Reportajes y Especiales

Carmen Rosa lucha en familia por una mejor salud mental

17 de abril de 2021

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La paciente necesita tomar medicamentos todos los días y no tienen dinero. (Foto/ Freddy Durán)

Al lado de Carmen Rosa Salcedo, en su lucha contra el trastorno bipolar, están su esposo y un hermano; pero en condiciones de pobreza, ese largo camino de aprendizaje, en pos de su bienestar mental, se complica, ante el requerimiento de un tratamiento fuera de su alcance


 Por Freddy Omar Durán


 

Carmen Rosa, Óscar y Pedro no son solo tres adultos mayores que con una paupérrima pensión enfrentan juntos un futuro incierto, sino que además están en pleno aprendizaje de la condición patológica de uno ellos: el trastorno bipolar.

La señora Carmen Rosa Salcedo Sánchez habla sin tapujos de su enfermedad y también reconoce como armas fundamentales para mantenerla a raya y estabilizar su psique, de modo tal que pueda desenvolverse con provecho en su existencia, la medicación correcta y el apoyo familiar.

No se trata de mala fe del paciente, ni de una voluntad perezosa o la programación negativa de pensamientos, ni falta de echarle ganas; tampoco exclusivamente de un ambiente familiar y social, destino y circunstancia malhadados: es una afección mental y, como tal, ellos tres han tenido que enfrentarla, así eso implique restarle a unos menguados recursos, que ni para comer les alcanzan, ya que nadie los atiende y solo de vez en cuando, la bondad del prójimo les sirve.

Extremos perniciosos

La bipolaridad no tiene un extremo positivo y otro negativo, ambos suelen ser igual de perniciosos. En el caso de doña Carmen Rosa, sexagenaria vecina del barrio 23 de Enero, ha oscilado hacia episodios en los que solía ponerse demasiado agresiva, y soltar sin control la verborrea, hasta las antípodas de la depresión, cuando no se desea salir de la cama, bañarse, ni comer, que es lo que en recientes fechas le persistió.

Los primeros signos preocupantes se dieron en el año 2012

—Ella se fue de aquí, a buscarme en Corposalud, donde he trabajado –relató su hermano Óscar Salcedo-. Se quedó afuera toda una noche, hasta que por fin la encontramos en el barrio Guzmán. De inmediato la llevamos en taxi a la Unidad de Pacientes Psiquiátricos Agudos, en el Hospital Central, donde gracias a Dios cayó en manos del doctor Abel Colmenares, y permaneció internada 6 meses, hasta el 2013.

Eran otros tiempos, al menos así se puede decir en la Venezuela en que unos cuantos años representan un giro de 180 grados en muchos aspectos: luego de ese primer ingreso a UPA, vino un periodo donde a punta de psicofármacos mostró mejoría, hasta que se agotó el dinero para adquirirlos, en 2019, y volvió a recaer en crisis.

—En ese entonces -intervino la señora Salcedo-, me iba a visitar todos los días mi hermano, a la una de la tarde, que le daban permiso en el trabajo, pues mi esposo estaba trabajando en el oriente. Era otra actitud, porque le daban a uno cinco veces la comida, le daban la medicina; la atención fue excelente en todo el tiempo. La segunda vez que me internaron, por dos meses, no es que me atendieran mal, sino que no había los recursos económicos suficientes para la alimentación y la medicación. Esa vez, yo misma no quise poner de mi parte, pues el doctor me había dicho que no podía consumir ni alcohol, ni café, ni bebidas parecidas. Yo no sabía nada de mí, y era hasta impulsiva.

Ya para 2019, los únicos familiares que por ella han velado debían bien temprano encumbrarse a pie por la empinada ruta que les separa del centro asistencial: Con una rodilla operada, Óscar Salcedo, a duras penas se mueve con un bastón.

Precariedad y valor

Sin considerarse afortunados, su paso por los centros psiquiátricos les ha enseñado que a otros les ha ido peor, pues han sido víctimas del abandono de sus familiares.

—Hay familias que se desentienden de ellos –agregó Salcedo-, que los tiran allá, como si fueran un animal, y no vuelven. Lo vimos con gente que ha intentado suicidarse, y ese abandono agudiza aún más la depresión.

Al preguntársele sobre el valor del tratamiento psiquiátrico, que le permite la estabilidad emocional, Óscar Salcedo guarda un profundo silencio y, conteniendo las lágrimas, suelta cifras que para algunos resultarían accesible, pues entre pensiones y bonos de la patria no suman los 15 dólares.

—Tenemos que gastar 10 millones de bolívares para un tratamiento de 10 días, eso mensualmente son como 54 mil pesos. Una prima desde el exterior nos colabora de vez en cuando y a veces nos donan algunos blíster— narró.

Doña Carmen Rosa no puede prescindir de carbonato de litio, quetiapina y una inyección mensual; pero de sobrevenir  la crisis, el coctel psicotrópico debe hacerse más poderoso, y se adquiere bajo estricta formula, y por lo tanto más oneroso. La dosis diaria, para ahorrar medicina, la han tenido que cambiar; pero aun así, ella admite que consumiéndola se siente mejor.

El problema grave de suspenderle el tratamiento está en que luego para levantar al paciente cuesta, pues el paciente muestra resistencia a recibir las pastillas.

—El que ella deje de recibir la medicina implica que hay que volverla a hospitalizar –insistió Óscar Salcedo, y nuevamente recluida en el cuarto, sin querer nada, y se alargaría más el proceso para volverla a estabilizar. Y entonces hay que estarle rogando: ¡por favor, es por el bien suyo!,, para que se tome su medicina. Ella a veces hacía como que se las tragaba, y al rato encontraba las pastillas en el suelo. Entonces, en esos casos lo que se hace es machacárselas y echárselas en un aguamiel o bebedizo.

Para ella, haber caído en manos del servicio de UPA ha sido una bendición, y reconoce el heroísmo de su equipo médico y de enfermeros por lidiar con pacientes psiquiátricos, en condiciones más complicadas que la suya, y que ya ahí sí hay una pérdida de la conciencia de lo que se ejecuta.

—Yo quisiera que el Gobierno nacional ayudara a la gente que está ahí, en UPA –rogó la señora Salcedo-, con medicinas más que todo, porque por comida, podemos arreglárnosla con una arepa; en cambio, el tratamiento se puso muy costoso. Gracias a Dios, por ponernos en el camino al doctor Abel y a su equipo de enfermeros, que con todas las dificultades intentan cumplir con su labor.

Carmen Rosa Salcedo también dirigió un consejo a las familias que igualmente estén pasando por sus problemas

—La familia con este tipo de pacientes, en primer lugar, debe ser iluminada por el Espíritu Santo, para que den con el especialista que “dé con el chiste”; y, en segundo lugar, deben armarse de mucha paciencia y causarle lo menos posible disgustos al paciente, y tenerle mucho cariño, porque de lo contrario no habrá mejoría.

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