Regional

En medio de muchas emociones se reencontraron los hijos y nietos de Potosí

29 de marzo de 2023

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Luego de casi 40 años la gente originaria de El Cedral, aldea de Potosí, se reencuentra en medio de muchas emociones. Alegrías, tristezas, nostalgias, y muchos recuerdos. Es un hecho histórico, único en Venezuela, porque este pequeño pueblo de municipio Uribante del estado Táchira es uno de los cinco que fueron intencionalmente inundados por el hombre en el siglo XX para dar paso al desarrollo de la Nación, a la construcción de la Represa “Dr. Leonardo Ruíz Pineda”.


Por Bleima Márquez – Regional /La Nación


Luego de 39 años de haber sido inundado intencionalmente Potosí, un hermoso pueblo fundado hace más de dos siglos en el corazón del municipio Uribante para dar paso a la construcción de la Hidroeléctrica Uribante Caparo, los hijos y nietos de esta “tierra soñada”, como ellos mismos le dicen, se reencontraron en medio de muchas emociones.

Los lugareños llegaron de todas partes de Venezuela, incluso de otros países, con muchas ganas de reencontrarse con vecinos, amigos y hasta familiares, pero también consigo mismos. Con sus recuerdos. Con sus orígenes.

La jornada fue larga, comenzó el jueves 23 y se prolongó hasta el domingo 26 de marzo. La alegría estuvo presente, pero la nostalgia impregnó parte de este reencuentro, nunca antes hecho. El primero desde que en 1984 se convirtiera en un embalse, en un enorme lago alimentado por los ríos Uribante y Puya; además, de quebradas y riachuelos de la zona. En parte del Complejo Hidroeléctrico “Leonardo Ruíz Pineda” que surte de energía al occidente del país. Hablar del pasado era inevitable.

 

La iniciativa 

La idea de reunirse con la gente del pueblo rondaba en la cabeza de Silvia Roa. Quería saber de sus paisanos. Es así como comienza esta parte de la historia. Para cristalizar su iniciativa requería de apoyo, por esa razón acudió a un amigo que, al igual que ella, tuvo que dejar el pueblo que la vio nacer: Irineo Pernía, un exitoso empresario y ganadero, quien al escuchar la propuesta de Silvia accedió inmediatamente. Sin pensarlo dos veces dijo sí. Financió absolutamente todo: Alimentos, bebidas, adecuación de los espacios, planta eléctrica, música, grupos musicales, y toda la logística necesaria.

Irineo, designado padrino de la actividad, pagó hasta las lanchas que movilizaron a cientos de personas que asistieron al Primer Reencuentro de los Hijos y Nietos de El Cedral de Potosí. Para llegar al sector donde se reunieron durante tres noches y cuatro días, es preciso abordar una lancha en la zona llamada Embarcadero del Complejo Turístico La Trampa.

Todos celebraron el reencuentro de los hijos de El Cedral (Foto/Bleima Márquez)

Para el padrino, la principal motivación fue encontrarse, luego de varias décadas, con muchas personas que allí vivían: “Eso llama la atención y alegra el corazón de la gente. Uno puede por lo menos transmitirle algo para que haya más crecimiento y más confianza a corto, mediano y largo plazo. Más comunicación entre todos los hermanos de la infancia que nos criamos aquí”.

Desde ese punto hasta las ruinas de la iglesia de Potosí hay más de 13 kilómetros, justo a un costado está El Cedral, las tierras de una aldea del pueblo que se niega a morir. Hasta ese punto hay entre 15 a 20 minutos aproximadamente -depende del tipo de embarcación-, más de 13 kilómetros de recorrido.

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En enero de 2023 comenzaron los preparativos para recibir e instalar a las casi 400 personas que acudieron a la cita. Todo estaba organizado. Algunos inconvenientes de última hora que fueron solventados.

Reinaron los recuerdos de los días vividos en ese pueblito caracterizado por su actividad agrícola y especialmente ganadera. Su gente era muy trabajadora y creyente de Dios.

Al pasar las ruinas de la iglesia, descubierta en un 50 % aproximadamente, y llegar a tierra firme un conjunto de carpas de diversos colores sirvieron de refugio a los cedraleros que allí se hospedaron. Con piedras marcaron la calle real que conducía a esa aldea hasta Potosí.

La misa en acción de gracias no se realizó en la iglesia porque el nivel del agua cubre aproximadamente la mitad del templo. (Foto/Bleima Márquez)

Tenían suficiente comida, una especie de bodega donde almacenaban las provisiones. El padrino Irineo también donó 14 reses para la alimentación de sus paisanos.

Amplia programación 

Fueron muchas las actividades desarrolladas por los lugareños durante los días del reencuentro. El recibimiento de la gente y la instalación se llevó a cabo el jueves 23 de marzo. Ese mismo día, al caer la noche, todos participaron en la misa de acción de gracias, como buenos creyentes, oficiada cerca de la orilla del lago con vista a la deteriorada estructura.

Tenían pensado celebrar la eucaristía en los restos arquitectónicos de la iglesia porque en los últimos años, durante esta temporada, el nivel del embalse ha bajado en su máxima expresión, al punto de emerger totalmente ese templo sagrado que evoca añoranzas e historias a los hijos de aquel bello valle tachirense de calles de piedra y casas de bahareque. Hoy solo quedan ruinas y el recuerdo.

El sábado 25, al caer la tarde, fue la entrega de reconocimientos, actividad en la que el padrino recibió cuantiosas muestras de cariño y gratitud porque hizo posible el reencuentro. También llegaron grupos musicales para amenizar la velada.

Durante el día estuvieron ocupados con múltiples actividades, juegos, tertulias, competencias, paseos y mucho más. Los asistentes disfrutaron de la exquisita carne en vara al mejor estilo llanero, zona donde un importante número de familias se establecieron luego de abandonar esta tierra tachirense que hoy quiso renacer con el regreso de los hijos de El Cedral.

El domingo 26 de marzo fue la despedida, muchos con los ojos aguados dijeron adiós y prometieron regresar para un segundo encuentro. Por su parte, Irineo Pernía se comprometió en gestionar lo necesario para levantar un centro turístico, justo en la aldea que aunque ha desaparecido porque tuvo que ser desalojada y ahora solo quedan restos y recuerdos, aún consideran su hogar.

«Tenemos que mantener la fe”

Irineo Pernía, “el padrino”, como la gran mayoría de los asistentes le decían, es hijo de El Cedral, integrante de una de las familias más antiguas y productivas del lugar. Recuerda con cariño y nostalgia su infancia en su amado pueblito y mantiene vivos las palabras, las enseñanzas y los valores inculcados por sus padres.

Debajo de las ruinas de la Iglesia de Potosí, Irineo Pernía, padrino del reencuentro, recordó que la gente de su pueblo era laboriosa, muy creyente en Dios y tenía principios y valores. (Foto/Bleima Márquez)

En un recorrido en lancha, junto al equipo de prensa de Diario La Nación, ingresaron, por la entrada principal, a las ruinas de la iglesia San Isidro Labrador. Una campana estaba instalada. Allí evocó importantes instantes que marcaron su vida para bien. Contó que fue monaguillo en ese templo religioso y recalcó la fe en Dios.

Una vez adentro tomó la cuerda de la campana y tocó los tonos del llamado a la misa: Talán, talán, talán… hasta completar.

“Yo fui monaguillo aquí. Aquí hice la Primera Comunión. Había un padre llamado el Padre Leal. Aquí se bautizaron muchos niños. Él venía todos los domingos de Pregonero para acá, y toda la gente del pueblo y de las aldeas. Aquí la gente era muy cristiana, nos inyectaron mucha fe, muchos valores. Hacían un gran sacrificio y lo que fuera para venir a la misa”, recordó y agregó que en otros pueblos, y más hacia el llano, son más incrédulos porque ha hecho falta inculcar principios y valores.

Un mensaje similar dio a sus coterráneos, el día de la misa, cuando insistió en la necesidad de mantener y transmitir esa creencia a los hijos, nietos y bisnietos para que no se pierda la fe en Dios y la Virgen porque influye mucho en el crecimiento del ser humano.

Contó que en Potosí hizo sus primeros estudios de primaria y luego lo sacaron para Pregonero, capital de esa jurisdicción. Cuando comenzó la obra de la represa Uribante Caparo los mandaron a salir. Su papá, Rafael Pernía, tomó la vía al llano, donde se instalaron. Ahora Irineo es un próspero empresario y productor porque aprendió a trabajar, a luchar y a la honestidad, como le enseñaron.

Entre sus más preciados recuerdos está la educación de su mamá, quien les revisaba el bolso de los cuadernos a ver si cargaban algo que no fuera propio.

A su memoria llegaron imágenes del ordeño de las vacas con los hermanos mayores, que ya murieron; y el arreo de ganado. Su padre tenía cuatro fincas: Las Tinieblas, El Porvenir, Los Cachicamos y Las Vegas.

Un poco de historia

Irineo contó que en el gobierno de Carlos Andrés Pérez comenzaron hacer los avalúos a través de Cadafe (hoy Corpoelec).

“Hicieron avalúos justos. Yo no creo que haya gente disconforme. Los que no se quisieron ir porque no estaban convencidos les volvieron a hacer el avalúo. A la mayoría de personas le quedó como anillo al dedo porque lo pagaron bien. El que invirtió bien debe haber hecho mucho dinero. La mayoría salió conforme a producir en otro lado”.

El padrino del reencuentro dijo que en el distrito Uribante (hoy municipio) la zona más criadora de ganado, productora de carne y leche, era Potosí con sus aldeas: El Cedral, La Isla, Las Abejas, Jericó, El Morro, San Pedro, Angelito, Santa Marta, Vijagual, Buena Vista y Las Abras.

Emilda Pérez, otra moradora de ese entonces, detalló que en Potosí había escuela, dispensario, iglesia, bodegas, entre otras cosas.

Ruinas

Hoy solo quedan las ruinas arquitectónicas y los bellos sentimientos de los hijos y nietos de El Cedral para no dejar morir el pueblo que tanto aman.

Durante el recorrido por el esqueleto de lo que un día fue la iglesia en honor a san Isidro Labrador se pudo apreciar las anchas columnas hechas posiblemente con bahareque, una edificación de 26 metros de altura que sirve como referencia del nivel del agua. En tiempos de lluvia solo se ve la cruz y en sequía el agua desciende y emerge este santuario.

Un dato curioso es que nunca el agua ha tocado la cúpula de la torre de este templo de Dios. “Aunque el agua sube a su máximo nivel, la cúpula por dentro está intacta. Nunca el agua la ha tocado”, comentó Silvia, la organizadora del evento mientras todos alzaban la cabeza para verla.

 Casas Muertas

Mientras arribaban los cedraleros al encuentro, un grupo de personas grabaron el capítulo final de una película titulada “Casas Muertas», una obra inspirada en la novela con el mismo nombre de Miguel Otero Silva.

La protagonista es Isabel Mora, una señora de 89 años, vestida de negro, por el personaje que representa. Ella también nació en El Cedral, su descendencia llegó al lugar para compartir con sus paisanos. Tiene diez hijos, cinco hembras y cinco varones. Además 44 nietos, 46 bisnietos y tres tataranietos. El 19 de noviembre cumplirá 90 años. Su lucidez es envidiable.

Su hija Emilda Pérez Mora, la acompañaba y formaba parte del elenco.

Isabel Mora, de 89 años, es oriunda de Potosí y protagoniza una película extraída de Casas Muertas. (Foto/Bleima Márquez)

Durante una pausa de la grabación de las escenas, Isabel conversó con Diario La Nación. Contó que para ella fue muy difícil abandonar su pueblo, dejar su casa.

Con sus pequeños ojos brillantes por una lágrima que quería salir, Isabel dijo que la gente se fue yendo y la Guardia de ese entonces los visitaba para advertirles que debían marcharse. “Antes de llegar acá el agua yo lloraba y lloraba. Mataba hasta un pisco para darle de almorzar a los guardias, para adularles”, dijo con una tierna voz entre risas y melancolía.

Tomó cariñosamente el brazo de la periodista y continúo narrando: “Ya Potosí se navegó y cuando llegó al patio el agua corrimos a meter unos coroticos poquitos, porque lo más grande como las camas se las habían llevado”. De allí se fueron a Pregonero.

Leyenda o misterio

La señora Isabel narró una anécdota que no ha podido borrar, relacionada con la persona que donó el terreno donde levantaron la iglesia del pueblo:

“Ya habíamos mandado las camas, todos dormían en los colchones que estaban en el piso. A la una de la madrugada cuando vino Maximino, el marido mío, dijo: ‘Muchachas, muchachas, escuchen las campanas’.

Pero las campanas ya se las habían llevado y las paredes ya estaban caídas. Nosotros pusimos cuidado y sí escuchamos cuando estaban doblando y nos asustamos todos, porque hacía mucho que se las había llevado”.

Continuó el relato diciendo que al día siguiente de ese extraño suceso, “doña Aurora, alma bendita, llegó para sacar del cementerio el cuerpo del papá para no dejarlo debajo del agua. El finado fue quien donó la tierra para la capilla y la hizo. También logró que el padre viniera los domingos para la misa. Entendimos que fue como una alegría del alma de él porque lo iban a sacar para no quedar metido bajo el agua. Es como un misterio que sonaron y sonaron las campanas”.

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