Opinión

Vida desde las arenas

24 de octubre de 2017

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Un antiguo proverbio chino dice que el aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami en otra parte del mundo. Y aunque pudiera sonar desproporcionado o exagerado, a medida que la ciencia amplía el conocimiento sobre fenómenos climáticos y atmosféricos, se comprueba que los ecosistemas de las distintas partes del mundo están más interconectados de lo que imaginamos.
Así, una de las regiones más áridas del planeta, el desierto del Sahara contribuye con la exuberante forma de crecer de la selva amazónica. Los científicos han conocido por mucho tiempo que el polvo desértico africano viaja atravesando países y que incluso una parte se deposita en el Océano Atlántico antes de depositarse en la Amazonía en Sudamérica, Norteamérica, y otras regiones.
El paso de los años y la descomposición de la materia en polvo, pone de manifiesto que en la naturaleza nada se crea y nada se destruye, todo se transforma, así se logra tener en el desierto en medio de las estériles arenas «Abono en polvo».
No se sabía su función y mucho menos la cantidad de este material que se transportaba cada año, pero hoy se sabe que el polvo desértico es rico en fósforo, un nutriente que permite a las plantas crecer frondosas.
El gran desierto del Sahara se extiende por Argelia, Egipto, Libia, Mali, Mauritania, Níger y Chad. Es de este último de donde proviene el polvo rico en fósforo. Específicamente, sale de la cuenca Bodéle, considerada la zona más polvorienta del mundo, y cuyas arenas están compuestas por un número mayor de nutrientes con respecto a otra región del desierto.
En los últimos años, nuevas herramientas de análisis químico han demostrado que la riqueza de fósforo de las arenas de esta región es treinta veces mayor a la que se pensaba. Pero los científicos necesitaban saber la cantidad de polvo transportado para medir el impacto en el rico ecosistema amazónico.
Esta semana se divulgó un estudio en donde se detalla por primera vez que 27,7 millones de toneladas de polvo se depositan sobre la cuenca del Amazonas cada año.
Si este nuevo conocimiento afianza la idea de que la naturaleza tiene una inteligente forma de regularse, sorprenderá saber que de esa cantidad, 22 mil toneladas corresponden a fósforo; equivalente a la cantidad de este nutriente que la selva amazónica pierde por efecto de la lluvia o las inundaciones.
«Este es un mundo pequeño y todos estamos conectados entre sí», afirma el experto y no se equivoca. El agua que da vida a la selva, también lava su suelo y le quita el fósforo. Por eso, la superficie amazónica se vuelve pobre en fósforo y necesita un abono natural. Este llega luego de viajar más de 3.500 kilómetros desde la parte más oriental del desierto del Sahara, en Africa , región de bodele , y el lago Chad. ( Antonio Daza)

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