Las redes sociales están diseñadas para conocer a la perfección la intimidad, gustos,
preferencias e inclinaciones de los usuarios ubicados en cualquier rincón del globo. Incluso, el control y dominio de la información son más profundos y precisos que la del propio internauta. Aunque el propósito real de las redes no está explícitamente definido en ninguna parte, la idea subyace “claramente oculta” en la dinámica propia de la era cibernética. Los diseñadores de estas herramientas virtuales no son ángeles celestiales, preñados de buenas intenciones y dispuestos a construir plataformas amigables para el progreso de la humanidad y el éxtasis pleno de los miles o millones de suscriptores y beneficiarios. Sería muy ingenuo e inocente quien vea las redes sociales como el aporte altruista de un grupo de buenos samaritanos con nobles propósitos tecnológicos. Es un secreto a voces. Muchos lo saben. Pocos lo dicen. Todos lo aceptan. Las redes sociales son el instrumento más barato para recolectar, clasificar, sistematizar y proyectar datos individuales en una gran base de datos. Big Data la llaman los expertos.
Nadie está descubriendo las bondades del agua tibia con estas afirmaciones. Son los usuarios quienes se encargar de aportar y colgar los datos. Es una acción aparentemente voluntaria. La única coacción es la obligatoria aceptación de los términos de uso de cada plataforma. Solo así se accede a las distintas prestaciones de la aplicación. El usuario corre este riesgo inocente por el derecho a formar parte de la red. El perfil del internauta se va delineando con la misma pasión frenética o la frecuencia con que publica imágenes, textos, lecturas, ideas, viajes, gustos, amores, odios,
aberraciones, nostalgias, creencias, fotografías, lugares visitados y tantas otras cosas. El trabajo humano puede fallar por cansancio u olvido. Pero los robots cibernéticos se encargan de completar las tareas inconclusas. La gran base de datos se almacena y sigue creciendo progresivamente. Los datos se usan posteriormente con fines comerciales, publicitarios, religiosos, políticos, electorales, policiales, ideológicos y estratégicos. Las grandes corporaciones de la información tienen acceso relativamente fácil a la información individual, grupal o colectiva.
Las redes son instrumentos perfectos para medir tendencias electorales. Lógico. A través de ellas se desclasifica sin coacciones el secreto del voto. El usuario se declara partidario o adversario de las candidaturas y partidos. No pide permiso ni recibe amenazas. Solo ejerce de manera
voluntaria la libertad de opinar. Las redes también se usan para direccionar matrices de opinión, crear noticias falsas, propagar rumores, imponer tendencias, entre otras cosas. En otros países se denuncia el uso de las redes sociales para interferir los resultados electorales. Aquí el análisis se pone más complicado. No es que las redes alteran las garantías y condiciones del proceso comicial. No son herramientas para el fraude directo. El meollo está en que pueden cambiar la opinión de la gente. Por ahí está el caso Trump y las supuestas conexiones rusas como el ejemplo más sonado. Los expertos diseñan la campaña según el agrado de cada votante. Pero el problema de fondo no son las redes, ni su uso con fines electorales, sino el criterio endeble e indeciso de los usuarios. No hay más explicación para el título de este artículo.
(José de la Cruz García Mora) /