Regional
Costumbres de Semana Santa| Los cofrades de Táriba no desempolvaron sus trajes
9 de abril de 2020
José Luis Guerrero
Famosas son las procesiones nocturnas durante la Semana Santa en varios templos del estado Táchira. La Grita, los dos Capachos y Táriba forman parte de las más solemnes. Este año la pandemia por el Covid 19 obligó a suspender el caminar por los senderos de estos pueblos con fe y oración
Los cofrades, este año 2020, dejaron colgada su vestimenta. Los trajes, capirotes, camándulas, velas, y todos los accesorios seguirán guardados en el ropero de la habitación porque no hay procesiones durante la Semana Santa en ningún templo del estado Táchira, ni del país, ni del mundo. La pandemia del coronavirus no lo permite.
Una tradición anual en muchos municipios del estado. Solemnidad religiosa admirada durante más de 50 años en las calles de Capacho Nuevo, La Grita o Táriba.
Es dirigida por los sacerdotes de turno, quienes supervisan, orientan y dirigen el trabajo de cada cofradía, que reúne a niños, adolescentes y adultos de ambos sexos, la mayoría de ellos centrados en la fe y la creencia en Dios y la Virgen.
No es una costumbre cultural oriunda de los Andes venezolanos, del Táchira, o de Venezuela. Los españoles, en tiempos de la conquista, la incorporaron a la cotidianidad de los residentes locales. Famosas las fiestas religiosas en Pamplona, España y en Pamplona, Colombia, tierras ligadas con la fundación de San Cristóbal y de otras ciudades andinas unos 459 años atrás.
Por las calles de Táriba
Miles de hombres y mujeres han hecho historia en las cofradías, en Táriba, en el templo erigido a la virgen de La Consolación. Todos han dejado huella en sus calles al caminar en silencio por sus senderos durante las procesiones diurnas y nocturnas para festejar el Viernes de Dolores, Domingo de Ramos, El Nazareno, Viernes Santo con el Santo Sepulcro y la Resurrección.
“Es la primera vez, en mis 60 años de vida que yo tengo que suspenden las procesiones. La pandemia obliga a la Iglesia a cerrar sus puertas. Los cofrades se quedan, como todas las personas en sus casas, viviendo la Semana Santa atípica, orando en el hogar, pidiéndole a Dios porque esta pesadilla pase pronto”, comentó en breves palabras, Domingo Caicedo quien recuerda esta tradición cultural a la que era llevado por sus padres desde niño
En la Basílica de Táriba hay varias cofradías: la principal es la del Santo Sepulcro, se suman: Corazón de María, del Nazareno, Divino Niño Jesús, generalmente integradas por hombres; de la Santa Cruz, Corazón Ardiente de Cristo, Las damas de la Soledad, entre otras.
Cada grupo es identificado por los colores de su vestimenta. Algunos participantes caminan descalzos, para pagar una promesa o por norma de la organización. El orden, la disciplina son elementos de peso, de respeto. Los que cubren sus rostros con capirotes o conos alargados cubiertos de tela, asustan a los más pequeños porque son misteriosos.
La periodista Angie Sánchez da su testimonio de este evento. “De niña siempre quería ver las procesiones nocturnas. Al escuchar a lo lejos el sonido profundo de las percusiones de la banda, corría junto a otros parientes hasta la esquina por donde pasaban los cofrades”.
“La gente en silencio, el sonido misterioso del tambor, las velas encendidas, los participantes, la mística de toda una escena que me causaba mucha impresión. Los trajes de los participantes, de todas las cofradías: las niñas de blanco, las damas de negro, y el miedo innegable de los que llevaban capas largas de morado, con los rostros cubiertos con unos sombreros cónicos. Es algo que aun no supero”, narra.
Jesús Eduardo Guerrero formó parte de la cofradía Divino Niño Jesús. Su ropa era una túnica blanca, con capa azul y su rostro cubierto por un capirote, un cono alto forrado en tela, al que se le habrían dos huecos para poder ver. Por razones de trabajo no pudo continuar, pero las describe “como una experiencia de aprendizaje religioso bastante gratificante para las personas que somos allegadas a la religión católica”.
Juan de Jesús Rosales Guerrero, es un jubilado de 66 años de edad. Se sorprende al ver las puertas cerradas de la basílica de Táriba. “Es un año totalmente extraño. Nunca pensé que el templo a donde el pueblo acude a pedirle a Dios y a la Virgen esté cerrado y más en esta crisis de salud mundial que nos agobia a todos por igual”.
La cofradía de las Damas de la Soledad
“Recuerdo en mi infancia el ver desfilar a un grupo de mujeres vestidas de negro, todas muy elegantes. Todas llevaban vestidos o faldas de color negro. Con peinetas españolas, altas, en su cabello del cual caía un velo liviano que el viento movía con igual delicadeza. Todas ellas eran muy hermosas, aunque unas sobresalían por su caminar, su porte, su manera de mirar. Cubrían sus manos con guantes y sus piernas con medias de nylon, en ambos casos de color negro. Lo único de color diferente era la larga vela que llevaban en sus manos, con un candelabro para no quemarse con la espelma”.
Así las recuerda José Andrés Guerrero, un hombre de 55 años de edad, oriundo del centro de Táriba, quien ha sido fiel admirador de esta cofradía.
“Ellas eran muchas: 40 o 50, no estoy seguro. Tres mujeres o cuatro iban al frente, las guías con el estandarte que las identifica. Imponían el orden. Luego eran divididas en dos filas, separadas a lo ancho de la calle por donde era su caminar. Iban antes de la imagen de la Virgen de Dolorosa, y en otra acompañaban al Santo Sepulcro, ambas hermosas imágenes españolas, de las muchas que hay en la basílica”.
Aura Hinojosa fue una de ellas. “La cofradía fue fundada por las señoras Lía Medina de Miranda y Ana Josefa Chacón. Ambas de Táriba. Ya fallecieron. Mujeres humildes, muy católicas. Se llama la cofradía de las Damas de la Soledad y se sale en procesión el Viernes de Dolores, para acompañar a la Virgen de la Soledad, la Dolorosa. Se participa también el Viernes Santo, detrás de la imagen del Santo Sepulcro”, explica. Hoy día la organización está en manos de Emilia de Negrín.
Recuerda Hinojosa que hace varios años las procesiones eran muy solemnes. “Había un silencio sepulcral, mucha majestuosidad y respeto. Era muy placentero formar parte de ese grupo de mujeres que desfilaba con amor a Dios, con entrega al Creador. Se imponía en nuestro grupo la elegancia, el uso delas peinetas de Carey, traídas de España, con la mantilla. Muy gratos recuerdos”, dice.
Miedo por los cofrades
“Los hombres altos con sus cabezas cubiertas de largos conos si me daban miedo”, confiesa José Ernesto Méndez, un hombre de 68 años de edad, quien sonríe al recordar como su mamá lo tomaba de la mano para inyectarle el valor de levantar la cara y ver la procesión.
“Es que hace unos 40 años era un momento muy solemne, de mucho respeto. Los hombres de Tránsito Terrestre no permitían que ningún carro estacionara por las calles por donde pasaba la procesión. Los asistentes iban a formar parte de este importante momento donde solo se escuchaba el sonar de la banda de la iglesia, el tambor, la trompeta y lo demás eran oraciones”, recuerda.
Los organizadores de la programación de Semana Santa en la basílica de Táriba y el sacerdote de turno organizaban las actividades de los siete días santos que comienza el Viernes de Dolores. Todo era impreso en volantes. Tradicionales los afiches a color, donde se invitaba a asistir a las procesiones, muy visitadas en los buenos tiempos de Venezuela por turistas venidos de muchas partes del país y de Colombia.
La programación mostraba el recorrido previsto por calles y carreras lo que permitía a los residentes de Táriba formar parte del evento al decorar los frentes de sus casas con hermosos altares, de palmas y flores multicolores para destacar el primer lugar la imagen de la virgen de La Consolación, al Nazareno, a la Virgen Dolorosa o cualquier otra imagen religiosa.
Las ventas de dulces
La celebración religiosa incluía el degustar un helado o un dulce. Era el premio, especialmente para los niños, que ansiosos esperaban que sus padres le brindaran una barquilla o un dulce en las ventas de confites, a un lado de la plaza Bolívar.
“A mi me encantaban los coquitos, trozos de coco con dulce envueltos en papel transparente. Mi mamá compraba para ella higos rellenos de chocolate y mi papá un bocadillo, de los de hoja, creo que eran colombianos”, narra el vecino Méndez.
Los cofrades de Táriba y de otros municipios reforzarán su tarea. Hubo un alto en la tradición religiosa anual.
Al pasar la cuarentena por la pandemia de coronavirus Covid 19 no sería extraño verlos pasar de nuevo por las calles de los pueblos, en procesión, en señal de agradecimiento a Dios por la salud de la humanidad y por los hombres de ciencia en búsqueda de la vacuna anhelada.
Seguro estamos que las calles de esos pueblos y de Táriba se llenarán de decenas de creyentes para verlos pasar en su habitual caminar de los días santos. Muchos niños, será inevitable, sentirán miedo por los altos hombres misteriosos de túnicas moradas.