Regional

La diáspora y pandemia han cambiado el duelo por nuestros seres queridos

1 de noviembre de 2021

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Tiempos de pandemia y de familias dispersadas por la crisis económica han cambiado para muchos venezolanos la manera de vivir el duelo por los muertos. Sean cuales sean las circunstancias, los tachirenses vivirán el Día de los Fieles Difuntos, este martes dos de noviembre, de un modo distinto a la simple visita a una tumba, haciendo desde su memoria emocional una honra a aquellos que han partido de este mundo


Por Freddy Omar Durán

En un contexto en que el terror a la muerte movilizó al mundo entero, pero siempre reservando el duelo a la esfera de lo privado, el Día de los Muertos o como lo denomina oficialmente la Iglesia católica, Día de los Fieles Difuntos, tomará este 2 de noviembre un cariz especial, en el marco de una pandemia que aún se cierne amenazante sobre la población mundial.

Sin embargo, cabe recordar que los muertos no están en las tumbas, están ante todo en la memoria de sus deudos, apoyada por todos aquellos registros visuales e incluso audiovisuales que de ellos se han podido  conservar, así como por todos los lugares que algunas vez frecuentaron y  las personas que trataron, de tal manera que la muerte viene a ser una manera profunda de relacionarnos con aquellos que amamos y que en circunstancias, a veces muy absurdas, sorpresivas o trágicas, interrumpieron de tajo su devenir mundano.

A esta sección del Cementerio Municipal pasaron a reposar los restos de muchos de los fallecidos por covid-19. (Foto/ Jhonny Parra).

Tan doloroso como los fallecimientos y la manera en que los mismos ocurrieron, el no poder ofrecerles a los seres queridos el ritual de despedida debido, en tanto los protocolos biosanitarios en muchas ocasiones apenas si lo permitían, o el haber estado lejos de ellos al momento de su deceso por la imposibilidad de traslado o el encontrarse en el exterior en el desarrollo de otras oportunidades de existencia.

Origen de la festividad

Aunque sería la Iglesia católica la que instauraría esa fecha especial por instrucciones del papa Gregorio IV, realmente son muchas las tradiciones no cristianas que se cruzan con esta celebración, tanto en Europa como en América. Al respecto, en México, año tras año, en el cumplimiento de un legado eminentemente indígena, la muerte adquiere representación, y ante sus tumbas, los fallecidos vienen a ser los invitados especiales a un gran agasajo, con entrega de viandas y presentes incluida.

Sea como fuere, y con un polémico y eminentemente pagano Halloween antecediéndole, el Día de los Santos Difuntos se enmarca dentro de las festividades católicas. Sobre su significado, el papa Francisco ha recordado que en ningún momento se trata de ver la muerte como un fin, sino como un comienzo, y así lo transmitió en las siguientes palabras: “El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios. son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización está en Dios”.

Supuesta normalidad

Para este primero y dos de noviembre, se prevé que los actos litúrgicos y la actividad en los camposantos retornen a la normalidad de otros años, algo relativo teniendo en cuenta que para los mismos las medidas biosanitarias se mantienen, además de que, inevitablemente, los deudos celebrarán con los recuerdos de lo recientemente acontecido, especialmente si sus más cercanos fueron víctimas mortales del covid-19.

Como nos informó René Pérez, administrador del Cementerio Municipal de San Cristóbal, hasta los momentos 238 personas que perdieron su vida a causa del mortal y contagioso virus han sido inhumadas en el lugar, una cifra en marcha, pues solo el pasado miércoles se reportó el ingreso de dos más. Sería en el mes de julio que se llevaría a cabo el primer procedimiento, que implicaría, siguiendo los protocolos de la OMS, la no presencia por lo general de familiares al depositar los restos fúnebres en su nicho, y el obligatorio uso entre quienes efectuaron la inhumación de un traje de bioseguridad, un nuevo modo de vestir el luto, que muchos esperan no se haga costumbre.

—Nosotros, a través de un curso de Protección Civil a cargo de Ronald Zerpa, ya estábamos preparados para actuar en el primer caso, en el cual fue normal el susto del personal, por no saber lo que iba a venir. Los meses más fuertes fueron julio y agosto del año pasado, cuando hasta un máximo de 14 inhumaciones podían ocurrir por día. Desde entonces, hemos aprendido de la experiencia y sabemos cómo actuar, con la precaución debida— afirmó Pérez.

Dos familiares podían estar presentes al momento del sepelio, siempre y cuando portaran el traje de bioseguridad, amén de posteriormente ser sometidos a la rigurosa limpieza con hipoclorito. El lugar del entierro quedó debidamente localizado en un área especial del Cementerio Municipal, donde los deudos han podido colocar su respectiva lápida y los han seguido visitando, pues muy pocos quedaron sin identificar.

—Si el familiar requiere la exhumación de los cuerpos. se debe esperar alrededor de dos años y medio, y lo puede trasladar a donde lo considere oportuno. Solo un caso recuerdo, de alguien procedente del Zulia, que no fue escoltado por familiares, ni fue identificado. No todos accedieron a comprar trajes de bioseguridad, pues resultaban muy costosos, y solo iban a ser utilizados para ese momento— agregó Pérez.

Por supuesto, no eran pocos los deudos que no aceptaban la alteración del ritual del entierro, y menos cuando ni tuvieron la ocasión de participar en los rituales funerarios, e incluso ni siquiera se les permitiría un último contacto, así fuere simplemente visual.

—El tachirense es una persona muy dada al velorio, muy dada a acompañar a su ser querido, y uno, en esos casos, de hacerles entender la necesidad de las medidas de seguridad. Hay gente que no lo acepta; pero terminan comprendiendo de que así son las normas— concluyó Pérez.

Otros duelos

Durante la pandemia, los muertos han pasado a ser cifras, no así para cada caso en particular, para cada historia que involucra a quienes de alguna u otra forma van a sobrellevar su ausencia, eso que normalmente se denomina duelo. Precisamente, para esa es una de las funciones del ritual, que al no ser oficiado convenientemente, dirige al deudo a un dolor más profundo, a una herida más difícil de sanar.

–El ser humano se sabe mortal y padecemos de esa condición como marca determinante que nos acecha de forma distinta, según nuestro nivel de desarrollo y nuestras características culturales y personales específicas. Si hay algo que marca el inicio de la historia de la humanidad tal como la conocemos, además del uso del fuego para cocinar y en general la extensión de su cuerpo a través de la técnica, es la presencia de rituales fúnebres. En todas las culturas y en todos los tiempos, los humanos hemos tenido y mantenemos una relación especial con la muerte. Temor, reverencia ante el misterio de lo efímero y el desarrollo de formas y costumbres distintas de lidiar con este, de buscar la preservación de una esencia que puede llamarse espíritu, alma, psique o memoria— así define la psicóloga Fania Castillo esa relación fundamental, diferencialmente humana, que sostenemos con la muerte, y en la cual el ritual cumple un papel primordial.

Como profesional de la salud mental, ha sido testigo de las profundas transformaciones sufridas por el duelo, y como todos los aspectos que lo rodean, se complican de tal modo, que suman más dolor al que ya de por sí viene con la muerte del ser querido.

—Perder a alguien, después de compartir una agonía y participar de las decisiones médicas, dividir el peso de los gastos, diseñar los ritos fúnebres en familia, ya es bastante doloroso. Perderlo después de unos pocos días de enfermedad abrupta, rodeada de juicios y especulaciones contradictorias, de una hospitalización solitaria, en aislamiento y un tratamiento sanitario del cadáver como objeto contaminante, es extremadamente traumático, por la ausencia de referentes y factores de contención que puedan brindar sentido a la experiencia. La impotencia ante estas circunstancias es grande. Desde luego, cada caso es único y existen muchas variables que facilitan o complican aún más la situación, pero hay cosas en común que bastan para considerarlo como circunstancia especial y específica, y como tal amerita atención, estudio, reflexión y el desarrollo de conductas profesionales de prevención, intervención y seguimiento. Es un tema que dará para mucho en nuestra área de la psicología clínica, la psicoterapia y el psicoanálisis. También para la psiquiatría, la antropología y la sociología, las humanidades en general, y todavía está por estudiarse— afirmó Castillo.

Otro fenómeno, en la Venezuela de hoy, lo constituye el “duelo anticipado”, de parte de quienes se van al país con la certeza de que, a pesar de mantener contacto permanente con sus seres queridos gracias a la tecnología, no asistirán a sus honras fúnebres, o solo tendrán referencias de esas por imágenes o, en el mejor de los casos, una transmisión en vivo por redes sociales.

—La migración masiva de población adulta joven, en los últimos años, ha desmembrado familias que solían ser grandes y unidas. Los que se quedan, en su mayoría son los mayores, más cerca del fin de su vida. Hay muchos testimonios de personas que han pasado por la muerte de sus padres sin poder despedirse, ni participar de las actividades acostumbradas con su familia. Es una experiencia que genera un sentimiento de desolación y soledad, o al menos es lo que me han relatado algunos de quienes lo han vivido— explicó Castillo.

 

 

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