Opinión

Fin de año sin reforma

21 de julio de 2019

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Gustavo Villamizar Durán

Culmina el lapso escolar 2018-2019, momento especial para revisar lo que aconteció en él y lo que significó para el adelanto de la muy urgente transformación del cada día más deteriorado modelo educativo. Ha sido un año atípico, para utilizar una expresión muy común entre los directores de equipos de fútbol a la hora de justificar resultados ingratos, porque en este lapso la labor cotidiana de la escuela se vio interrumpida en muchos centros de todo el país, aun cuando en esta ocasión la causa de tales alteraciones no fue la violencia política. Para más, desde los primeros días de enero se soltó el golpe de estado permanente que desde entonces pesa sobre el país y sus gentes, con todos sus singulares elementos humorísticos, lamentables y trágicos. Eso por un lado y por el otro, es decir al relativo a los planteles, resulta fácil observar que el trabajo no fue exactamente algo destacable y menos aún, los esfuerzos por cambiar algo aunque pequeño en la rutina diaria de nuestro sistema escolar.

Este sopor que va consumiendo días y horas de docentes, educandos y todo el que participa en su cotidianidad, parece alcanzar  situaciones extremas. Nuestro sistema escolar ha entrado en una suerte de marasmo en el que el propósito fundamental de enseñar y aprender no constituye  el centro de atención. Ese desgano que cunde diariamente en los planteles, matizado por algunos eventos más de celebración de efemérides que pedagógicos, es la cruda expresión de un profundo deterioro del modelo educativo vigente, aun cuando se declare la puesta en marcha de una transformación que no aparece.

Tiempo es de reiterar que las crisis educativas no son meramente administrativas o de funcionamiento, sino sobre todo paradigmáticas y/o nocionales. Es decir, lo que entra en crisis no es tan solo la organización de sistema escolar, las condiciones laborales o la dotación de recursos para el trabajo, sino las nociones que sirven de base a los modelos educativos: aprendizaje y enseñanza y las demás que de ellas se desprenden.  Es el cuerpo nocional,  cimiento de la labor esencial de enseñar y aprender propia de la escuela, lo que hace rato está en quiebra y requiere una revisión a fondo. Son los principios que sostienen el modelo conductista implantado mediante las reformas de los 70 y 80 del siglo XX, los  que en su agonía están haciendo estragos en nuestra educación. Es ese modelo que llenó nuestras escuelas de planificaciones en “términos de conducta observable” reducida a los 28 verbos de una insostenible  taxonomía, nos colmó de habilidades y destrezas como objetivos básicos del aprendizaje,  colocó en los planes de trabajo a alumnos y maestros en la  columna  de los recursos compartiendo espacio con el pizarrón, la tiza, los textos o el video beam, puso a los docentes a “administrar programas como forma de adelantar la instrucción”,  instituyó el texto didáctico con sus pildoritas elementales respecto a todos los saberes, saturó el lapso escolar de evaluaciones objetivas,  y nos hizo creer que marcar con una X o completar una oración eran formas de expresión  del saber.

No hay transformación del modelo educativo en tanto que no se involucre como factores protagónicos a los docentes y ello es imposible sin una  sólida preparación teórico-práctica que  propenda a cuestionar los principios pedagógicos básicos y se supere la creencia de que propósitos tan ambiciosos se alcanzan mediante  simples instrucciones para “adiestrar” a actores insustituibles. La circunstancia se agrava porque  los materiales relativos a las reformas que se han hecho públicos,  tienen un carácter de informe burocrático, resultan muy pesados, carentes de encanto o motivación para abordarlos.

En tales circunstancias, se me ocurre, para ofrecer a los educadores un material básico asequible, que logre interesarlos en el debate educativo y la práctica transformadora, sin que se conviertan en complicados procesos, una idea que está a la mano aunque requiere una importante inversión. Sin haber consultado a la autora y sin que medie para nada el afecto de una larga amistad, me atrevo a lanzar la propuesta  al Ministerio del Poder Popular para la Educación, si fuere posible,  hacer una edición especial del libro “La Investigación en la Escuela – Casa de la  Cultura. Proyectos, actividades y recursos”, publicado por la Profesora Aurora Lacueva, el cual considero con absoluta sinceridad, como el trabajo más importante en  materia educativa aparecido en los últimos tiempos en el país. Esa edición debe  llegar a todos los planteles y docentes desde educación inicial hasta la secundaria general y técnica,  con la intención de convertirlo en el elemento primario  para la discusión del proceso transformador y el impulso que este requiere desde la práctica pedagógica cotidiana, lo cual no descarta el acceso y uso de otros autores y propuestas alternativas. Por supuesto, debe tomarse  como un contenido abierto, flexible, confrontable y modificable.

 

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