Regional

“Ahora la lucha es por mi mamá”

5 de octubre de 2020

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William Alexánder Correia Maldonado fue incluido en la lista de indultos ejecutados por el Gobierno nacional el pasado mes de septiembre, regresó a San Cristóbal y desde allí, junto a la familia, relató cómo enfrentó por más de cinco meses una prisión que jamás se esperó, enfermedades, aislamiento y las pocas esperanzas frente a un panorama de injusticias que no logró robar el amor de su familia


Por Rosalinda Hernández


Wico, como es conocido entre sus familiares y amigos, es uno de los dos tachirenses que se encontraban detenidos en Caracas, junto al diputado a la Asamblea Nacional, Renzo Prieto, en la sede de las Fuerzas de Acciones Especiales -FAES- de la Policía Nacional Bolivariana, desde el pasado 10 de marzo.

Recuerda que a lo lejos del lugar donde se encontraba para el momento de la detención, visualizó las patrullas de las FAES, pero sin advertir siquiera lo que implicaba su acercamiento.

Los llevaron a la sede policial “engañados”, según las autoridades el procedimiento solo era parte de unas declaraciones para una investigación. Al tomar la foto de reseña, Wico entendió que irían detenidos y por primera vez sintió miedo.

Pensó en la familia, su mamá, esposa y la hijita. Se preguntaba cómo asumirían la situación, y cómo haría para contarles lo que estaba pasando.

Por información suministrada a través de funcionarios policiales, William se entera que la familia ya conoce lo sucedido. Damelis, la esposa, viaja a Caracas de inmediato para conocer la situación, pero nunca pueden verse, ni hablar.

“Desde que nos detuvieron, hasta el último día, nos mantuvieron incomunicados no solo con nuestros familiares, también alejados de los abogados defensores, con quienes no nos permitían ni hablar”.

Solo por cartas o cortos mensajes escritos en trozos de papel lograba saber de los suyos y que ellos se enteraran de cómo estaba.

La vida en un “tigrito”

Como “tigrito” se conoce a las celdas de pocas dimensiones utilizadas por los cuerpos de seguridad venezolanos para castigar a los detenidos. William Correia dijo a La Nación que permanecieron en una de ellas, con medidas de 1.80 por 2 metros, junto a Renzo Prieto, Deivy Jaimes y otros dos reclusos.

El acceso al baño era solo una vez al día, pero no siempre se cumplía porque, en otras ocasiones, no se les permitía y tardaban entre tres y cuatro días sin poder salir. Todo dependía de los funcionarios que estaban de guardia, argumentó.

“Había que hacer las necesidades en potes de refresco, dentro de la celda, y cuando nos permitían el acceso al baño salíamos a botarlas”.

Dormían en piso de cemento, y los primeros días pasaron hambre, hasta que Damelis, la esposa de Wico, empezó a llevar a diario comidas, “que a veces no llegaban completas porque eran confiscadas por los funcionarios de las FAES, que también pasan hambre”.

“De doce empanadas que nos mandaban, apenas si llegaban seis. Se quedaban con la mitad, lo mismo hacían con los jugos y refrescos. Ellos hacían eso por necesidad, su sueldo no alcanza para nada y entre ellos mismos se ve el hambre, porque llegaban a preguntar si teníamos algo de comida que nos hubiera sobrado”.

La solidaridad que se crea a partir de esta situación de ayuda mutua, señaló Wico, les permitió conocer a algunos funcionarios que no estaban de acuerdo con lo que está pasando en Venezuela y lo manifestaban de manera discreta. Tampoco justificaban la detención de los tachirenses y la consideraban injusta.

La cárcel los cambió

Estar preso era uno de los peores temores, dice William Correia. La experiencia, aunque inesperada y dura, no lo cambió, aseguró que sigue siendo el mismo de siempre, que lo ha superado y no quedan resentimientos en él.

Con lágrimas en los ojos y notablemente afectado al traer a la memoria ciertos recuerdos, Wico precisó que aprender a valorar las pequeñas y simples cosas que ofrece la vida es lo más importante.

“Tener abrazos de mi esposa, madre o de mi hija, agua y comida, es algo que se aprende a valorar mucho”.

Consiguió a su familia totalmente diferente. Su hija de 11 años, quien afrontó, al igual que todos, la dura prueba con madurez, paciencia y amor, ya está más grande, distinta a cuando la dejó, dice William.

Su madre llevó una de las peores partes, fue diagnosticada con cáncer de seno a los dos meses de estar Wico en prisión.

“Ver el cambio producido por las quimioterapias, la caída de su cabello, la fragilidad de su cuerpo, fue algo totalmente diferente a lo que recordaba de ella. Ahora la lucha es con ella, vencimos la cárcel y ahora queda hacer lo mismo con el cáncer”.

Y frente a Damelis, la esposa, dice: “me quito el sombrero, es una guerrera que hizo cosas que ni yo he hecho. Conocía de su amor tan grande, pero ahora es mayor”.

Prueba superada

La esposa de William Correia fue quien viajó a Caracas una vez se enteró de la detención. Se encargó cada día de llevar alimentos, de hablar con abogados, autoridades y desde afuera del calabozo, ser una luz de esperanza que nunca abandonó al tachirense y a sus compañeros de celda.

No conocía Caracas y menos como para llegar a recorrerla en motocicleta, cruzar avenidas, autopistas, urbanizaciones y barrios, foguearse como la más conocedora de la zona. Cuando se le pregunta a Damelis cómo hizo todo en tan corto tiempo, responde: “si no fuera gocha y enamorada, a lo mejor no me atrevo a hacer nada”.

Cuenta que en moto llegaba de Caracas a Miranda en apenas 20 minutos. Tratar con los funcionarios también lo aprendió rápido, llenándose de paciencia y siempre respetando los márgenes establecidos.

Más que miedo, que si lo llegó a sentir, la frustración era lo que más le afectaba y llora al recordarlo, porque era sentirse indefensa, el mundo se le venía abajo.

“Un día me sentí demasiado sola e indefensa porque venía circulando con la moto por una autopista y se deslizó, me caí”.

Lo más importante para Damelis es haber superado todas las pruebas y haberle regresado a su hija el padre que tanto añoraba. “Un día la niña me dijo: ‘mamá, usted luche allá por traer a mi papá, y yo lucho aquí con mi abuela’; y eso hice”, comentó empapada en llanto.

La tristeza trajo cáncer

Esther Maldonado, la madre de William Correia, dice que ya está más tranquila, sosegada y feliz, pues su hijo regresó a casa.

“Para mí, la tristeza de saber a William preso me arropó, eso fue el fin del mundo para mí, es mi único hijo y representa toda mi vida. Su ausencia me afectó, y el cáncer se aprovechó, se aceleró”.

Le tocó caminar buena parte del tratamiento solo sujetada de la manita de su nieta de 11 años. Wico y Damelis no podían estar con ella durante las quimioterapias y consultas médicas.

Entre llanto y oraciones, comentó Esther que pasaron los días y los meses, pero nunca perdió la fe. La misma devoción que pide a las madres de quienes aún se encuentran tras las rejas por pensar distinto.

“Dios nunca nos abandonó y en medio de lo que vivimos nunca faltó la mano amiga que nos ayudara, aquí y en Caracas. Con diligencias, comida, acompañamiento, tuvimos el apoyo de muchas personas para continuar con nuestras vidas”.

Esther dijo a Diario La Nación que no entiende cómo pueden existir personas capaces de hacer tanto daño, “separando familias, apresando injustamente a ciudadanos, fracturando hogares y haciendo infelices a los demás”.

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