Con tres semanas de parálisis en sus actividades comerciales, los establecimientos comerciales del centro de San Cristóbal recuperaban el tiempo perdido, con la presencia de personas buscando alimentos y otros elementos básicos para actividades personales o reparaciones en casa.
Este martes, en la mañana, se volvió a la fluida corriente humana de mediados de junio, que en especial fue capitalizada por perfumerías y mercerías, mientras otros negocios estaban dispuestos a conformarse con una clientela menguada, que en términos coloquiales podría denominarse el “peor es nada”.
El control biosanitario a locales y centros comerciales se aplica con mayor severidad, y eso obliga a que cada cliente que desee ingresar a esos lugares debe aguardar a la aplicación de un líquido o gel desinfectante, y la medición de temperatura.
Las líneas de transporte público, urbanas y suburbanas, trabajaron esta semana con total normalidad, pero muchos usuarios ya se están quejando por los aumentos de los pasajes, aunque los transportistas alegan que solo se hace un ajuste en bolívares, a precios que en pesos se han mantenido.
Muchedumbres también se han vuelto a agolpar en los bancos, ya sea para resolver los problemas con sus tarjetas o compensar la sequedad de efectivo en sus billeteras, para -entre otras cosas- no tener pagar los viajes en busetas en pesos, más bien reservados para otros gastos.
Historias de la calle
A la calle volvieron para solventar las compras pendientes, para buscar la manera de ganarse el pan con el sudor de su frente, y muchos simplemente para recurrir a la caridad del prójimo.
Tal es el caso del señor Julio Cacique, quien desde Capacho, cuando la cuarentena le abre una brecha, baja a recurrir a la ayuda de la gente de buen corazón.
—Yo antes me las arreglaba vendiendo dulces, y ahora la cosa se puso muy dura. Por ahí ando, para que me ayuden con lo que puedan -dijo-.
Con su indumentaria, parece un símbolo ambulante de la realidad regional: un poncho le cubre parte de su cuerpo, una prenda muy propia de la región andina; un pote en una de sus manos, para recibir colaboración económica, nos recuerda la precaria situación que vivimos; y sus guantes, máscara de acetato y bastón, los podemos relacionar con su condición de vulnerabilidad ante la pandemia global.
A la calle también fue sacada a pasear la bebé Mía Isabella, cuya madre aprovecha que los negocios abrieron para unas compras pendientes.
—Yo no le veo nada bueno a la cuarentena –afirmó la mamá, que apenas si pasa de los 20 años-. “Nosotros necesitamos trabajar para poder comer. Nosotras, las mamás, debemos esforzarnos el doble por nuestros hijos. Ahora, por ejemplo, estoy trancada porque no puedo traer de Cúcuta la materia prima para mi emprendimiento de ropa masculina. Salgo con mi bebé porque tenía pendiente comprarle alguna ropita para ella”.
Freddy Omar Durán