaba favoreciendo, porque todo lo me lo hacían, todo me lo servían. Entonces, yo decía: ¿así, cómo voy a avanzar? Claro, existía el temor de mis hermanos y mi mamá de que me caiga, de que me corte, de que me haga daño. Y, de paso, ellos atendiendo la niña. Pensaba en ¿qué podía pasar 20 años adelante? ¿Estaría yo sentada en una silla, en un rincón, siendo una carga?  Entonces, le dije a mi esposo, vamos a hacer algo, vamos a mudarnos de aquí, en nombre de Dios, pero por aquí cerca, por si necesitaba algo. Y en la vía principal estaban alquilando un apartamento pequeño, y fue ahí donde empezó la verdadera vida para mí. No crea que  todo fue tan bonito: me reventé por la frente porque me agachaba a recoger algo y no me percataba de un obstáculo; muchas veces me quemaba, pero uno sabe que, cuando uno quiere lograr algo, debe perseverar. Cada golpe me dejó una enseñanza, para procurar que no se repitiera. Una persona con discapacidades debe luchar muchísimo con sus habilidades para alcanzar su autonomía. En la medida en que es autónomo, es que se puede encajar en la sociedad— subrayó.

Actualmente residen en una vivienda de La Machirí, parte alta. Se desenvuelve a la perfección en su vivienda, y puede atender a quienes reciben allí clases particulares por parte de ella.

—Yo hago todo en la casa, incluso cocinar; a lo único que le temo es freír o meter las cosas al horno; de resto, preparo los alimentos, lavo, limpio Todo, todo. No puedo, eso sí, salir sola a otros sitios porque me desoriento fácilmente como consecuencia de mi lesión en la columna.

Casualidades o decretos que se cumplen a largo plazo, lo cierto es que Melba Orozco fue invitada a ejercer la docencia en la misma institución que “abrió sus ojos” para la existencia. Los requerimientos de una población invidente, parte de la cual lleva asociada otro tipo de discapacidades cognitivas y físicas, la obligaron a sacar dos carreras universitarias más. A veces, más que como profesora, su labor estriba en ser consejera espiritual de aquellos invidentes y sus familiares atrapados por la incertidumbre y la tristeza. Ni la pandemia cercenó su pasión de enseñar y, junto a su esposo y su hija, crearon la manera de impartir instrucciones y evaluar los avances educativos a través de notas de voz.

—Mientras yo estudiaba en la UNET, una profesora de la Zona Educativa me invitó para que tocara los himnos en un acto. Y a partir de ese evento me ofrecieron ser parte de la Escuela Torbes. Fue un decreto lo que dije en ese entonces y no me imaginaba que me iban a dar esa oportunidad. Hasta el sol de hoy sigo dando esa semillita, ese aporte de vida tan importante. La condición de ellos es la misma mía, conozco sus necesidades, cómo les puedo hacer llegar la información, cómo los puedo atender, y es una satisfacción grandísima que me ha permitido ver crecer cualquier cantidad de muchachos, de los cuales me enorgullezco. Hoy Estefani Sánchez y Brigite Barboza, ciegas de nacimiento, están estudiando en la UPEL, grandes músicos; Diego Bautista, que está en Bucaramanga, se luce como compositor, guitarrista y cantante; igual lo hace Lucía Medina en España; a todos ellos les di clases. Yo todos los días, cuando me despierto y pongo los pies sobre el piso, doy gracias a Dios por sentir el frío, por ir al baño, por lavarme, porque cuando una persona tiene los cinco sentidos bien ubicados no valora lo que uno valora, el sentir el sol, el canto de los pájaros y el viento. Yo le pido a Dios que me permita ser instrumento de paz y luz en el camino de otras personas que están pasando por lo que yo he pasado— acotó finalmente Osorio.

 

 

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