Regional

Día de luto ante la crucifixión y muerte de Jesús

10 de abril de 2020

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Es el día que en El Gólgota, donde se mantiene el misterio de la crucifixión, Jesús, El Nazareno muere en  la cruz, a las tres de la tarde y a los 33 años de edad, en medio de dos ladrones, entregando su vida para salvar a los hombres y dar cumplimiento a la voluntad del padre.

 

Armando Hernández

 

El Viernes Santo, quinto día de la Semana Santa, es uno de los días más representativos  para la iglesia católica por cuanto se conmemora la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret. Hoy  se pide a los fieles guardar ayuno y abstinencia de carne, como penitencia. Se conmemora la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz al entregar su cuerpo y derramar su sangre para el perdón de los pecados y para la salvación de los hombres. Este día tampoco hay misa y la iglesia entra en duelo, por la muerte de El Salvador, ocurrida a las tres de la tarde, a los 33 años de edad.

Liturgia de la Pasión

La eucaristía es remplaza da por la «Liturgia de la Pasión del Señor» a la hora en que se ha situado la muerte de Jesús en la cruz, para lo cual el sacerdote y el diácono visten ornamentos rojos, en recuerdo de la sangre derramada por Jesucristo en la Cruz. Los obispos participan en esta celebración sin báculo y despojados de su anillo pastoral. En el templo con luces apagadas y sin adornos, se dispondrá de un pedestal para colocar en él la Santa Cruz que será ofrecida a veneración.

El sacerdote se postra frente al altar, con el rostro en tierra, recordando la agonía de Jesús. El diácono, los ministros y los fieles (En sus casas) se arrodillan en silencio unos instantes. El sacerdote, ya puesto de pie, reza una oración y da inicio a la liturgia de la Palabra donde se proclaman dos lecturas, la primera del profeta Isaías (el siervo sufriente) y la segunda, de la Carta de los Hebreos, intercaladas por un salmo («Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»).

Después de la segunda lectura, sin aclamación, se proclama el relato completo de la Pasión, según San Juan, que deberá ser lo mas breve posible, debido a lo extenso del Evangelio. La Liturgia de la Palabra finaliza con la «Oración universal», hecha de manera solemne. Se ora por la Iglesia, por el papa, por todos los ministerios —obispos, presbíteros y diáconos— y por los fieles, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no creen en Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes, y por los atribulados.

Después tiene lugar la adoración del Árbol de la cruz, en la cual se descubre en tres etapas el crucifijo para la adoración. El sacerdote celebrante avanzando con la cruz tapada por una tela oscura o roja, la va destapando mientras canta en cada etapa la siguiente aclamación: » Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la Salvación del Mundo». Al llegar al Altar queda totalmente descubierta.

A continuación el oficiante besa la cruz y ante la ausencia de fieles, se procederá a cantar alguna canción, la única en toda la celebración, que de acuerdo al Misal Romano, pudiera ser

Los Improperios, o reproches de Jesús al pueblo, Alabanzas a la cruz de Cristo o un canto sobre la Pasión.

Terminada esta parte, se coloca un mantel en el Altar y el celebrante invita a  rezar el Padre Nuestro. Se omite el saludo de la paz, y luego de rezado el Cordero de Dios, se procede a la Comunión con las Sagradas Formas reservadas en el monumento, desde el Jueves Santo. La celebración culmina sin impartirse la bendición, puesto que celebración terminará con la Vigilia Pascual, durante la cual se invita, desde las casas a esperar junto a María, la llegada de la Resurrección del Señor. Es costumbre en algunos lugares la meditación de las Siete Palabras que Jesús pronunció en la Cruz.

 

Las siete palabras

 

Primera Palabra:

“PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lucas 23.34)

Según la narración del Evangelista Lucas, ésta es la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz. El Salvador es burlado e insultado por los soldados que se juegan a los dados sus pertenencias.  Se burlan de él diciéndole: “Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti”

Segunda Palabra:

“TE LO ASEGURO: HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO” (Lucas 23.34)

En la colina de El Calvario estaban otras dos cruces, de dos malhechores que fueron crucificados junto al Señor. Uno de ellos blasfemaba y le decía: “¿No eres tu Cristo?, ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros! El otro hombre impresionado por lo que estaba ocurriendo, y ante la serenidad mostrada por Jesús, volteo hacia él, suplicante, y le dijo: “Señor acuérdate de mi cuando estés en tu reino”, a lo que el Salvador respondió: “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.

Tercera Palabra:

“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO, HIJO, AHI TIENES A TU MADRE” (Juan. 19.26)

Junto a la Cruz estaba  María, cuya presencia fue para Jesús motivo de alivio y al mismo tiempo de gran dolor, por el enorme sufrimiento que su muerte esta provocando en la atribulada madre.

Cuarta Palabra:

“DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?  (Mateo 27.46)

Eran casi las tres de la tarde, cuando Jesús en la Cruz comienza a sentir los terribles efectos de la crucifixión. Casi no puede respiran y su mirada es borrosa por el sudor y la sangre que sale por las heridas que le fueron provocadas al momento de colocarle la corona de espinas. En un momento hace una exclamación  dirigida a su Padre y le pregunta con impotencia. Ese momento es considerado como uno de los grandes misterios de Dios.

Quinta Palabra:

“TENGO SED”. (Juan 19.28)

Se considera que uno de los mayores suplicios sufridos por los crucificados era la sed. Era un gran tormento  aunado por la deshidratación, la perdida de sangre y la exposición prolongada al sol. Jesús no había consumido líquido alguno desde el dia anterior. Experimentó en la Cruz una sed física, una necesidad real de beber y pidió un poco de agua en condición de moribundo. Le dieron vinagre.

Sexta Palabra:

“TODO ESTA CUMPLIDO” (Juan 19.30)

Prácticamente las últimas palabras pronunciadas por Jesús El Nazareno. Son las palabras pronunciadas por un hombre que sabe que esta próximo el final, y que ha cumplido a cabalidad con la obra que le fuera encomendada, que no fue otra, que entregar su vida a cambio de la salvación de todos los hombres. Jesús vino al mundo para cumplir con la voluntad de su padre y así lo hizo.

Séptima Palabra:

“PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU”  (Lucas 23.46)

Jesús se encomienda, y entrega su espíritu en las manos de ese Padre que conocida y amaba entrañablemente. Jesús que decía “Dios es  mi Padre”, sabia que había cumplido con los designios de ese padre y se había cumplido la voluntad del padre.

 

IGLESIA EN SALIDA

 

Monseñor Mario del Valle Moronta al referirse en el programa Iglesia en Salida  dice que nos encontramos ante el misterio de la Cruz: la muerte de Jesús es un aparente fracaso para quienes así lo consideran, quienes así lo piensan, sencillamente lo hacen desde una perspectiva demasiado humana y sin la referencia a la fe. El autor de la Carta a los Hebreos nos indica la clave para poder aceptar la profundidad de ese misterio, que lo es también de Redención: “Mantengamos firme la profesión de nuestra fe”.

Sin la fe – agrega – es imposible acceder al significado de la muerte del Señor y sus consecuencias. En primer lugar porque el cumplir la voluntad de Dios Padre, le da no sólo el significado sino la realidad de sacrificio liberador de la humanidad, es el Cordero de Dios ofrecido como víctima para el perdón de los pecados y lo asumimos con fe. De igual manera, podemos ver la ofrenda sacerdotal de Cristo para conseguir los efectos redentores que se buscan: la recuperación de la comunión de la humanidad con Dios y la salvación de la humanidad. Ello no se puede aceptar por un simple silogismo o por un conjunto de raciocinios más o menos científicos. No hay explicación humana, sólo la fe. De allí la invitación a mantener la profesión de esa fe.

Con ella reconocemos que el Dios humanado es el sacerdote que ofrece como víctima su propia persona, la encarnación se une al hecho redentor y así se puede contemplaren el Crucificado al Dios y hombre verdadero, redentor de la humanidad. Esa contemplación conlleva el acercarse “con plena confianza al trono de la gloria, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno”.

La fe nos lleva a buscar los efectos del misterio de la Cruz. Esto exige, entonces, una identificación con el Crucificado. De hecho cuando bíblicamente se nos pide “mirar al que traspasaron”, lo que se nos está es sugiriendo que nos identifiquemos con él. Así podremos poner en práctica la sugerencia del Señor a sus discípulos. Para seguirlo hay que tomar y cargar con la propia cruz; pedacito de la de El Calvario.

Se trata de una opción, dice monseñor Moronta, es verdad que somos llamados. Pero, la respuesta debe ser una clara opción de seguimiento al Crucificado. Esa opción es la obediencia a su llamada, a su designio, a ser discípulos. Hay una clara razón para ello, de la cual hace mención el autor sagrado: Él es “la causa de la salvación eterno para todos los que lo obedecen”. Todo ello requiere mantenernos firmes en la profesión de fe.

El mundo de hoy necesita urgentemente que nuestro testimonio vaya en la línea de hacer profesión de esa fe en el Crucificado y en el misterio de la Redención. Un mundo que se está llenando de tinieblas por el pecado y la maldad, por la indiferencia y por el facilismo de vida, necesita de los cristianos.

Para poder hacer una tarea catequética y kerigmática, es necesario salir donde están todos los que consideran la cruz como una locura, o como una estupidez, o un tema sin mayor relevancia… Se debe ir con la certeza de una fe que se crece precisamente por ser fidelidad hacia quien, en esa Cruz, fue fiel a la humanidad y a la voluntad de Dios Padre. Un cristianismo atrevido, una Iglesia en salida, unos creyentes decididos. Así se podrá proclamar la fuerza redentora de la muerte en Cruz del Señor Jesús.

 

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