Reportajes y Especiales

Centurias de una última morada

30 de julio de 2021

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Juan José Contreras Cárdenas


El municipio Lobatera es muy antiguo, su territorio actual fue erigido como viceparroquia eclesiástica en 1750. De hecho, una de las cuatro estrellas de la bandera del Táchira, que simbolizan a los cuatro cantones de entonces, representa a Lobatera. Su historia es rica, desde el nacimiento de personajes y hechos propios de la vida, hasta el cierre de los ciclos con la muerte. De allí que el Cementerio Municipal sea un patrimonio antiguo del lugar, del estado y de Venezuela.

Para la historia. Eran las cinco de la mañana del 26 de febrero de 1849, “con la brevedad del relámpago, la ciudad de Lobatera quedó reducida a escombros”, registró en ese entonces monseñor José Edmundo Vivas. Fue un terremoto de gran intensidad, con epicentro en la población. Es parte de lo que documenta el doctor Samir Sánchez en su libro ‘Crónicas de Lobatera’.

El siniestro fue el origen de la población de Michelena, para los que se fueron, pues los que se quedaron debieron reconstruir y por ende se creó el actual camposanto lobaterense, ya que el anterior, que estaba ubicado en el sector El Humilladero, quedó devastado, al igual que el pueblo.

Arco de la entrada del cementerio municipal de Lobatera / Juan Contreras

Recinto

En la entrada por el lado de la autopista, hacia San Pedro del Río y San Juan de Colón, el casco urbano de la capital de Lobatera tiene ubicado su Cementerio Municipal. Un antiguo arco con detalles en relieve y una cruz en la parte superior enmarcan la puerta por la que durante generaciones los lobaterenses han sepultado y dado así el último adiós a sus seres queridos.

Escultura de la oración de Jesús en el huerto, en el cementerio de Lobatera / Juan Contreras

El piso de la entrada es de mosaicos coloridos, otro elemento que denota antigüedad. A un lado, la capilla con una imagen de Jesús en la cruz. Ya en el interior, tumbas de todo tipo, algunas con estatuas de mármol forman el contorno del horizonte; sin duda alguna, la más destacada es la del panteón de la familia Vivas Sánchez, de mediados del siglo XIX, y que representa bajo un techo abovedado la escultura de la oración de Jesús en el huerto, acompañado de un ángel, a escala humana real.

Ruinas de una antigua tumba del siglo XIX / Juan Contreras

Otras son las tumbas que complementan el lugar, desde estructuras remotas de otros siglos casi en ruinas en la parte más antigua, pasando por tradicionales con imágenes religiosas, hasta algunas singulares, como de ladrillos y tejas, o como una en forma de horno para ladrillos, ya que en la aldea Las Minas del municipio esta es una industria tradicional. Aun así, aspectos de deterioro se ciernen sobre el lugar, más que por las décadas, por las penurias de los tiempos duros.

Algunas tumbas son de ladrillos y teja, ya que en el municipio se producen / Juan Contreras
Tumba que representa un horno de ladrillos propio de la aldea Las Minas / Juan Contreras

Gente

“Tengo trabajando en el cementerio 14 años, los último ocho como sepulturero. Mi función es hacer los entierros, sacar restos, hacer trabajos”, comentó Hebert Castro, quien pese a que labora de forma particular, pues no forma parte de la alcaldía, con la autorización de la misma, es el único individuo en el pueblo para este fin, función que además no tiene horario.

Varias tumbas son tradicionales con imágenes religiosas / Juan Contreras

Para Hebert Castro, su trabajo no es algo diferente, “No hay que temer, lo del miedo es psicológico; este es un trabajo como cualquier otro, eso aplica para todo en la vida, con miedo, hasta pasa salir se brega”, dijo. Ha evidenciado hechos curiosos, pero con los vivos, recordó una anécdota: “El anterior párroco, Óscar Fuenmayor, estaba haciendo un entierro de unas cenizas y se rompió la tapa del tanque de la tumba donde se paró y cayó al fondo, quedó de pie, porque era de dos fosas; la gente se asustó mucho. Hay que pisar en los bordes y en las esquinas, no en el centro”.

El actual ecónomo del cementerio, Arley Alviárez, tiene tres años con la responsabilidad de esa administración. “Prácticamente, lo limpio yo solo la mayor parte del tiempo, eventualmente se suman los obreros de la alcaldía con la guadaña. Hay personas que han donado, por ejemplo, veneno para las malezas” explicó, y mencionó además que es laborioso. “El lugar es grande, a veces, ya cuando he terminado de limpiar el monte al fondo, ya ha empezado a crecer al frente”. Mencionó que se han presentado problemas de inseguridad en el pasado, donde amigos de lo ajeno han sustraído piezas como letras y cruces de bronce y aluminio, por ejemplo. Arley Alviárez sabe que su responsabilidad es la herencia y patrimonio de todo un pueblo.

Desde la entrada del antiguo Cementerio Municipal de Lobatera, un camino se traza en línea recta. En cierta época del año el astro rey se alinea con el final del sendero, viéndose al atardecer que el sol se oculta al fondo. Parece una metáfora del final de la vida, con la estrella del día desapareciendo justo al final del camino de la necrópolis. 

Camino central del cementerio de Lobatera / Juan Contreras

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