Opinión

Raciones de Navidades

31 de diciembre de 2019

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Angel Ramón Oliveros S.

Otro año que pasa y yo tan lejos…” El intro de “el indio Pastor” ensordece en el transporte atestado de gente. Si uno es venezolano o colombiano, la melodía igual resulta familiar. Aunque Pastor López está entre los fallecidos del año -otro “Hijo Ausente” del 2019- sus estribillos tristones se multiplican en cada colectivo y en cada cuadra donde la crisis venezolana se solapa con la aparición paulatina de divisas.

La movilidad es otro asunto. Justo cuando más se necesita, hay menos transporte disponible. Un usuario describe el panorama que se repite en miles de hogares venezolanos: – “el carro de mi familia está en terapia intensiva” – dice. Los pasajeros ignoran el comentario -no sé si es por sabido, o para no hurgar más en la herida-.

En la frontera tachirense son menos quienes se quejan de los servicios públicos, ya en fase crónica. Como un relevo inesperado, la actitud resignada suple la crítica y el peso colombiano –ahora recién también el USdólar- suple los escasos bolívares disponibles. Quedan pocos y son perecederos, como el tomate.

«Mal de muchos dicen que es consuelo, y el bien de pocos también es dicha«, reza el Epistolario de Eusebio Nieremberg (1649, Epístola 24) citado en www.fundacionlengua.com El argumento puede aliviar a tanto propietario hastiado frente al viacrucis para surtir gasolina, la más cara de la historia. Quien quiera surtir, paga en interminables jornadas con sus días y noches exponiéndose a delincuentes y durmiendo a la intemperie.

Y eso que cada vez somos menos. A menos que una cuenta virtual viaje sin su dueño, los más de 4.2 millones de cuentas de Facebook que han migrado de Venezuela, según un estudio de Daniel Montero citado en www.elnacional.com  son el indicador nada despreciable de un drama terrible: el último trozo de Venezuela desprendido; el que más duele: el de su gente.

“Y al llegar la media noche…” La inspiración premonitoria de Jorge Pastor López Pineda (Barquisimeto, Venezuela, 1944-Cúcuta, Colombia 2019) a finales del siglo XX, remueve sensaciones.  Para quienes seguimos en Venezuela, las nuevas navidades, están hechas de retazos, como el pesebre. Quien migra afronta el dilema de vivir dividido: Estar donde no se pertenece y pertenecer a donde no se puede estar. ¡Vaya sinsentido!

Pastor, quien también migró cuando Venezuela era Venezuela, lo hizo por un motivo distinto: la música popular, de la cual terminaría erigiéndose en toda una leyenda. Contrario a quienes hoy se diluyen sin rumbo, el suyo le permitió recoger fragmentos culturales y armar una fiesta interminable. Con semejante tecnología en audio car, así uno no quiera la fiesta se prolonga y la cumbia (colombiana o ecuatoriana) se convierte en melodía obligada de mucha gente: la suya, la mía y de todo el barrio.

A muchos detractores de la música popular las composiciones del “hombre de los anillos” les sonarán “cursi”, “retrógradas”, “desvencijadas”; “sensibleras”, sin que ello las excluya de “rockolas”, “play-list”, “gifs”, “musicales”, pasando por los “car audio” que a unos deslumbra y a otros atormenta, hasta la inundación de “bodegones” y “licorerías” que duran hasta el amanecer… “Otra navidad sin ver mi gente…”.

Otros más refinados pero igual nostálgicos, tararean “Ven a mi casa esta Navidad”, mientras el cover de Voz Veis hace de tema sonoro. Hay quien prefiere la versión original de la melodía compuesta por el argentino-español Luis María Aguilera Picca (el mismo de “Cuando salí de Cuba” y “Señor Presidente”) en 1969.

Pero la Navidad a retazos, la nuestra, ha tenido y sigue teniendo un sabor extraño, como esos sabores que de tanto mezclarse terminan sin estar definidos. El paladar se ve obligado a conformarse: “Es lo que hay”.

El pegajoso ritmo del ícono musical venezolano-colombiano es apenas un ingrediente en la colcha navideña: hoy cargamos en los bolsillos tres divisas y ninguna; Cada hallaca constituye un logro impensable, hasta donde alcance; los juguetes se reducen a uno, si es que se puede, y los estrenos son más bien reestrenos, acicalados con uno que otro retoque de reposiciones, cuando no reciclados, obtenidos en “reventas” o reconstruidos.

Los fuegos artificiales son una rareza y las bebidas perdieron status hasta convertirse en productos tan nocivos como la yuca amarga. Según reseñan portales digitales, acelerar la maceración del popular cocuy –la bebida de moda- con formol y ácido de batería ha degenerado en la mezcla letal. Los más afortunados pudieron canjear el medio petro por “wiski” del bueno…

Semejante coctel depreciado no impide que cada quien intente reconstruir lo mejor de su espíritu decembrino. Mientras se intercala la cola con el improvisado fogón, sólo cambia el móvil de la fila: combustible, alimentos, boletos de viaje, gas doméstico, el efectivo, los bonos y hasta el petro, la codiciada “criptomoneda” tan vilipendiada como apetecida por estos días.

Sólo el improvisado fogón de la cuadra permanece, mientras cada uno haga su correspondiente aporte de biomasa, desde un chamizo hasta un viejo mueble, porque también la leña se vende en divisas y la electricidad hace rato dejó de ser fiable. Seguro que no faltará entre los suyos un voluntario que le permita “brindar por el ausente”. *(@oliverosar) *periodista. San Cristóbal, Venezuela. [email protected]

 

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