Opinión

Regionalizar los saberes

14 de julio de 2019

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Gustavo Villamizar Durán

Los saberes universales son precisamente eso, por tanto, deben procurarse a toda la humanidad como contenidos fundamentales de todos los sistemas escolares y educativos. Igualmente, existen saberes que corresponden a espacios específicos relativos a países, regiones o localidades, los cuales de ninguna manera pueden conceptuarse como de menor relevancia o prescindibles en la formación de los ciudadanos. Habitamos en un mundo globalizado, pero ello no implica que las particularidades y/o diversidades desaparezcan en aras de la homogeneización de las culturas planetarias, con la tenebrosa desaparición de lo local. Lo importante y que debe estimularse, es que lo local se fortalezca en los intercambios con lo global. Ya hace unos años el escritor mexicano Carlos Fuentes insistía en su consideración de que “No hay globalidad que valga sin localidad que sirva”.

Traigo a colación estas reflexiones porque hay que considerar que, en nuestro sistema educativo, los saberes de la nacionalidad comenzaron a menguar a partir de las reformas de los años 70 y 80 del siglo pasado, otorgándole prioridad a los correspondientes a áreas “universales”. De manera que disciplinas fundamentales como la historia,  la geografía y la educación ciudadana, se comprimieron en una sola con el rótulo de Ciencias Sociales y peor aún,  obviando los tratamientos inter, trans e intradisciplinarios, los cuales pudieran facilitar la comprensión e integración de los saberes correspondientes. Igualmente, es de destacar que uno de los elementos de mayor rigidez en nuestro sistema educativo lo constituyen los programas de estudios o contenidos, los cuales, no obstante las afirmaciones de las autoridades educativas y los pronunciamientos en  documentos oficiales, siguen apareciendo como ceñidos corsés de la práctica pedagógica. De tal suerte que todos los alumnos de sectores urbanos y rurales, del llano, la costa o la montaña, deben aprender lo mismo, mediante el mismo procedimiento, sin excepción.

Con base en estas razones deseo proponer una vez más al ministerio del ramo, intentar con carácter experimental inicialmente, la regionalización o localización de los aprendizajes correspondientes a esas áreas y además, abrirlos a diversas experiencias de enseñanza y aprendizaje, diferentes a las que constituyen la rutina del aula. Es una buena oportunidad para superar la limitación espacial del aula y  la restricción temporal de la hora de clase, a manera de hacer cierto que el aprendizaje no tiene tiempos ni espacios primordiales o exclusivos. Sería una gran oportunidad para aprovechar la conectividad y universalidad de la computadora y sus bondades. Pero igualmente, probar con la apertura hacia la comunidad como ámbito educativo para procurar enseñanzas y aprendizajes del entorno vital. Habilitar las ciudades como espacios para aprender, visitar plazas, edificaciones antiguas e históricas, sitios que fueron escenario de batallas durante la independencia y otras guerras, bibliotecas, museos, teatros, escenarios culturales y deportivos, junto a otros de relevancia en el imaginario colectivo. Organizar conversaciones y/o entrevistas con personajes de la comunidad y la región.  Tantear procesos de aprendizaje colectivo en los que se aprenda entre todos, superando la rutina tradicional de la escuela transmisiva.

Me imagino en nuestro estado fronterizo lo que sería la interesante experiencia de abordar y explorar sobre temas tan trascendentes, como por ejemplo: la conquista, la fundación de las ciudades, la división político-territorial y el surgimiento de los límites fronterizos, la lucha independentista, el precursor Movimiento de Los Comuneros, la Campaña Admirable,  el Congreso de la Villa del Rosario, la Gran Colombia, la creación del Estado Táchira, la “invasión de los 60” de Cipriano Castro. La comprensión geográfica y económica del Táchira, el comercio tachirense a través de Cúcuta y Puerto Santander (Col.)  en el siglo XIX, el inicio de la producción petrolera en Venezuela por la Compañía Petrolea del Táchira en 1778,  las migraciones, los sistemas montañosos y cuencas hidrográficas, la importancia de los páramos, el comercio, la minería, las tribus ancestrales y sus lenguas, los procesos lingüísticos actuales, los acentos y sociolectos, leyendas, música, literatura, gastronomía, artistas, escritores y un largo etcétera. Sería una experiencia extraordinaria que permitiría de un lado, desbordar la limitación del aula y del otro, un importante modelo de afianzamiento identitario imprescindible para el intercambio y la integración.

 

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