Regional

Atrapado en el extranjero por la pandemia

16 de septiembre de 2020

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Jorge Ramón Ramírez habla sobre la situacion generada en ese país por el COVID-19 y asegura que las cosas comienzan a normalizarse, aun cuando en algunos aspectos se mantienen estrictas medidas de tipo sanitario, lo cual comprende severas multas a los infractores


Por Armando Hernández

Jorge Ramón Ramírez, periodista tachirense, reportero gráfico y bombero, de los de verdad, de esos que apagan fuegos, auxilian personas y atienden emergencias, está atrapado en el extranjero.

Viajó junto a su esposa Doris, a Montevideo, República Oriental del Uruguay, a visitar a un hijo y a sus nietos, pero de repente, sin aviso, el mundo se cerró a causa de la pandemia generada por el COVID-19, dejándolos confinados en tierra extraña, sin la más mínima oportunidad, por ahora, de regresar a casa.

Numerosas son las personas que están pasando por una situación similar, pues desde hace meses tan solo puede entablar conversación con su familia a través de la Internet, mientras esperan que el panorama se despeje y pronto puedan retornar a su ciudad y desempeñar actividades normales, si es que aún conservan los empleos, de los cuales se ausentaron “por tan solo unos días”.

Un rápido viaje

Ramírez no puede ocultar su disgusto por una situación sobre la cual nada puede hacer para encontrar una solución. Recuerda que el 13 de marzo partió de San Cristóbal con destino a Bogotá, Colombia, para visitar a otros de sus hijos, y trascurridos algunos días partieron el día 20 a Montevideo, donde se encuentra otro de sus descendientes. La idea era pasar unos días en su casa y luego retornar a la capital colombiana, pero de pronto todo cambió: las fronteras quedaron cerradas, los vuelos suspendidos, y se reglamentó una nueva manera para vivir.

Junto a su esposa Doris, durante uno de los tantos recorridos realizados por la capital de Uruguay.

Todo se transformó de un momento a otro, y hasta se impusieron condiciones para transitar por las calles y permanecer en espacios públicos: El uso obligatorio del tapabocas y el distanciamiento social, también obligatorio, como manera de prevención. La paz y la tranquilidad se fueron al cipote y, en su lugar, se posicionaron la angustia y el temor.

Sin embargo, la cosa no fue tan seria como en otros países y poco a poco, la gente de Uruguay se fue adaptando al nuevo sistema de vida. Las personas colaboraron y también las autoridades, y aun cuando hoy la situacion dista mucho de la normalidad, los estrictos controles fueron flexibilizándose y hay “más libertad”.

Jorge Ramírez dice que siente melancolía por su familia y por su tierra natal, y no ve el momento de regresar a casa y compartir con todos sus seres queridos, incluyendo a su querida mascota perruna, de cuyas travesuras se acuerda. Extraña y se lamenta por unos arbolitos, que tanto cuidaba y dejó sembrados en su parcela de Borotá, porque no sabe en qué condiciones estarán y si alguien lo está cuidando.

Las cosas se normalizan

El periodista y bombero dice que tal vez pronto pueda regresar, pero no está seguro. En  Montevideo, las cosas mejoran, dice. “Aquí todo funciona bien, hay clases, el transporte trabaja, funcionan los centros comerciales, y las personas están en la calle; todo pareciera normal”. No obstante, aclara, hay cosas que formaban parte de la vida diaria y que de momento no existen. No se permiten conciertos ni espectáculos públicos, las discotecas permanecen cerradas  y el fútbol es a puerta cerrada, sin la presencia de aficionados.

Tallar figuras en madera es un recurso para mantenerse ocupado y aliviar la nostalgia por su terruño.

“Mis nietos van a clases, durante cuatro horas en la mañana y en la tarde, por tres días, una semana sí y otra semana no. Todo el mundo está trabajando; los restaurantes están abiertos y, previa cita, atienden público, con distanciamiento. Se permite a los comensales colocarse mesa de por medio. Hay medidas de seguridad. En la entrada se desinfecta a las personas y se les exige lavarse las manos”, acota.

—Los bares funcionan, pero con un distanciamiento, igual que en los restaurantes. Si una mesa está ocupada, la siguiente deberá  permanecer vacía, la tercera ocupada y así sucesivamente. Debe existir una distancia, más o menos, de tres metros entre mesa y mesa. Nosotros fuimos a comer a un bar que se llama Pascal y de las treinta mesas que había, tan solo quince estaban ocupadas por clientes. Los meseros utilizan tapabocas y guantes. Se cuidan de cumplir con el distanciamiento.

En todo lugar público se debe usar tapabocas y aquellos qu

e incumplan las normas serán sancionados, con una severa multa, añade luego.

Por ahora no se permiten reuniones con presencia de más de veinte personas, y las celebraciones están limitadas tan solo a familiares, y eso se verifica. “Acá se celebra una fiesta muy popular, que se conoce como ´El Asado´, y en ella solo pueden participan las personas de la casa donde se celebra. Además, no se permiten escándalos ni música a alto volumen”.

Explica, por otra parte, que por no contar con documentos uruguayos no puede trabajar, pues tan solo cuenta con un permiso temporal de ingreso al país, que no le permite laborar. “La policía no nos molesta, porque entiende la situación en que nos encontramos, ajena a nuestra voluntad, y nosotros nos cuidamos de cumplir con la ley para evitar conflictos”.

Jorge y Doris viajaron por vía aérea de Cúcuta a Bogotá y de Bogotá a Montevideo, a donde llegaron el trece de marzo. Esa ruta se invertiría de regreso, pero no fue posible porque de repente los aeropuertos cerraron y los vuelos quedaron suspendidos.

—Estábamos listos para retornar por Avianca, vía Bogotá, pero los aeropuertos siguen cerrados. Contactamos a la agencia de viajes y no nos dan ninguna respuesta. Dicen que nada saben sobre la reanudación de actividades. Tampoco podemos regresar por Brasil, y menos por tierra, porque algunos países tienen sus fronteras cerradas y restringidas. El 13 de septiembre cumplimos seis meses en esta ciudad -añade luego-.

“No sé cuándo volveré”

Jorge Ramón Ramírez acota que, ante la imposibilidad de trabajar, él y su esposa tratan de pasar el tiempo de la mejor manera posible. Todos los días salen a caminar por calles y avenidas de Montevideo, visitan lugares de atracción turística o, simplemente,  caminar y caminar.

Para evitar el estrés y la nostalgia por el terruño natal, se han dedicado a la lectura. A Ramírez le ha dado por meterse a tallador, elaborando en madera pequeñas figuras.  Como bombero, conoce casi todas las estaciones de bomberos de Montevideo, desde afuera, porque con eso de la pandemia y el coronavirus no se permite el ingreso de extraños a los cuarteles. Apenas si ha logrado conversar con algunos de los apagafuegos, en la calle, cuando  salen del servicio.

Agrega que a pesar de todo se encuentran bien y están con su hijo que trabaja, y su esposa que es profesora.

Sobre el regreso a San Cristóbal se limitó a decir: “Solo Dios sabe cuándo será, porque nadie sabe, ni dice nada con exactitud. En primera instancia, se deben reanudar los vuelos internacionales y establecer las reglas que regirán el desplazamiento de los pasajeros. Esta situacion en realidad afecta a las personas, porque tenemos tiempo lejos de casa. En un principio las cosas no parecían tan graves y uno pensaba que podría sobrellevar la situación, pero al pasar el tiempo y no existir solución, la cosa pega y bastante, particularmente en lo anímico y emocional”.

 

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