Frontera
La casa que alivia la fatiga de los caminantes en San Antonio
11 de junio de 2021
En la Casa de Alojamiento Temporal, niños, adolescentes y mujeres pueden pernoctar durante tres noches.
Desde que entró en funcionamiento y hasta la fecha, la Casa de Alojamiento Temporal ha recibido a 13.025 personas, de las cuales 5.648 son de sexo femenino y 7.377 masculinos.
La OIM y la Diócesis de San Cristóbal también hacen trabajos en las comunidades, con “ollas solidarias” y entrega de kits de higiene.
Por Jonathan Maldonado
En un rincón del ala central de la Casa de Alojamiento Temporal, ubicada en San Antonio del Táchira, se hallaba sentada Marlyn Medina, de 27 años, junto a su hija, de siete años. Ambas se disponían a comer. En sus rostros aún se asomaban las marcas del cansancio dejadas por una travesía que duró más de cinco días.
La sopa que le sirvieron no fue consumida de inmediato. Medina fue hilando parte de las peripecias que vivió durante su camino hacia la frontera. “Vengo de Maracay”, soltó mientras removía con la cuchara la comida. “Durante el viaje, caminamos varios kilómetros y otros trayectos los hicimos en aventones, en camiones, carritos y hasta en moto”, resaltó.
Para la joven, la posibilidad que tiene de migrar a Colombia no le asusta; al contrario, se siente tranquila y con la fe puesta en el porvenir. “Donde vivimos está muy difícil, lo que se gana no alcanza para comer y yo tengo dos niñas”, prosiguió, al tiempo que dejaba claro que su destino es la ciudad de Bogotá.
A su niña menor la dejó con su mamá. “Es doloroso dejar a un hijo e irse a otra nación”, aseguró con el dolor de la madre reflejado en cada una de las palabras proferidas. “Sé que con el tiempo podré traerla junto a mi madre”, resaltó mientras miraba a su hija mayor, quien se encontraba justo a su lado.
Pese a la fatiga que sentía, aún estaba indecisa en la opción que le daban en la casa de alojamiento, de quedarse por tres días. Medina toma la primera cucharada de sopa y prosigue: “no he decidido todavía. Puede ser que me quede una noche, para descansar un poco más», dijo.
Al final, decidió tomar dos de las tres noches ofrecidas en la casa. Quienes ingresan al recinto, donde fungía antaño la Casa Parroquial, se topan con un pequeño oasis, marcado por una arquitectura de época, cuyas áreas verdes le confieren una tranquilidad que pocos desean abandonar.
“El trato y atención han sido muy buenos. La persona que nos iba a guiar nos recomendó pasar por acá, pues el río está crecido y no es recomendable que crucemos así”, acotó quien recibió un kit de higiene de parte de la Organización Internacional para Migrantes (OIM) y de la Diócesis de San Cristóbal, encargadas de la custodia y cuidado de las instalaciones.
“Educar para entender y aceptar, es cuestión de humanidad”
En una de las paredes de la casa está estampada la frase “Educar para entender y aceptar, es cuestión de humanidad”. Junto al mensaje, hay una imagen con un grupo de manos juntas, que representan la unión entre los seres humanos, sin importar su religión, credo, color de piel o sexualidad.
La casa, restaurada por la OIM, organización miembro del Sistema de Naciones Unidas, fue inaugurada el pasado 30 de marzo, en un acto en el que participó el alcalde del municipio Bolívar, William Gómez. En esa ocasión, hubo una exposición por parte de los encargados, que mostraron el antes y después de la estructura.
Tres cuartos, con áreas para bebés, 14 camas y baños para discapacitados, conforman parte de la edificación. “Llegamos a la casa por recomendación de unos ciudadanos que nos advirtieron que las trochas estaban cerradas por inundación del río”, señaló Carmen Castillo, de 35 años. Una vez culminaron de comer, recibieron el kit de higiene y las copas menstruales.
En lo que lleva de funcionamiento, han arribado a la casa 13.025 personas, de las cuales 5.648 son de sexo femenino y 7.377 masculino. Los hombres que llegan cuentan con todas las atenciones, menos el beneficio de alojamiento, exclusivo para mujeres, niños y adolescentes,
Castillo entró a la casa con otras progenitoras, con quienes se tropezó durante su viaje desde Acarigua hasta San Antonio del Táchira. “Lo más difícil ha sido caminar por varios días”, agregó con una sonrisa que denotaba el nerviosismo que la acompañaba.
La necesidad la empujó a migrar en un momento signado aún por la pandemia. “Me da cierto temor, pero la situación en mi ciudad está muy difícil y el trabajo no da”, detalló quien vendía café en su zona. “En Cali, adonde voy, me espera mi hijo, quien lleva tres años residiendo allá”.
“Pensé mucho para migrar, pues me da algo de miedo”, indicó quien desconoce cómo es el escenario al momento de cruzar a Colombia por los caminos verdes, mejor conocidos como trochas. “Es la primera vez que vengo por esta zona”, aseveró.
La casa mantiene un silencio que es interrumpido, constantemente, por los gritos de los niños. La comodidad del recinto se ve reflejada en los espacios que fueron rescatados durante los trabajos de remodelación. En semana flexible suele llegar más gente que en las radicales.
Marlyn y Carmen no se conocieron. La primera llegó dos días antes y salió en horas de la mañana, rumbo al vecino país por los caminos verdes. La segunda arribó horas después de que la joven dejara la estructura. A las dos las une el proceso de migración y todo lo que engloba las peripecias que deben enfrentar en el camino.
“La esperanza no se puede perder”, enfatizó Castillo mientras se disponía a salir de la estructura tras haber descansado un par de horas y consumir el almuerzo recibido. “Estamos muy agradecidos por tan lindo y especial trato”, manifestó a modo de colofón.