Opinión

Maya

28 de julio de 2023

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Porfirio Parada *

¿Cuantos días nos quedan para ser mejores? ¿Cuánto tarda la exigencia en uno mismo? Eso se irá desarrollando en días continuos y discontinuos, sin mañanas ni noches, días completos pero incompletos en aprendizaje. Dividimos y separamos los días para descansar de la jornada y de algunas desgracias, nos levantamos, respiramos y tratamos de olvidar el ayer, y seguimos una nueva vida dentro de la misma. La felicidad momentánea, los mensajes de autoayuda en historias de redes sociales y en la vida misma, nos sirven aunque nadie nos responda, alguna persona se acordará de uno, leyendo el mensaje, sonreímos en silencio y le respondemos con una carita amarilla feliz.

El peso de ganarse la vida para publicarla. De controlar y mostrar los patrones de conducta, de hablarse a uno mismo para sus seguidores. Ser moral y ético ante los demás, no mostrar flaquezas, ni zonas vulnerables, mucho menos debilidades a cualquiera, ser correcto aunque antes de serlo ya seas malo en acción y pensamiento. Lo humano del combate entre la hipocresía y la honestidad de las cosas, de la vida y de los encuentros. Ganarse la vida sin edad, sin imposiciones, ni muchos karmas, ganarse las cosas a su propio tiempo, peso y sacrificio, sin ver al mal tiempo, a la duda, al fracaso, a la apatía, a la pereza, a la abulia como su peor enemigo o enemistad, uno viene al mundo para vivir, experimentar y lidiar con eso también.

La luz propia, la de uno que conecta con la de los demás. La creencia y firmeza del ente superior, del gran arquitecto del universo. Dios. El poder inconsciente y desconocido que uno tiene por dentro y que mientras uno vive por fuera reconoce conscientemente de ese algo más. Maya más que una palabra es una ilusión, un espectáculo de luces y sombras en la cual vivimos y consumimos diariamente. Pero la oración tiene poder, el canto en la oración mueve las fibras y las pieles de quien interpreta y oye. Hay caminos que no me acuerdo caminar (sobre todo en las noches), que solo el mundo y las estrellas son testigos, sigo en pie por alguien o fuerzas superiores a mí, lo reconozco en mi ignorancia.

Cada tiempo perdido es lo que suma, cada soledad trasnochada, cada intento fallido. La lucha por quererse a uno mismo, por valerse, por soñar, es jodida. No es fácil vivir el mundo y disfrutarlo plenamente. Hay monstruos que nos acechan, nos intimidan aunque no estén, y hay otros disfrazados de personas, o de pensamientos, o de uno mismo que nos limitan, nos envuelven, nos consumen. Supongo que la vida es bella como dice la película, pero bien compleja es la condición humana para llegar al placer de disfrutarla, sin el vicio desenfrenado de los prejuicios, de los tormentos de los demás, de la enviada cada vez más natural. Pero las barreras están para derribarlas, imposible es una palabra que se ha vuelto cliché por el tema de la superación, pero como dice la famosa marca de botas: «impossible is nothing».

Mi fortuna es la huella de mi transformación. Si somos parte del mundo, pertenecemos también al instante variable. Lo que llaman el libre albedrío pero más allá pertenecemos a los cambios impuestos por el cosmos, por los cambios que nosotros mismos vamos desafiando, corrigiendo, creyendo, volviendo a creer, de Dios, de una luna llena, o de la nada. Y el tiempo para descifrar, reconocer, darse cuenta, de lo que uno es, era, o será, es jodido también. Por mucho que ha vivido el mundo, con todos sus siglos, con todas las revoluciones, con todos los mecanismos, artefactos, técnicas, tecnologías, enciclopedias, ilustraciones, religiones, y más, la fórmula para vivir todavía no está escrita, uno la va haciendo con ayudas, con y sin.

Este es el mundo de la vorágine. La jungla de los lenguajes, de las formas, de los caminos, de los estímulos, de las acciones. Este es el nuevo ciclo que ya pasó en otras pieles y pensamientos. Esta es la confusión, el desorden y el caos para mejorar lo que somos y tratar de organizarlo para buscar perdurar en la suma de los días. Con la paciencia, ingratitud, soledad y fortaleza que nosotros le damos a los momentos. Este el camino desconocido que nos muestran cuando vemos el celular, cuando conversamos en la calle, cuando entramos a una iglesia, cuando hablamos con Dios, cuando estamos en la intemperie, uno más con el viento, en el cemento, con nuestros propias penas, pasos que cada día vamos conociendo y transformando para algo mejor.

*Lic. Comunicación Social
*Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio
*Locutor de La Nación Radio.

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