Reportajes y Especiales

En El Cobre cayeron peces en 1942

26 de noviembre de 2022

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Justo Eliseo Zambrano tiene 95 años. Nació en El Cobre, actual municipio José María Vargas. Cuando tenía 15 años, el viernes 27 de noviembre de 1942, hace 80 años, fue testigo de la furia de las aguas que enlutó a muchas familias. Los que vivieron como él para contar la historia, vieron peces, cangrejos, caracoles y otros animales. La Tromba Marina de El Cobre, según sus recuerdos.


José Luis Guerrero S.


Eran pescados grandes y pequeños, caracoles, cangrejos, mejillones, entre otros animales del mar. Todos fueron vistos sobre tierras de El Cobre, actual capital del municipio José María Vargas, por los sobrevivientes de la tragedia, la mañana del 28 de noviembre de 1942. Todos cayeron del cielo, durante un fuerte aguacero.

“Yo los vi. Yo los vi. Estaban regados por todos lados. Sobre el barro, sobre el monte, sobre las piedras… Muchos pescados, grandes y pequeños; caracoles, cangrejos y otro poco de animales que de adolescentes no sabíamos qué eran. No entendíamos lo que había sucedido”, narra José Eliseo Zambrano, testigo de la Tromba Marina de El Cobre que ocurrió hace 80 años. Él tenía 15 años, recién cumplidos el 2 de noviembre.

Ese día no hubo clases en la escuela. El jueves 26, al terminar la jornada del día, lo anunciaron. Eliseo llegó a su casa, en el extremo sur del caserío, actual sector El Calvario y lo dijo a su padre, quien de inmediato le ordenó que, al otro día, tenía que ir, temprano, al páramo Los Pantanos a buscar alimentos.

“Tenía que ir a la finca Los Pinos, como a dos horas caminando, porque no había bestias. De allá se traía quesos, mantequilla, leche y otros alimentos. Era parte del mercado de la casa. Yo invité a un compañero de escuela, de deportes, de juegos, Ramón Contreras. Ambos nos levantamos temprano”.

En la finca hubo demora en la ordeñada de las vacas, en hacer los quesos, y se hizo tarde. Emprendieron el regreso con todo el encargo, en medio de los hermosos parajes del Valle de San Bartolomé de El Cobre. Época de juventud.

Para 1942 se contaban en este caserío unos 800 habitantes, repartidos en al menos 112 casas, muchas de ellas enormes, de grandes corredores, todas de techos de tejas. Ubicado a una altura de 2.100 metros sobre el nivel del mar.

Una comunidad que creció sobre una enorme pendiente con tres calles, para la época: La de atrás, Real y Sola, con sus dos plazas, la iglesia principal y la capilla centenaria de la Virgen del Carmen. No existía El Calvario, al sur de la ciudad. Calles planas, cubiertas de monte bajito. La Real sí estaba empedrada por ser la principal, por donde pasaba la toma de agua.

Un caserío rodeado de agua. A la derecha, el río Valle que nace en el páramo El Zumbador, a la izquierda quebrada El Rincón; y arriba, en lo alto del pueblo, la quebrada Casa Vieja.

Un valle extraordinario, con cultivos, sembradíos, tomas de agua, árboles frutales. Un paraíso en una tierra para la siembra y la fe de un pueblo creyente en Dios y la Virgen del Carmen.

“Ya como a las cinco de la tarde, llegamos a La Cuchilla de La Guayana. Allí descansamos un rato y vimos en el cielo, por el lado de Mangaría -mirando hacia La Grita- dos enormes nubes que estaban unidas. La de adelante, más pequeña, y la de atrás más grande. Eran enormes, muy oscuras, muy negras. No prestamos más atención y seguimos por el camino real rumbo a casa”.

Ya sobre El Cobre, entre las 6:30 y 7:00 de la noche caía una leve brisa. Entregó lo encargado, las cuentas, y cenó. Enseguida, su padre lo envió a otro mandado, esta vez en el caserío. Le dio la plata y una lona para que se cubriera, para que no se mojara.

“Me fui a casa del señor Ambrosio, en la primera carrera del pueblo, como cinco cuadras arriba. A la bodega. Al llegar, el señor Ambrosio y otros dos hombres jugaban. No recuerdo si era dominó o barajas. Había una mesa, alumbrada por la lámpara que era una por casa, de la planta de electricidad de Abraham Sánchez. Iluminaba los espacios. Mientras yo esperaba, allí llegó Esteban Zambrano, un compañero de la escuela. Seguía la lluvia, normal como las caídas en otras ocasiones; pero de repente, como diez minutos antes de las 8:00 de la noche, vino un gran relámpago que alumbró con su luz toda la tienda, todos los espacios, y enseguida un trueno que crujió la casa. Muy fuerte, muy duro. Yo no he vuelto a ver un relámpago así, ni a escuchar un trueno de esa magnitud”.

Cumplido el mandado, salió a la calle. A la media cuadra vivía doña Secundina Zambrano de García, en la última casa del caserío. Ella y otros parientes desde la ventana miraban la fuerza de las aguas que comenzaban a correr calle abajo. Ya la furia de la lluvia estaba en su esplendor. Era intensa. Truenos, relámpagos.

“No me dejaron seguir. De haberlo hecho, estaría muerto. Entré a su casa y me senté en una banca a esperar. Ellas les rezaban a todos los santos. Le pedían a la Virgen del Carmen que cesara la tempestad. Quemaron mucho ramo bendito. Yo veía por la ventana que los animales estaban como de mucha bravura, como asustados; vi el agua bajar por la calle, pero estaba cansado, agotado y muy asustado. Ellas sacaron una estera -especie de colcha construida con hojas secas de plátano-, un tendido, una cobija y una almohada. Me acosté y me quedé dormido, hasta el otro día”.

El amanecer en la tragedia

Al salir a la calle, Eliseo se asombró del desastre natural a su paso. Palos, barro, árboles, piedras de grandes tamaños por todos lados. En las paredes veía las marcas dejadas por las aguas, de un metro, metro y medio, en otras de casi dos metros. Toda una tragedia. Casas destruidas por muchos lados.

La quebrada El Rincón, hacia el cerro, bajando a mano izquierda; la quebrada de Casa Vieja, en la parte alta del caserío, las nacientes, el río, todas las aguas se habían salido de sus cauces. Estima Eliseo, junto a otros vecinos, que la furia de las aguas creció unas 25 veces más de lo normal.

“Esas aguas, las de la quebrada El Rincón, pasaron por la casa de mis padres. Se llevó el corredor, casas enteras. Me embarré las alpargatas, los pies, las piernas. Llegue a la casa. No había nadie. El señor Morales, un vecino, que ya tenía hechas las hallacas que vendía los sábados, tampoco estaba. Dejé lo del mandado y salí al pueblo, a donde mi madrina, María Gámez, que vivía al pie del cuartel. Me dio desayuno, me mandó a buscar agua limpia. Todos comentaban que arriba en El Molino, por la carretera Transandina encontraron o que había aparecido una culebra enorme”.

“Con otros muchachos, me fui para allá. Yo la vi. Logramos pasar por entre barro, piedras. La habían amarrado por la cabeza que era grande, redonda, inmensa. Iba de cuneta a cuneta en lo ancho de la calle. Era un animal de mar que lo trajo la Tromba Marina, que más tarde nos explicaron este fenómeno natural que venía todo eso en las dos enormes nubes negras que vinieron desde el Lago de Maracaibo, las que muchos vimos subir desde La Grita, arrastradas por los vientos”.

“Ahí vimos caracoles, pescados, cangrejos y muchos otros animales en la carretera, en el monte. Yo los vi. Muchos pescados limpios por el cerro Duque, pequeños y grandes que la gente recogió y se los comió. Yo los vi. Nadie me lo contó. Yo vi otros animales que no sabíamos qué eran”.

Según los registros de los cuadernos del diario del cuartel militar, la tempestad comenzó, estiman, unos cinco minutos antes de las 8:00 de la noche, luego del fuerte trueno. La descarga fuerte de las aguas de las nubes se extendió entre las 8:15 y 8:20 de la noche. Luego siguió lloviendo más leve.

Los testimonios 

Justo Eliseo, a sus 95 años, es toda una fuente de historias. Narra con voz lenta y clara. Recuerda con precisión muchos detalles. Sus ojos brillan por los destellos de los recuerdos de esas hermosas épocas de juventud y por la tragedia vivida de la que ha escrito muchos relatos.

Él se casó en El Cobre con Candelaria Roa de Zambrano, una vecina del caserío, en 1958, hace 64 años. Las fotos del matrimonio, captadas a blanco y negro, destacan entre los diplomas y reconocimientos enmarcados en su biblioteca. ¡Cuántas joyas de historia allí reunidas!

En un plano actual del municipio José María Vargas, el historiador y cronista de este hermoso paraje muestra que por la topografía de El Cobre se indica que las nubes descargaron furia en el sector La Vega para aumentar el cauce de la quebrada El Rincón, luego siguieron hacia la parte alta, y las aguas de la quebrada Casa Vieja, el río Valle y todas las nacientes aumentan su furia y descienden por todas las laderas. Se van por el Zumbador hasta llegar a Mesa de Aura, donde sigue lloviendo.

Las historias indican que si la Tromba cae cerca del casco central del caserío hubiera arrasado con todo a su paso. “La Virgen del Carmen tuvo el poder de ayudarnos a salvar. El padre Medina narró que desde la casa cural vio pasar sobre las aguas a la Virgen del Carmen con su manto. Llamó al sacristán para que lo acompañara hasta la capilla. Al llegar vieron que todo estaba normal. Otra señora, cuyo nombre no recuerdo, también dijo que la vio bajar. La Virgen santísima allí baja en la creciente”.

Las aguas del río Torbes, al otro extremo de las montañas, también crecieron, y las del río Grita, hasta La Fría. Eliseo narra que por Las Vegas de Táriba “se llevó una casita frente a la hacienda del doctor Marino Daza; la casa materna de los Colmenares Finol también se vio afectada -es donde hoy están los edificios de Residencias Don Luis-”.

En sus relatos recuerda que, a las dos de mañana del sábado 28 de noviembre, cuando cesó el aguacero, bajo el mando del mayor Roso Labrador, tres comisiones de militares fueron activadas: Una hacia la parte de abajo del caserío, otra en la mitad y la tercera en la cabecera, “…para prevenir los saqueos; pero de eso no hubo nada. Rescataron a muchas personas en el sector El Rincón. El cuartel fue refugio para quienes quedaron en la calle. Fue el centro de acopio”.

La urna de Acevedo Zambrano

Las aguas de la quebrada de Casa Vieja llegaron al cementerio. Era pequeño. Se llevaron las urnas con los cuerpos de tres vecinos que estaban enterrados tres y dos días antes.

“Una fotografía tomada por Ernesto Contreras muestra el desastre. Él era presidente de la Junta Comunal y es el registro gráfico de lo sucedido. La crecida de la quebrada Casa Vieja sacó las urnas de la tierra. Una de ellas era la del cuerpo de Acevedo Zambrano y la urna quedó frente a su casa en una ramada, una isla. Los familiares lograron llegar al ataúd, pero para aquella época la urna era clavada para que no se escapara el muerto; la abrieron con un barretón y vieron que era su pariente. Fue enterrado, otra vez, en un área habilitada de este cementerio, al que no se llegó fácil por tanto barro. Los otros dos desaparecieron”.

En el camino, en su ir y venir del día, encontró a su padre, luego a su mamá que se protegió en casa de una vecina. A sus hermanos no les pasó nada. Sí recuerda la muerte de su amigo Ciro Zambrano.

— ¿Qué pasó con el manto de la Virgen del Carmen?

— El sábado, cuando el padre y muchos vecinos se refugiaron en la capilla para rezar y agradecer estar vivos, notaron que el vestido, en la parte de abajo pringa de barro, manchado y la imagen estaba en su altar, en lo alto. La creencia indica que ella desvió las aguas, para proteger al caserío.

— ¿Cuántas personas murieron?

— El censo indica que fueron aproximadamente 68 personas. Mucha gente para la época. Todas las misas de los fallecidos se oficiaron en la capilla.

— ¿Qué hizo el gobierno regional?

— Decretó tres días de duelo, nombró una comisión presidida por el doctor Monsant. Recogieron ropa, comida, muchas cosas, pero muy poco llegó a El Cobre. A muchos les dieron una cobija picada por la mitad.

— ¿Recopiló usted muchos relatos?

— Muchos. Ha sido mi pasión, escuchar los relatos de los vecinos. Todo está escrito y disfruto contarlo hasta que Dios me lo permita.

Muchas familias de El Cobre lo perdieron todo. Las aguas de la Tromba Marina, que los estudios indican vinieron desde el Lago de Maracaibo y descargó sus aguas en este rincón del Táchira al chocar los vientos calientes y fríos, se llevaron además de las víctimas, morocotas y pesos. Baúles con dinero.

“A mi padre se le llevó unos 200 pesos y 12 morocotas, que eran de oro. El agua al entrar a la casa se cargó el pequeño cajón donde las guardaba. Un señor de apellido Guerrero, estaba a salvo, pero se regresó a buscar sus morocotas. No regresó…”.

Esa noche, el 27 de noviembre de 1942, los peces y muchos otros animales del mar cayeron del cielo en el caserío de El Cobre. “Yo los vi. Yo los vi. Nadie me lo contó…”.

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