Reportajes y Especiales

Mi año virtual: niños y jóvenes cuentan cómo ha sido el año más frustrante de sus vidas

25 de marzo de 2021

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Al cumplirse el aniversario de la llegada de la pandemia de COVID-19, el recuento no puede reducirse al número de contagios y fallecidos, también debe incluir el enorme número de personas para quienes este parón ha sido emocionalmente devastador. La frustración es un sentimiento que prevalece en niños y jóvenes al describir su experiencia

Psicólogos expertos en la atención de niños, adolescentes y universitarios coinciden en que hay un impacto visible en la salud mental de ese grupo etario a partir de la pandemia, el cual se expresa en alteraciones del estado de ánimo como ansiedad y depresión, que en algunos casos deriva en ideaciones suicidas

El Estado venezolano ha dejado desasistidos a los niños y jóvenes que requieren atención psicológica. Sin políticas públicas para la prevención y tratamiento de la salud mental, son las familias y organizaciones de la sociedad civil las que han tenido que hacerle frente a este problema


“Estoy mucho tiempo encerrada en la casa, extraño a mis amigos y a mi maestra, pero al menos me puedo quedar en mi casita. Estoy con mis hermanitos, con mi mami y también con mis primos. Puedo jugar, ver televisión y hacer mis cosas”, contó una niña de 6 años de edad, la más joven de quienes compartieron su testimonio tras un año de confinamiento.

Su rutina cambió de manera abrupta cuando el 16 de marzo de 2020, su escuela cerró y debió quedarse en su casa junto a sus padres y hermanos. La niñez no la blindó de las emociones que muchos adultos han reportado a lo largo de un año de confinamiento: ella también se siente encerrada y añora la vida social que conocía.

Una niña de 11 años describió así su experiencia: “Durante este año de pandemia y confinamiento me he sentido bastante diferente. Distanciarme tanto de mis compañeros, amigos, incluso de algunos familiares, es algo que me ha costado manejar. Algo bueno es que he mejorado en temas de personas, he hecho nuevos amigos, aunque me cuesta un poco. No puedo decir que me he aburrido, he visitado a varios de mis amigos y amigas y he disfrutado estar con ellos. En el tema de las clases online, la verdad es que he perdido un poco la cabeza, me ha costado mucho el tema de acostumbrarme a pararme a las 7 a.m. a ver una pantalla a prestar atención, en vez de tener la oportunidad de ver a mis compañeros y profesores”.

Además del tema social, el testimonio de la niña de 11 años menciona la mayor fuente de ansiedad en todos los entrevistados: el cambio de la educación presencial a las clases a distancia.

“Me he sentido encerrada y muy estresada porque ahora las tareas las mandan todas para un mismo día, no veo contenido, las matemáticas son mucho más difíciles de entender al igual que todas las demás materias. Me costó mucho entender las actividades sin ver contenido, estar encerrada con mis tres hermanos es frustrante por el escándalo. Ha sido frustrante”, compartió una adolescente de 13 años.

Otro adolescente de 14 años hizo referencia a la dificultad de aprender a distancia: “Durante el año de pandemia me sentí bastante raro, ya que era algo desconocido para mí. Por suerte me pude adaptar rápido al uso del tapabocas y las medidas de bioseguridad. Pero las clases virtuales son otra historia, me parece un modelo inútil y poco efectivo. Creo que no estoy aprendiendo nada y veo la necesidad de regresar a las clases presenciales con las medidas de bioseguridad necesarias”.

Entrevistada al principio de la pandemia, Griselda Sánchez, secretaria del Sindicato de Maestros del Distrito Capital, contó que el plan del presidente Nicolás Maduro de mutar la educación presencial a digital era imposible en un país con un servicio de internet deficiente. “Es una mentira más, en la educación pública eso no es viable”, dijo Sánchez. La sindicalista también indicó que ni alumnos ni maestros poseían las herramientas para llevar a cabo la pretensión oficial.

La frustración por sentir que están aprendiendo poco o nada encuentra soporte en indicadores detallados en un informe del Banco Mundial. Juan Maragall, quien por casi una década fue secretario de educación del estado Miranda, dijo que “el impacto del COVID-19 en los aprendizajes de nuestros niños es dramático y tiene que movilizarnos para encontrar rutas de regreso a las escuelas y al aprendizaje”.

Prisioneros de Internet

“Este año de cuarentena ha sido de mucho estrés a pesar de que he estado en la casa sin ir al colegio. Las clases online han sido bien estresantes por la cantidad exagerada de trabajos que han enviado y porque hay que cumplir con un horario que a veces resulta difícil porque se va la luz o el internet. Eso sin contar cuando hay un exámen online, es lo más estresante de todo.  Afortunadamente, el haber empezado a practicar fútbol otra vez me ha ayudado bastante a distraerme y a liberar un poco ese estrés. Espero que esto pase pronto y podamos volver a la normalidad”, contó un adolescente de 15 años.

Liza Guilbert, psicóloga clínica y directora del Centro de Asesoramiento y Desarrollo Humano (CADH) de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), describió el tránsito emocional que ha visto en gran parte de los estudiantes: “Al principio del confinamiento los afectó mucho la tristeza, la desesperanza y la apatía. Aunque se ha relajado un poco, el nivel de interacción social aún no se compara con el que tenían hace unos años. Los jóvenes están en una etapa en la cual socializar es muy importante. Por ejemplo, hay muchas destrezas sociales que se aprenden al formar equipos para hacer trabajos y exposiciones”.

Tras el impacto inicial, el siguiente reto fue adaptarse a estudiar a distancia no sólo por un tema de disciplina y metodología, sino por circunstancias y carencias materiales, explicó Guilbert. “Una gran fuente de ansiedad ha sido la carencia de equipos y recursos para estudiar en línea. Si tienen o no computadora o teléfono inteligente; si deben compartir esos equipos con sus padres o hermanos; si tienen internet, megas o luz. Incluso compartir el mismo espacio los abruma. Los problemas asociados a los servicios públicos los siguen afectando mucho: si se va la luz en medio de la clase, pierden la clase o el examen; si no tienen datos para ver un video, no pueden completar un trabajo; si no hay agua por varios días, deben dejar de estudiar tan pronto llegue. También hay que pensar en los que han tenido que trabajar para apoyar en su casa. Todo esto incide en el rendimiento académico”.

Los jóvenes venezolanos no son los únicos que manifiestan afectación psicológica producto de la pandemia. “A nivel individual, los niños y jóvenes han perdido repentinamente muchas de las actividades que proporcionan estructura, significado y ritmo diario, como la escuela, las actividades extracurriculares, las interacciones sociales y la actividad física. Durante un período prolongado, estas pérdidas pueden empeorar los síntomas depresivos y pueden afianzar aún más el aislamiento social, la anhedonia y la desesperanza”, reseñó una revista canadiense de la sociedad de psiquiatría.

Igualmente en Alemania, un estudio nacional sobre el impacto de la pandemia en los jóvenes encontró que dos tercios de los niños y adolescentes informaron estar muy afectados por la pandemia de COVID-19.

“Experimentaron más problemas de salud mental y niveles de ansiedad más altos que antes de la pandemia. Los niños con un nivel socioeconómico bajo, antecedentes migratorios y espacio de vida limitado se vieron significativamente más afectados”.

“Uno está dispuesto a seguir adelante, pero la situación no te lo permite”

Un estudio realizado a principios de la pandemia por las profesoras Luisa Angelucci y Yolanda Cañoto, publicado en la revista Analogías del Comportamiento de la UCAB, halló que los cambios en la dinámica familiar, la hiperconectividad, dificultades en el acceso a internet, sobrecarga de trabajo, preocupación por la salud de sus padres y abuelos, y la inseguridad económica y política, incidieron en el incremento de casos de ansiedad y depresión en los jóvenes.

“Los estudiantes de las universidades públicas presentan posiblemente mayor ansiedad por tener aún la incertidumbre sobre lo que pasará con su carrera y por haber perdido un año académico completo, lo que los pone en desventaja con respecto a estudiantes de universidades privadas. Sin embargo, vale acotar que los jóvenes universitarios, por su nivel educativo y de información, tienen factores protectores que hacen que su ansiedad o depresión no sea muy alta, comparado con jóvenes con menos nivel educativo y en condiciones socioeconómicas de riesgo”, explicó Angelucci, quien es doctora en psicología y directora del Centro de Investigación y Evaluación Institucional de la UCAB.

“Los síntomas de ansiedad, depresión o falta de bienestar son multicausados y, aunque se pueda establecer en forma general que los niveles de ansiedad y disfunción social pueden ser moderados y la depresión más bien baja, no se puede descartar un porcentaje bajo (de entre 10 y 20%), que presentan algunos síntomas como alteraciones del sueño, angustia, dolores de cabeza, tristeza y hasta ideas suicidas. Ese porcentaje representa una población de riesgo y debe localizarse e intervenirse para que no se llegue a consecuencias fatales desde el punto de vista psicológico y físico. Se debe estar muy pendiente de cualquier señal que indique un cambio desfavorable para tratar a la persona lo más rápido y, si es posible, con ayuda de profesionales en salud mental”, dijo Angelucci.

Un adolescente de 17 años de edad describió así su experiencia tras este parón de un año que dejó sus planes en suspenso: “Aunque en muchos aspectos la pandemia no afectó mi vida social, puesto que la mayor parte de mis interacciones sociales ya eran online (menos clases) me destruyó gran parte de mis planes de futuro puesto que primero perdí mi graduación de quinto año, se paralizaron mis trámites migratorios, y por ende mis planes de estudiar la universidad en el exterior, mientras que a la vez sentía que mis clases extra quedaban inutilizadas y el esfuerzo que tuve a lo largo del año quedaba inutilizado. El comienzo de la universidad a distancia afectó no solo mi autoestima, sino también mi estado anímico, y la libertad de la que gozaba tanto en privacidad como en el control de mi vida en general se vio completamente reducida por el confinamiento. Y siendo que gran parte de mis interacciones eran online, y ahora el ancho de banda estaba ocupado por mi familia 24/7, también redujo la calidad y frecuencia de mis conversaciones, perdí el apetito y terminé comiendo una sola vez al día, empecé con pensamientos suicidas debido al estrés universitario y eventualmente me desconecté por completo de redes sociales y amistades por una semana. Aunque ahora me recuperé de ese estado, no niego que en personas que la hayan pasado peor, que no son pocas, la situación interna ha debido de ser mucho peor”.

Abel Saraiba, psicólogo y coordinador del servicio de atención psicológica (SAP) de Cecodap, una ONG venezolana encargada de la defensa y protección de los derechos de los niños y adolescentes, afirmó que la cara no evidente de la pandemia ha sido justamente el impacto en la salud mental. “Estamos hablando de una realidad que tiene un impacto muy notable en la vida de niños y adolescentes, y que sobre todo se vive de manera muy dura en un país que carece de una infraestructura adecuada en materia de salud mental”.

Ese impacto emocional tiene métricas concretas en el SAP: mientras que en 2019 realizaron 1.115 consultas psicológicas, en 2020 realizaron 4.282 en las que atendieron a 3.419 personas, 70% de los cuales son niños. “Fue como una hemorragia de personas que estaban buscando atención psicológica, pues no son muchos los servicios gratuitos que hay en el país. Conforme pasaban los meses veíamos que cada día llegaban más y más casos y comenzamos a alarmarnos”, contó Saraiba.

Los psicólogos del SAP notaron que el fenómeno de las alteraciones del estado de ánimo ganaba cada vez más terreno. En el primer semestre de 2020 representaron el 31% de los casos, y durante el segundo semestre llegó a 44%. De ese porcentaje, 21% presentó algún grado de ideación suicida. “Esto es muchísimo porque hace tres años esta cifra no llegaba a pasar del 10%. Hoy podemos decir que hay un impacto claramente visible en la salud mental en niños y adolescentes a partir de la pandemia, que se expresa en alteraciones del estado de ánimo que, dicho de manera más llana, se refiere a ansiedad y depresión”, explicó Saraiba.

Las estadísticas del SAP indican que la pandemia emocional no conoce de burbujas socioeconómicas, ya que la afectación de la salud mental de niños y adolescentes ocurre sin distingo del estrato social en el que se encuentren, aunque los psicólogos advierten que aquellos que viven en situaciones de pobreza son aún más vulnerables, porque tienen menos acceso a recursos que permitan mitigar los efectos de la precaria situación que están viviendo los venezolanos.

Con 21 años de edad, un estudiante universitario de primer año contó su experiencia:   “Cuando empezó la cuarentena obviamente no sabía que iba a durar tanto. Pensé que iba a ser cuestión de algunos meses. Realmente no había caído en cuenta de la magnitud de la pandemia. Ya una vez que tomé conciencia de que iba para rato, evidentemente me sentí frustrado porque me faltaban sólo dos semanas para terminar el año y gracias a la pandemia esas dos semanas se transformaron en un año más. Es frustrante porque uno está dispuesto a seguir adelante, pero la situación no te lo permite y simplemente las clases online no son lo mismo que presencial. En conclusión, para mí la pandemia ha sido muy frustrante”.

Guilbert advierte que las situaciones de crisis, que en Venezuela significa tener que lidiar con una pandemia en medio de una emergencia humanitaria severa, es normal ver signos de estrés postraumático, como gente con miedo a socializar o de acercarse a otros, de retomar la cotidianidad, de salir a la calle. Por ejemplo, quien no tuvo que ir durante todo un año a la universidad, quizás le angustie tener que trasladarse al salón de clases si debe usar un transporte público atestado y sin medidas de bioseguridad.

Salud mental a la deriva

“El drama de esta situación no es sólo decir que esto le está pasando a tantos niños y adolescentes, sino que no tenemos a dónde remitirlos. Son pocos los servicios de psiquiatría operativos y mucho menos para la atención de niños, lo que prácticamente significa que los niños y adolescentes que experimentan síntomas de ansiedad y depresión se encuentran a la deriva, sin asistencia, pudiendo esto costarles la vida. Es una realidad preocupante y requiere de la acción del Estado, por más que desde la sociedad civil nos propongamos atenderlos, no hay forma de que nosotros podamos cubrir lo que debería estar haciendo el Estado porque el alcance necesita ser mayor”, argumentó Saraiba.

Una vez más, la sociedad civil ha tenido que asumir un rol que le corresponde al Estado venezolano, el cual debe ocuparse de dotar hospitales y formar profesionales capaces de atender a la población, donde sea que se encuentre en el país, no sólo en las grandes ciudades.

“¿Qué debería hacer el Estado? Lo primero es que en el país debería haber una política pública clara y definida, con recursos materiales y humanos en materia de niñez y adolescencia, y no la hay. Esto ya marca un problema estructural. No hay en el país una política pública para atender la salud mental de los ciudadanos. El Estado tiene la obligación de diseñar un esquema preventivo para evitar que los niños y adolescentes desarrollen condiciones que impacten su salud mental, que alerten de manera temprana sobre problemas de salud mental para identificar posibles riesgos. Cuando lo preventivo falla, es necesario contar con servicios clínicos especializados que sean capaces de brindar respuesta a los niños y a sus familias”, dijo el coordinador del SAP de Cecodap.

La negligencia del Estado venezolano en materia de atención a la salud mental de niños y adolescentes ha tenido una clara repercusión, tal y como lo reveló una investigación de Cecodap sobre suicidios en la niñez y adolescencia en Venezuela. Según ese estudio, de 11 suicidios ocurridos en 2014, pasaron a registrar 88 en 2019. Por su parte, el Observatorio Venezolano de Violencia encontró que entre enero y junio de 2020, 19 niños y adolescentes sufrieron muertes  autoinfligidas. El incremento es de 800% en un período de cinco años.

Saraiba sostuvo que la salud mental no está siendo manejada como una prioridad por las autoridades y que eso pasa una factura muy alta, pues los niños y adolescentes que están afectados por esta situación ven comprometida su capacidad de continuar en la escuela, de desarrollarse, e inclusive ven amenazada su propia vida. “Esto tiene que llamar nuestra atención sobre el país en el que estamos viviendo. Estas cifras son una postal del país que nos hemos vuelto”.

Buscar ayuda

Aunque el desarrollo e incipiente distribución mundial de la vacuna contra el COVID-19 ha sido una luz al final del túnel, al menos en Venezuela la perspectiva más realista es que la pandemia siga su curso por unos meses más. El repunte de casos producto de las flexibilizaciones arbitrarias del gobierno y de la llegada de variantes de más fácil contagio, llevan a pensar que el uso de la mascarilla y la dependencia de las clases a distancia seguirán marcando la pauta durante buena parte de 2021.

“La vida continúa y esto va a durar unos cuantos meses más. Hay que enfocarse en adaptarse a una realidad que cambia constantemente. No vamos a regresar al 2019, esto causó un cambio y hay que aprender a adaptarse, a desarrollar flexibilidad psicológica”, apuntó Guilbert.

Aprender a adaptarse significa tener planes realistas a corto, mediano y largo plazo, explicó Guilbert. “No ponerse metas imposibles de lograr y tampoco perder la esperanza. No importa que suene un poco cursi pero hemos visto que quienes tienen conexión con su espiritualidad, independientemente de las creencias religiosas de cada quien, logran adaptarse mejor a la adversidad. Para unos esa espiritualidad se manifiesta orando, practicando yoga, meditación, escribiendo, tocando algún instrumento”, dijo la directora del CADH.

Tras un año de confinamiento, Guilbert es enfática sobre la importancia de no aislarse. “Nos dimos cuenta de que los estudiantes que hicieron trabajo voluntario durante este período se llenaron de tal manera que animaba a los demás. Esos estudiantes que se enfocaron en ayudar a otros se sintieron mejor, eran más positivos. La variable de ser solidarios y de ayudar a otros es importante para sentirse bien, da un sentido de pertenencia, de saberse parte de algo”.

Con la experiencia que le dejó las más de 4.000 consultas psicológicas realizadas durante 2020, el coordinador del SAP de Cecodap indica que el recurso más importante para mejorar la salud mental es poner en palabras lo que sentimos. “Creemos que eso que sentimos se nos va a pasar solo y lamentablemente no es así, los cambios en nuestra salud mental, como cualquier alteración de la salud en general, pueden requerir de ayuda. Es importante buscar apoyo cuando sentimos que alguna situación nos sobrepasa. El tema está en atrevernos a buscar ayuda. Ese es el paso más difícil que nos toca dar. Cuando logramos obtener esa ayuda no viene un proceso mágico ni rápido, pero es un paso que definitivamente nos conduce a estar mejor. No estamos condenados a vivir con sufrimiento, podemos salir adelante si buscamos ayuda”.

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