El consejo…
A los emprendedores, como él, Alfredo Rojas les recomienda tres cosas: pensarlo bien y sacar cuentas; hacerlo con terquedad, en el mejor sentido de la palabra, y dedicarse a un rubro que a uno le apasione
Daniel Pabón
Caracas.- “El café siempre ha estado ahí, siempre con la familia”, dice Alfredo Rojas. Impregnado de ese aroma, el joven tachirense encarna una tercera generación que apostó por acercar los 925 kilómetros que distan entre los granos que brotan de la tierra en Queniquea y los paladares que lo saborean en Caracas. Don Melitón Café se llama el tributo a su abuelo.
El álbum familiar refrenda la idea de Alfredo de que el café siempre ha estado ahí: asoleándose en el patio, es el fondo inevitable en fotos de primeras comuniones; apilado en sacos, es la silla improvisada de quienes fueron niños. Desde 1968 era para el consumo y el gasto de don José Melitón Mora y su esposa, María Carrero de Mora, padres de nueve mujeres y un hombre.
En la Queniquea de 1974, don Melitón recibió un crédito del gobierno de Carlos Andrés Pérez. No solo supo ampliar los terrenos para la producción de café, convirtiéndola en negocio, sino que recibió capacitación como caficultor de parte de la Fundación Ciara y el Instituto Agrario Nacional. Alegría la del nono cuando el paisano CAP les condonó la deuda.
En la Caracas de 2018, 44 años después, Alfredo, el nieto criado por don Melitón y doña María tras la temprana partida al cielo de su madre, decidió también capacitarse mediante un diplomado en café de la Universidad Central de Venezuela. Abogado de profesión con par de posgrados, lo suyo era hasta entonces el ejercicio del Derecho mercantil en el sector bancario.
Claro que el café, como él mismo dice, siempre ha estado ahí, entre la familia. Don Melitón falleció en 2004, y el único tío varón retomó la finca. Con planificación y sacrificio, Alfredo logró comprar terrenos de algunas tías, apuntando hacia más y mejor producción. Su idea inicial, para el año 2016, era alquilar alguna casa modesta en Caracas para procesar el café.
En 2019, Alfredo puso su mirada en un local del Centro Comercial San Luis, una urbanización de clase media en el municipio Baruta del área metropolitana de Caracas, la ciudad donde vivía desde hacía tiempo. La apertura de Caracas Coffee Roasters, en septiembre de ese año, motivó que otros emprendedores también se animaran y les dieran a esos espacios el dinamismo que ahora, en diciembre de 2021, muestra a sus visitantes.
Entonces, la conquista de la capital empezó a materializarse. “Café producido con pasión y esfuerzo tachirense”, se lee en letras vinotinto en los ocho pendones de tela de saco extendidos sobre el techo de Caracas Coffee Roasters. Este es el lugar y Don Melitón Café, la marca que desde allí empezó a colonizar la ciudad.
En paralelo a esta conquista, la producción en el municipio Sucre (Queniquea) se extendía a otro terreno en el municipio Junín (Rubio). Sobre la tierra tachirense, entre los 1.000 y los 1.600 metros sobre el nivel del mar, entre la siembra y la obtención del grano pueden transcurrir desde año y medio, en la variedad Monteclaro, hasta tres años y medio, con el lote del Bourbon rojo. Un proceso paciente que también contribuye a dinamizar la economía.
Entre las mujeres que seleccionan los mejores granos antes del tueste, los hombres que cosechan y los que recolectan, pueden llegar a 20 los empleos que genera este emprendimiento en Queniquea, donde Alfredo es presidente de la Asociación de Productores de Café e incentiva la producción comprándoles a otros caficultores de la zona y asesorándolos sobre cómo elevar la calidad. “Ese es mi mundo, el mundo que yo puedo cambiar”, agrega. Unos 15 ayudantes más sirven de manera temporal en el terreno de Rubio. Y van siete empleados directos -algunos, familiares gochos- en la cafetería de San Luis.
Caracas Coffee Roasters cuenta una historia de la mata a la taza, como resume Alfredo. “Tenemos la trazabilidad del producto, porque lo hacemos todo con producción propia o de vecinos de quienes conocemos los cultivos”.
A la vista de todos, el grano verdecito recién llegado en bolsas ecológicas desde Queniquea o Rubio entra a una máquina de tostar plateada y negra, de fabricación venezolana, que lo pone a la lumbre, para que lentamente se le introduzca el calor y se vaya desecando, sin quemarse, hasta que tome color. Con los granos girando, ya tostados, empieza una segunda selección de los mejores. A mano. Uno por uno. Con el ojo afinado.
Ese café doblemente seleccionado pasará por lo menos cinco días en contenedores dispuestos y bien tapados en otro rincón del local, en su proceso de desgasificación. Transcurrido este lapso, el grano estará listo para ser molido allí mismo, al momento, según cada quien lo consuma en su casa: no será la misma molienda si el cliente lo toma turco o expreso, de greca o de manga, en cafetera eléctrica o prensa francesa. Este es un diálogo personalizado.
También Alfredo y su equipo hacen frente a la gente las etapas finales del empacado en bolsas trilaminadas con válvula y el etiquetado con las especificaciones del producto, a saber: alguno de los cinco niveles de tueste; la altitud de esa cosecha; si el proceso fue por lavado, natural o honey; el varietal Typica, Bourbon o Blend; si fue molido o se quedó en granos, y la fecha exacta del tueste. La etiqueta resalta una franja con orgullo: “Queniquea – Táchira – Venezuela”.
Dos años después de la apertura de Caracas Coffee Roasters, Alfredo ha logrado posicionar esos empaques con el dibujo del rostro de su nono en los anaqueles de varias de las pastelerías y cafeterías más lucidas de Caracas, una urbe que vive por estos tiempos un resurgimiento de la cultura del café en taza, como también lo sirve él.
En medio de una crisis económica y una pandemia, que amenazaron el año pasado la subsistencia misma del proyecto, este ha sido buen momento para conectar convenios con chocolaterías y hasta para ofrecer el papelón que hace un tío de Alfredo en Queniquea. Y, claro, para que ese local de San Luis también sea punto de reencuentro de los tachirenses que habitan la capital venezolana. Unidos por el símbolo del café están todos, como unidas aparecen las dos ramas en el centro de la bandera regional.
A sus 35 años de edad, Alfredo vive entre Caracas, Queniquea y Rubio, enteramente engranado al café. Siente que está invirtiendo bien su tiempo. Quiere aprovechar esta conquista caraqueña de Don Melitón y expandirse hasta donde lo pueda controlar. A los emprendedores, como él, les recomienda tres cosas: pensarlo bien y sacar cuentas; hacerlo con terquedad, en el mejor sentido de la palabra, y dedicarse a un rubro que a uno le apasione.
¿Cómo no le va a gustar a Alfredo el café, si siempre ha estado ahí, siempre con la familia? ¿Cómo no compartir la historia de un sabor con los cafeteros que llegan por una taza o una bolsa, si allá, en la Queniquea del 2021, sigue su nona María, plena a sus 90 años, seleccionando los mejores granos que brotan de las mismas plantas que hace medio siglo sembró su esposo, don Melitón, la inspiración de todo esto?
Fotografías de Daniel Pabón